jueves, 26 de diciembre de 2013

Viaje al Interior del Cuerpo Humano[NatGeo].

 Espiritualidad reformada puritana (capítulo 1)

Espiritualidad reformada puritanaCon afectuoso aprecio de
John R. Beeke
y
James W. Beeke,
hermanos en la carne, en mente, en corazón y en Cristo;
nacidos para la adversidad y compartidores de alegría indecible.


Prefacio

La espiritualidad es un tema muy en la mente de la gente hoy en día. Con su predominante secularismo y materialismo, la cultura moderna ha fracasado en satisfacer a sus consumidores. Muchos se están llegando a dar cuenta de la verdad de los que Moisés dijo a los hijos de Israel: “No sólo de pan vivirá el hombre” (Dt. 8:3). Con Cristo en su Sermón del Monte, preguntan: “¿No es la vida más que el alimento, y el cuerpo más que el vestido?” (Mt. 6:25). El resultado es un nuevo interés en descubrir y nutrir las dimensiones interior y espiritual de la vida humana.
El cristianismo histórico siempre ha compartido este interés. Fundamental para la fe cristiana es la convicción de que “Dios es Espíritu” (Jn. 4:24), y que los seres humanos están hechos a imagen de Dios (Gn. 1:26-27). Valorando el estado del hombre caído, el apóstol Pablo declaró que los hombres están “ajenos de la vida de Dios por la ignorancia que en ellos hay, por la dureza de su corazón” (Ef. 4:18). Cristo mismo declaró: “El que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios” (Jn. 3:3).
El cultivo de la vida espiritual ha sido dirigido en diferentes sentidos por diferentes tradiciones cristianas. El catolicismo romano ha ofrecido una espiritualidad de ritualismo y administración sacramental y, alternativamente, las disciplinas de la vida monástica y la búsqueda del misticismo. La tradición metodista wesliana, el movimiento de santidad y, más recientemente, el pentecostalismo y el movimiento carismático han ofrecido una espiritualidad con menos contenido ceremonial o intelectual y gran cantidad de más emoción y subjetivismo.
El problema con la mayoría de la espiritualidad hoy en día es que no está claramente acotada en la Escritura y, con demasiada frecuencia, degenera en misticismo no bíblico. En contraste, el cristianismo reformado ha seguido una senda propia, grandemente determinada por su interés por probar todas las cosas con la Escritura y desarrollar una vida espiritual formada por las enseñanzas y directrices de la Escritura. La espiritualidad reformada es la puesta en práctica de la convicción de que “toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia” (2 Ti. 3:16). En dependencia del Espíritu Santo, se propone alcanzar lo que John Murray llamó “piedad inteligente”, férreo conocimiento de la Escritura y sincera piedad. De los predicadores, eruditos y escritores que fomentaron este tipo de espiritualidad bíblica, ninguno ha superado a los puritanos de Inglaterra y sus contemporáneos en Escocia y Holanda. Su legado destaca en basar toda espiritualidad, experiencia y afectos en la Biblia.
El doble énfasis de alimentar tanto la mente como el alma es tremendamente necesario hoy en día. Por un lado, confrontamos el problema de la ortodoxia reformada seca, que tiene enseñanza doctrinal correcta pero carece de énfasis en la vida vibrante y santa. El resultado es que la gente se inclina ante la doctrina de Dios sin una unión vital y espiritual con el Dios de la doctrina. Por otro lado, el cristianismo pentecostal y carismático ofrece emocionalismo en protesta contra un cristianismo formal y sin vida, pero no está sólidamente arraigado en la Escritura. El resultado es que la gente se inclina ante el sentimiento humano antes que ante el Dios trino.
Este libro promueve espiritualidad bíblica mediante un estudio de la herencia reformada y puritana. Los primeros tres capítulos tratan de varios aspectos de la espiritualidad de Calvino, mientras que los cinco siguientes muestran dimensiones espirituales de los puritanos, concretamente en la obra de William Ames (capítulo 6) y Anthony Burgués (capítulo 8). Los capítulos 9-12 consideran la espiritualidad puritana de la tradición escocesa mediante las vidas de John Brown de Haddington, Thomas Boston, y Ebenezer y Ralph Erskine. El capítulo 13 introduce la espiritualidad de la Segunda Reforma Holandesa, seguida de estudios de algunos de sus principales representantes (capítulos 14-16): Willem Teellinck, Herman Witsius y Theodorus Jacobus Frelinghuysen. El libro concluye con estudios sobre la justificación sólo por la fe, la santidad y la predicación experimental reformada (capítulos 17-19), todos los cuales se centran en la espiritualidad puritana.
El capítulo 13 de este libro fue dado como una conferencia para el Interdisziplinäres Zentrum für Pietismusforschung en Halle, Alemania, en 1997. No ha sido impreso previamente en una revista o libro. Otros capítulos han sido revisados y/o expandidos, y todos ellos han sido redactados a partir de su impresión original. Deseo agradecer de corazón a las siguientes fuentes el permiso para reimprimir: capítulo 1, The Cambridge Companion to John Calvin, redactado por Donald K. McKim (Cambridge: University Press, 2004), 125-52; capítulo 2, Calvin and Spirituality, redactado por David W. Foxgrover (Grand Rapids: CRC Product Services, 1999), 13-30; capítulo 3, Reformation and Revival 10, 4 (otoño, 2001): 107-32; capítulo 4, Reformed Spirituality: Communing with Our Glorious God, redactado por Joseph A. Pipa, Jr. y J. Andrew Wortman (Taylors, S.C.: Southern Presbyterian Press, 2003), 73-100; capítulo 5, Trust and Obey, redactado por Don Kistler (Morgan, Penn.: Soli Deo Gloria, 1996), 154-200; capítulo 6, The Devoted Life: An Invitation to the Puritan Classics, redactado por Randall C. Gleason y Kelly M. Kapic (Downers Grove, Ill.: InterVarsity, 2004); capítulo 7, Whatever Happened to the Reformation?, redactado por Gary L. W. Jonson y R. Fowler White (Phillipsburg, N.J.: Presbyterian & Reformed, 2001), 229–52, 320–25; capítulo 8, The Answer of a Good Conscience (Westminster Conference papers, London: Tentmaker, 1998), 27–52; capítulo 9, The Systematic Theology of John Brown of Haddington (Ross-shire: Christian Focus, and Grand Rapids: Reformation Heritage Books, 2002), e–x; capítulo 10, Complete Works of Thomas Boston (Stoke-on-Trent, England: Tentmaker, 2002), 1:I–1 to I–16; capítulos 11–12, The Beauties of Ebenezer Erskine (Ross-shire: Christian Focus, and Grand Rapids: Reformation Heritage Books, 2001), i–liii, 617–22; capítulo 14, The Path of True Godliness by Willem Teellinck (Grand Rapids: Baker, 2003), 11–29; capítulo 15, An Analysis of Herman Witsius’s Economy of the Covenants (Ross-shire: Christian Focus, 2002), iii–xxi; capítulo 16, Forerunner of the Great Awakening: Sermons by Theodorus Jacobus Frelinghuysen (Grand Rapids: Eerdmans, 2000), vii–xxxviii; capítulo 17, Justification by Faith Alone, redactado por Don Kistler (Morgan, Penn.: Soli Deo Gloria, 1995), 53–105; capítulo 18, Reformation and Revival 4, 2 (1995):81–112; capítulo 19, Feed My Sheep: A Passionate Plea for Preaching, edited by Don Kistler (Morgan, Penn.: Soli Deo Gloria, 2002), 94–128.
Cada capítulo es una unidad independiente, con la excepción de los capítulos 11 y 12. En consecuencia, las notas a pie de página de cada capítulo recogen fuentes sin referencia a capítulos previos. Los capítulos que fueron originalmente escritos como introducciones a libros no tienen notas a pie de página. Cuando se citan referencias antiguas, la ortografía es actualizada. La repetición entre los capítulos independientes se ha mantenido al mínimo. Además, algunos capítulos xxxxxxxxxxx, ya que la primera vez fueron pronunciados como conferencias en los congresos de ministros. Se han aportado bibliografías para los capítulos 1, 4, 11-12 y 16, para aquellos que deseen seguir un mayor estudio.
Dedico este libro a mis dos hermanos mayores, John y James, que “aman a nuestro señor Jesucristo con sinceridad” (Ef. 6:24) y me son un modelo de la esencia de la espiritualidad reformada puritana. Me son dones de Dios –verdaderos amigos que han demostrado ser fieles hermanos espirituales en la prosperidad y la adversidad. No puedo expresar en palabras lo que significan para mí.
También agradezco a los siguientes amigos ser coautores de algunos capítulos conmigo: Ray B. Lanning (capítulo 5), Jan van Vliet (capítulo 6), Randall Pederson (capítulos 9 y 10) y Cornelis Pronk (capítulo 16). Agradezco a Phyllis TenElshof, Ray Lanning, Kate Timmer y Kristen Meschke su capacitada corrección de pruebas, y a Gary y Linda den Hollander su concienzuda composición. Estoy profundamente agradecido a los estudiantes de seminario que han oído muchos de estos capítulos en conferencias y me han asistido “como el hierro afila el hierro”. También estoy agradecido a los miembros y equipo de Reformation Heritage Books por su fiel apoyo y dedicación. Gracias, además, a mi fiel rebaño, Heritage Netherlands Reformed Congregation of Grand Rapids, Michigan, sin el cual el tono pastoral de este libro no habría sido posible. Sobre todo, tengo una enorme deuda con mi querida esposa, Mary, y nuestros tres hijos, Calvin, Esther y Lydia, por sus fieles sacrificios durante los años que este libro se estuvo escribiendo.
Si Dios usa este libro para ayudar a algunos a ver más claramente la visión y valor de la espiritual tradición reformada puritana, y especialmente para llevarnos más intensamente a una íntima amistad con Él mismo mediante nuestro Hermano mayor, el Señor Jesucristo, mi gozo será completo. ¡Soli Deo Gloria!

Marzo, 2004 Joel R. Beeke
2919 Leonard N.E.
Grand Rapids, Michigan 49525


-1-
Calvino sobre la Piedad

La Institución de Juan Calvino le ha hecho ganar el título de “el sistemático preeminente de la Reforma protestante”. Su reputación como intelectual, sin embargo, a menudo es vista aparte del contexto vital espiritual y pastoral en que escribió su teología. Para Calvino, comprensión teológica y piedad práctica, verdad y utilidad, son inseparables. La teología, en primer lugar, trata del conocimiento –conocimiento de Dios y de nosotros mismos–, pero no hay verdadero conocimiento donde no hay verdadera piedad.
El concepto de piedad (pietas) en Calvino está arraigado en el conocimiento de Dios, e incluye actitudes y acciones dirigidas a la adoración y servicio de Dios. Además, su pietas incluye una multitud de temas relacionados, como la piedad filial en las relaciones humanas y el respeto y amor por la imagen de Dios en los seres humanos. La piedad de Calvino es evidente en la gente que reconoce mediante la fe experimental que ha sido aceptada en Cristo e injertada en su cuerpo por la gracia de Dios. En esta “unión mística”, el Señor los reclama como suyos en la vida y en la muerte. Se convierten en pueblo de Dios y miembros de Cristo por el poder del Espíritu Santo. Esta relación restaura su alegría de la comunión con Dios; recrea sus vidas.
El propósito de este capítulo es mostrar que la piedad de Calvino es fundamentalmente bíblica, con un énfasis en el corazón más que en la mente. La cabeza y el corazón deben trabajar juntos, pero el corazón es más importante.[1] Tras una mirada introductoria a la definición y fin de la piedad en el pensamiento de Calvino, mostraré cómo su pietas afecta a las dimensiones teológica, eclesiológica y práctica de su pensamiento.

Definición e importancia de la piedad
La pietas es uno de los temas mayores de la teología de Calvino. Su teología es, como John T. McNeill dice, “su piedad descrita en detalle”.[2] Está determinado a confinar la teología dentro de los límites de la piedad.[3] En su prefacio dirigido al rey Francisco I, Calvino dice que el propósito de escribir la Institución era “…[pietas].”[4]
Para Calvino, la pietas designa la actitud correcta del hombre hacia Dios. Esta actitud incluye conocimiento verdadero, adoración sincera, fe salvífica, temor filial, sumisión devota y amor reverencial.[5] Conocer quién y qué es Dios (teología) implica actitudes correctas hacia Él y hacer lo que Él quiere (piedad). En su primer catecismo, Calvino escribe: “La verdadera piedad consiste en un sentimiento sincero de amor a Dios como Padre no menos que de temor y reverencia como Señor, abrazando su justicia y teniendo más temor de ofenderlo que de la muerte”.[6] En la Institución, Calvino es más sucinto: “…”.[7] Este amor y reverencia por Dios es un concomitante necesario a cualquier conocimiento de Él y comprende toda la vida. Como Calvino dice: “Toda la vida de los cristianos debería ser un tipo de práctica de santidad”.[8] O, como el subtítulo de la primera edición de la Institución declara: “…”.[9]
Los comentarios de Calvino también reflejan la importancia de la pietas. Por ejemplo, escribe en 1ª Timoteo 4:7-8: “…”.[10] Comentando 2ª Pedro 1:3, dice: “Nada más que [Pedro] ha hecho mención de la vida, inmediatamente añade la santidad [pietas], como si fuera el alma de la vida”.[11]

El fin supremo de la piedad: Soli Deo Gloria
El fin de la piedad, al igual el que de toda la vida cristiana, es la gloria de Dios –gloria que brilla en los atributos de Dios, en la estructura del mundo y en la muerte y resurrección de Jesucristo.[12] Glorificar a Dios se antepone a la salvación personal para toda persona piadosa.[13] Calvino escribe de este modo al Cardenal Sadoleto: “…”.[14]
Que Dios sea glorificado en nosotros, el fin de la piedad, es el propósito de nuestra creación. Así pues, se hace el anhelo de los regenerados vivir el propósito de su creación original.[15] El hombre piadoso, según Calvino, confiesa: “Somos de Dios: vivamos, por tanto, para Él y muramos para Él. Somos de Dios: esfuércense, en consecuencia, todas las partes de nuestra vida por Él como nuestro único fin legítimo”.[16]
Dios redime, adopta y santifica a su pueblo para que su gloria brille en ellos y los libere del impío egoísmo.[17] La preocupación más profunda del hombre piadoso es, por tanto, Dios mismo y las cosas de Dios: la Palabra de Dios, la autoridad de Dios, el evangelio de Dios y la verdad de Dios. Anhela conocer más de Dios y tener más comunión con Él.
Pero, ¿cómo glorificamos a Dios? Como escribe Calvino: “Dios nos ha prescrito un camino en que será glorificado por nosotros, a saber, la piedad, que consiste en la obediencia a su Palabra. El que traspasa estos límites no se ocupa de honrar a Dios sino, más bien, de deshonrarlo”.[18] La obediencia a la Palabra de Dios significa refugiarse en Cristo para el perdón de nuestros pecados, conocerlo a través de su Palabra, servirle con un corazón de amor, hacer buenas obras en gratitud por su bondad y ejercitar la abnegación al punto de amar a nuestros enemigos.[19] Esta respuesta implica rendición total a Dios mismo, a su Palabra y a su voluntad.[20]
Calvino dice: “Te ofrezco mi corazón, Señor, inmediata y sinceramente”. Éste es el deseo de todos los que son verdaderamente piadosos. Sin embargo, este deseo sólo puede ser realizado mediante la comunión con Cristo y la participación de Él, pues, fuera de Cristo, incluso la persona más religiosa vive para sí. Sólo en Cristo pueden los piadosos vivir como siervos dispuestos de su Señor, fieles soldados de su Comandante e hijos obedientes de su Padre.[21]

Dimensiones teológicas

La profunda raíz de la piedad: la unión mística
“La doctrina de Calvino de la unión con Cristo es uno de los rasgos más consistentemente influyentes de su teología y ética, si no la enseñanza única y más importante que mueve todo su pensamiento y su vida personal”, escribe David Willis-Watkins.[22]
Calvino no pretendía presentar la teología desde el punto de vista de una única doctrina. No obstante, sus sermones, comentarios y obras teológicas están tan impregnados de la doctrina de la unión con Cristo que se convierte en su centro de atención para la fe y práctica cristianas.[23] Calvino dice otro tanto cuando escribe: “…”[24]
Para Calvino, la piedad está arraigada en la unión mística (unio mystica) del creyente con Cristo. Así pues, esta unión debe ser nuestro punto de partida.[25] Tal unión es posible porque Cristo tomó nuestra naturaleza humana, llenándola de su virtud. La unión con Cristo en su humanidad es histórica, ética y personal, pero no esencial. No hay una crasa mezcla (crassa mixtura) de substancias humanas entre Cristo y nosotros. No obstante, Calvino declara: “…”[26] Esta unión es uno de los mayores misterios del evangelio.[27] A causa de la fuente de la perfección de Cristo en nuestra naturaleza, los piadosos pueden, por la fe, sacar lo que necesiten para su santificación. La carne de Cristo es el manantial del cual su pueblo deriva vida y poder.[28]
Si Cristo hubiese muerto y resucitado pero no estuviese aplicando su salvación a los creyentes para su regeneración y santificación, su obra habría sido inefectiva. Nuestra piedad muestra que el Espíritu de Cristo está operando en nosotros lo que ya ha sido cumplido en Cristo. Cristo administra su santificación a la iglesia mediante su sacerdocio real para que la iglesia viva piadosamente para Él.[29]

El tema principal de la piedad: la comunión y la participación
El corazón de la teología práctica y la piedad de Calvino es la comunión (communio) con Cristo. Esto implica participación (participatio) de sus beneficios, que son inseparables de la unión con Cristo.[30] La Confessio Fidei de Eucaristía (1537), firmada por Calvino, Martín Bucero y Wolfgang Capito, apoyó este énfasis.[31] Sin embargo, a la comunión con Cristo de Calvino no le daba forma su doctrina de la Cena del Señor. Antes bien, su énfasis en la comunión espiritual con Cristo ayudaba a dar forma a su concepto del sacramento.
De manera similar, los conceptos de communio y participatio ayudaban a dar forma a la comprensión de Calvino de la regeneración, la fe, la justificación, la santificación, la seguridad, la elección y la iglesia. No podía hablar de ninguna doctrina aparte de la comunión con Cristo. Ése es el corazón del sistema de teología de Calvino.

El doble vínculo de la piedad: el Espíritu y la fe
La comunión con Cristo solamente es realizada a través de la fe que opera el Espíritu, enseña Calvino. Es comunión real no porque los creyentes participen de la esencia de la naturaleza de Cristo, sino porque el Espíritu de Cristo une a los creyentes tan íntimamente a Cristo que se convierten en carne de su carne y hueso de su hueso. Desde la perspectiva de Dios, el Espíritu es el vínculo entre Cristo y los creyentes, mientras que, desde nuestra perspectiva, la fe es el vínculo. Estas perspectivas no se oponen, ya que una de las principales funciones del Espíritu es obrar fe en el pecador.[32]
Sólo el Espíritu puede unir a Cristo en el cielo con el creyente en la tierra. Al igual que el Espíritu unió cielo y tierra en la Encarnación, en la regeneración el Espíritu resucita de la tierra a los elegidos para tener comunión con Cristo en el cielo, y trae a Cristo a los corazones y vidas de los elegidos sobre la tierra.[33] La comunión con Cristo siempre es el resultado de la obra del Espíritu –obra que es asombrosa y experimental antes que comprensible.[34] El Espíritu Santo es, así pues, el vínculo que une al creyente con Cristo y el canal por el que Cristo es comunicado al creyente.[35] Como Calvino escribe a Pedro Mártir: “Crecemos juntamente con Cristo en un cuerpo, y Él comparte su Espíritu con nosotros, por medio de cuya operación oculta se ha hecho nuestro. Los creyentes reciben esta comunión con Cristo al mismo tiempo que su llamamiento. Pero crecen de día en día más y más en esta comunión, en proporción a la vida de Cristo que crece dentro de ellos”.[36]
Calvino va más allá que Lutero en este énfasis en la comunión con Cristo. Calvino acentúa que, por su Espíritu, Cristo capacita a quienes están unidos a Él por la fe. Siendo “injertados en la muerte de Cristo, derivamos de ella una energía secreta, como la rama de la raíz”, escribe. El creyente es movido por el poder secreto de Cristo, de modo que puede decirse que Cristo vive y crece en él. Pues, al igual que el alma da vida al cuerpo, Cristo imparte vida a sus miembros”.[37]
Como Lutero, Calvino cree que el conocimiento es fundamental para la fe. Tal conocimiento incluye la Palabra de Dios, así como la proclamación del evangelio.[38] Puesto que la Palabra escrita es ejemplificada en la Palabra viva, Jesucristo, la fe no puede separarse de Cristo, en quien todas las promesas de Dios son cumplidas.[39] La obra del Espíritu no complementa ni suplanta la revelación de la Escritura, sino que la autentifica –enseña Calvino. “Quitad la Palabra, y no quedará fe alguna”, dice Calvino.[40]
La fe une al creyente con Cristo por medio de la Palabra, capacitando al creyente a recibir a Cristo como es revestido en el evangelio y ofrecido por la gracia del Padre.[41] Por la fe, Dios también mora en el creyente. En consecuencia, Calvino dice: “No deberíamos separar a Cristo de nosotros ni a nosotros de Él”, sino participar de Cristo por la fe, pues esto “nos vivifica de la muerte para hacernos una nueva criatura”.[42]
Por la fe, el creyente posee a Cristo y crece en Él. Más aún, el grado de su fe ejercitado por la Palabra determina su grado de comunión con Cristo.[43] “Todo lo que la fe debería contemplar nos es manifestado en Cristo”, escribe Calvino.[44] Aunque Cristo permanece en el cielo, el creyente que destaca en piedad aprende a asirse de Cristo tan firmemente, mediante la fe, que Cristo mora dentro de su corazón.[45] Por la fe, los piadosos viven por lo que encuentran en Cristo, antes que por lo que encuentran en sí mismos.[46]
Mirar a Cristo para la seguridad, por tanto, significa mirarnos a nosotros mismos en Cristo. Como escribe David Willis-Watkins: “La seguridad de salvación es un auto-conocimiento derivado, cuyo centro de atención permanece en Cristo unido a su cuerpo, la Iglesia, de la cual somos miembros”.[47]

El doble lavamiento de la piedad: la justificación y la santificación
Según Calvino, los creyentes reciben de Cristo por la fe la “doble gracia” de la justificación y la santificación, que, juntas, proporcionan un doble lavamiento.[48] La justificación ofrece pureza imputada, y la santificación pureza real.[49]
Calvino define la justificación como “la aceptación con que Dios nos recibe en su favor como hombres justos”.[50] Continúa diciendo que, “puesto que Dios nos justifica por la intercesión de Cristo, no nos absuelve por la confirmación de nuestra propia inocencia, sino por la imputación de la justicia, para que nosotros, que no somos justos en nosotros mismos, seamos considerados como tales en Cristo”.[51] La justificación incluye la remisión de los pecados y el derecho a la vida eterna.
Calvino considera la justificación una doctrina central de la fe cristiana. La llama “la bisagra principal sobre la que se apoya la religión”, el suelo desde el cual se desarrolla la vida cristiana y la sustancia de la piedad.[52] La justificación no sólo sirve al honor de Dios, satisfaciendo las condiciones para la salvación: también ofrece a la conciencia del creyente “pacífico reposo y serena tranquilidad”.[53] Como dice Romanos 5:1: “Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo”. Éste es el corazón y alma de la piedad. Los creyentes no tienen que preocuparse de su estatus para con Dios, porque son justificados por la fe. Saben renunciar voluntariamente a la gloria personal y aceptar cada día su vida de la mano de su Creador y Redentor. Se pueden perder peleas diarias ante el enemigo, pero Jesucristo ha ganado la guerra para ellos.
La santificación se refiere al proceso por el cual el creyente es, más y más, conformado a Cristo en corazón, conducta y devoción a Dios. Es la continua reforma del creyente por el Espíritu Santo, la creciente consagración de cuerpo y alma a Dios.[54] En la santificación, el creyente se ofrece a sí mismo a Dios en sacrificio. Esto no viene sin gran lucha y lento progreso. Requiere limpiarse de la contaminación de la carne y renunciar al mundo.[55] Requiere arrepentimiento, mortificación y conversión diaria.
La justificación y la santificación son inseparables, dice Calvino. Separar una de la otra es romper a Cristo en pedazos[56], o como intentar separar la luz del sol del calor que la luz genera.[57] Los creyentes son justificados con el propósito de adorar a Cristo en santidad de vida.[58]

Dimensiones eclesiológicas

La piedad a través de la iglesia
La piedad de Calvino no es independiente de la Escritura ni de la iglesia. Antes bien, está arraigada en la Palabra y nutrida en la iglesia. Si bien rompe con el clericalismo y absolutismo de Roma, Calvino mantiene, no obstante, un alto concepto de la iglesia. “Si no preferimos la iglesia a cualquier otro objeto de nuestro interés, somos indignos de ser contados entre sus miembros”, escribe.
Agustín dijo una vez: “No puede tener a Dios por Padre quien rechaza tener a la iglesia por madre”. A lo cual Calvino añade: “…” Aparte de la iglesia, hay poca esperanza para el perdón de pecados o la salvación –escribió Calvino. Siempre es desastroso abandonar la iglesia.[59]
Para Calvino, los creyentes son injertados en Cristo y su iglesia, porque el crecimiento espiritual ocurre dentro de la iglesia. La iglesia es madre, educadora y alimentadora de todo creyente, porque el Espíritu Santo actúa en ella. Los creyentes cultivan la piedad por el Espíritu mediante el ministerio de enseñanza de la iglesia, progresando desde la infancia espiritual, pasando por la adolescencia, hasta la plena hombría en Cristo. No se gradúan en la iglesia hasta que mueren.[60] Esta educación vitalicia se ofrece en un ambiente de genuina piedad en que los creyentes se aman y cuidan el uno al otro bajo el liderato de Cristo.[61] Alienta el crecimiento de los dones y amor de los unos a los otros, ya que es “constreñido a tomar prestado de los otros”.[62]
El crecimiento en la piedad es imposible aparte de la iglesia, pues la piedad es fomentada por la comunión de los santos. Dentro de la iglesia, los creyentes se aferran el uno al otro en la mutua distribución de los dones”.[63] Cada miembro tiene su propio lugar y dones que usar dentro del cuerpo.[64] Idealmente, todo el cuerpo usa estos dones en simetría y proporción, reformándose y creciendo siempre hacia la perfección.[65]

La piedad de la Palabra
La Palabra de Dios es central para el desarrollo de la piedad cristiana en el creyente. El modelo relacional de Calvino explica cómo.
La verdadera religión es un diálogo entre Dios y el hombre. La parte del diálogo que Dios inicia es la revelación. En ella, Dios baja para encontrase con nosotros, se dirige a nosotros y se hace conocido a nosotros en la predicación de la Palabra. La otra parte del diálogo es la respuesta del hombre a la revelación de Dios. Esta respuesta, que incluye confianza, adoración y temor santo, es lo que Calvino llama pietas. La predicación de la Palabra nos salva y preserva, ya que el Espíritu nos capacita a apropiarnos de la sangre de Cristo y responderle con amor reverente. Por la predicación con poder del Espíritu, “la renovación de los santos es cumplida y el cuerpo de Cristo es edificado”, dice Calvino.[66]
Calvino enseña que la predicación de la Palabra es nuestra comida espiritual y nuestra medicina para la salud espiritual. Con la bendición del Espíritu, los ministros son médicos espirituales que aplican la Palabra a nuestras almas como los médico terrenales aplican la medicina a nuestros cuerpos. Usando la Palabra, estos doctores espirituales diagnostican, prescriben y curan la enfermedad espiritual de quienes están contagiados de pecado y muerte. La Palabra predicada se utiliza como instrumento para sanar, limpiar y hacer fructíferas nuestras almas propensas a la enfermedad.[67] El Espíritu, o el “ministro interno”, promueve la piedad usando al “ministro externo” para predicar la Palabra. Como dice Calvino, el ministro externo “proclama la palabra vocal y es recibida por los oídos”, pero el ministro interno “verdaderamente comunica la cosa proclamada…que es Cristo”.[68]
Para promover la piedad, el Espíritu no sólo usa el evangelio para operar la fe en lo profundo de las almas de sus elegidos, como ya hemos visto, sino que también usa la ley. La ley promueve la piedad en tres sentidos:
1. Reprime el pecado y promueve la justicia en la iglesia y sociedad, impidiendo que caigan en el caos.
2. Nos disciplina, educa y convence, haciéndonos salir de nosotros mismos para ir a Cristo, el cumplidor y fin de la ley. La ley no puede llevarnos a un conocimiento salvífico de Dios en Cristo. Antes bien, el Espíritu Santo la usa como un espejo para mostrarnos nuestra culpabilidad, alejarnos de toda esperanza y traernos al arrepentimiento. Nos conduce a la necesidad espiritual de la que nace la fe en Cristo. Este convincente uso de la ley es crucial para la piedad del creyente, pues le previene de la impía auto-justicia con tendencia a presentarse incluso en los más piadosos de los santos.
3. Se convierte en la regla de vida para el creyente. “¿Cuál es la regla de vida que [Dios] nos ha dado?” –pregunta Calvino en el Catecismo de Ginebra. La respuesta: “Su ley”. Más tarde, Calvino dice que la ley “muestra el blanco hacia el que deberíamos apuntar, el objetivo tras el que deberíamos luchar, para que cada uno de nosotros, según la medida de gracia que le es concedida, se esfuerce para estructurar su vida según la más elevada rectitud y, mediante el constante estudio, continuamente avanzar más y más”.[69]
Calvino escribe sobre el tercer uso de la ley en la primera edición de su Institución, declarando: “Los creyentes…se benefician de la ley porque por ella aprenden más ampliamente cada día cuál es la voluntad del Señor… Es como si un siervo, ya dispuesto con completo fervor de corazón para encomendarse a su amo, hubiera de examinar y supervisar los caminos de su amo para conformarse y acomodarse a ellos. Además, por mucho que sean estimulados por el Espíritu y deseosos de obedecer a Dios, aún son débiles en la carne, y servirían al pecado antes que a Dios. Le ley es a la carne como un látigo a un asno perezoso y repropio, para aguijonear, provocar, despertarlo para el trabajo”.[70]
En la última edición de la Institución (1559), Calvino es más enfático acerca de cómo se benefician de la ley los creyentes. En primer lugar, dice: “…” Y, en segundo lugar, causa “…” Los santos deben perseverar en esto, concluye Calvino. “…”[71]
Ver la ley, principalmente, como un aliento para que el creyente se aferre a Dios y lo obedezca es otro ejemplo en que Calvino difiere de Lutero. Para Lutero, la ley es, principalmente, negativa. Está íntimamente ligada al pecado, la muerte y el diablo. El interés dominante de Lutero está en el segundo uso de la ley, incluso cuando considera el papel de la ley en la santificación. En contraste, Calvino ve la ley, principalmente, como una expresión positiva de la voluntad de Dios. Como dice Hesselink: “El punto de vista de Calvino podría llamarse deuteronómico, pues para él ley y amor no son antitéticos, sino correlativos”.[72] El creyente sigue la ley de Dios no con obediencia obligada, sino con obediencia agradecida. Bajo el tutelaje del Espíritu, la ley promueve gratitud en el creyente, que lo lleva a una obediencia afectiva y aversión al pecado. En otras palabras, el propósito primario de la ley para Lutero es ayudar al creyente a reconocer y confrontar el pecado. Para Calvino, su propósito primario es dirigir al creyente a servir a Dios por amor.[73]

La piedad en los sacramentos
Calvino define los sacramentos como testimonios “de la gracia divina para con nosotros, confirmada mediante un signo externo, con mutua atestación de nuestra piedad para con él”.[74] Los sacramentos son “ejercicios de piedad”. Promueven y fortalecen nuestra fe, y nos ayudan a ofrecernos como sacrificio vivo a Dios.
Para Calvino, como para Agustín, los sacramentos son la Palabra visible. La Palabra predicada llega a través de nuestros oídos; la Palabra visible, a través de nuestros ojos. Los sacramentos presentan al mismo Cristo que la Palabra predicada, pero lo comunican de un modo diferente.
En los sacramentos, Dios se acomoda a nuestra debilidad –dice Calvino. Cuando oímos la Palabra indiscriminadamente proclamada, nos podemos preguntar: “¿Verdaderamente es para mí? ¿Realmente me alcanza?” Sin embargo, en los sacramentos Dios extiende la mano y nos toca individualmente, y dice: “Sí, es para ti. La promesa te incluye a ti”. Los sacramentos, así pues, ministran a la debilidad humana personalizando las promesas para aquellos que confían en Cristo para salvación.
Dios viene a su pueblo en los sacramentos, los alienta, los capacita para conocer a Cristo mejor, los edifica y los nutre en Él. El bautismo promueve la piedad como símbolo del modo en los creyentes son injertados en Cristo, renovados por el Espíritu y adoptados en la familia del Padre celestial.[75] De igual manera, la Cena del Señor muestra el modo en que estos hijos adoptados son alimentados por su Padre amoroso. A Calvino le encanta referirse a la Cena como nutrición para el alma. “…” –escribe. “…”[76]
Como creyentes, necesitamos constante nutrición. Nunca alcanzamos un punto en que no necesitemos oír más la Palabra, orar o ser nutridos por los sacramentos. Debemos crecer y desarrollarnos constantemente. Puesto que continuamos pecando a causa de nuestra vieja naturaleza, estamos en constante necesidad de perdón y gracia. Así que la Cena, junto con la predicación de la Palabra, reiteradamente nos recuerda que necesitamos a Cristo, y necesitamos ser renovados y edificados en Él. Los sacramentos prometen que Cristo está presente para recibirnos, bendecirnos y renovarnos.
Para Calvino, la palabra conversión no significa, simplemente, el acto inicial de venir a la fe. También significa diaria renovación y crecimiento para seguir a Cristo. Los sacramentos conducen a esta conversión diaria, dice Calvino. Nos comunican que necesitamos la gracia de Dios cada día. Debemos sacar fuerza de Cristo, particularmente mediante el cuerpo que sacrificó por nosotros en la cruz.
Como escribe Calvino: “…”[77] En otras palabras, el Espíritu santificó el cuerpo de Cristo, que Cristo ofreció en la cruz para expiar el pecado. Ese cuerpo fue resucitado de los muertos y recibido en el cielo. A cada paso de nuestra redención, el cuerpo de Cristo es la senda a Dios. En la Cena, entonces, Cristo viene a nosotros y dice: “Mi cuerpo os es dado aún. Por la fe, podéis tener comunión conmigo y mi cuerpo y todos sus beneficios salvíficos”.
Calvino enseña que Cristo se dio a sí mismo por nosotros en la Cena, no sólo sus beneficios, del mismo modo que se nos dio a sí mismo y sus beneficios en la predicación de la Palabra. Cristo también nos hace parte de su cuerpo cuando se nos da a sí mismo. Calvino no puede explicar con precisión cómo ocurre esto en la Cena, pues es mejor experimentado que explicado.[78] Sin embargo, sí dice que Cristo no abandona el cielo para entrar en el pan. Antes bien, en la Santa Cena, somos llamados a elevar nuestros corazones al cielo, donde está Cristo, y no aferrarnos al pan y vino externos.
Somos elevados mediante la obra del Espíritu Santo en nuestros corazones. Como escribe Calvino: “…”[79] Participar de la carne de Cristo es un acto espiritual, antes que un acto carnal que implica una “transfusión de sustancia”.[80]
Los sacramentos pueden verse como escaleras por las que trepamos al cielo. “…”, dice Calvino. “…”[81]
Jamás debemos adorar el pan, porque Cristo no está en el pan, pero encontramos a Cristo a través del pan –dice Calvino. Al igual que nuestras bocas reciben pan para nutrir nuestros cuerpos físicos, nuestras almas, por la fe, reciben el cuerpo y sangre de Cristo para nutrir nuestras vidas espirituales.
Cuando encontramos a Cristo en los sacramentos, crecemos en gracia. Por eso son llamados medio de gracia. Los sacramentos nos alientan en nuestro progreso hacia el cielo. Promueven la confianza en las promesas de Dios mediante la “significada y sellada” muerte redentora de Cristo. Puesto que son pactos, contienen promesas por las cuales “las conciencias puedan ser despertadas a una seguridad de salvación” –dice Calvino.[82] Los sacramentos ofrecen “paz de conciencia” y “una seguridad especial” cuando el Espíritu capacita al creyente a “ver” la Palabra grabada sobre los sacramentos.[83]
Finalmente, los sacramentos promueven la piedad instándonos a agradecer y alabar a Dios por su abundante gracia. Requieren que “atestigüemos nuestra piedad hacia Él”. Como dice Calvino: “El Señor trae a nuestra memoria la inmensidad de su bondad y nos mueve a reconocerla. Y, al mismo tiempo, nos amonesta a que no seamos ingratos por esta generosa liberalidad sino, antes bien, a proclamarla con apropiadas alabanzas y a celebrar [la Cena del Señor] dando gracias”.[84]
Dos cosas ocurren en la Cena: la recepción de Cristo y la entrega del creyente. La Cena del Señor no es eucarística desde la perspectiva de Dios, dice Calvino, pues Cristo no es ofrecido de nuevo. Tampoco es eucarística en términos de méritos de hombre, pues no podemos ofrecer nada a Dios por vía de sacrificio. Pero es eucarística en términos de nuestra acción de gracias.[85] Ese sacrificio es una parte indispensable de la Cena del Señor que, dice Calvino, incluye “todos los deberes del amor”.[86] La Eucaristía es un ágape en que los comulgantes se aman el uno al otro y testifican del vínculo que disfrutan el uno con el otro en la unidad del cuerpo de Cristo.[87]

Ofrecemos este sacrificio de gratitud en respuesta al sacrificio de Cristo por nosotros. Entregamos nuestras vidas en respuesta al banquete celestial que Dios nos adereza en la Cena. Por la gracia del Espíritu, la Cena nos capacita, como real sacerdocio, a ofrecernos como sacrificio vivo de alabanza y acción de gracias a Dios.[88]
La Cena del Señor, así pues, promueve tanto piedad de gracia como piedad de gratitud, como ha mostrado Brian Gerrish.[89] La liberalidad del Padre y la respuesta agradecida de sus hijos son un tema recurrente en la teología de Calvino. “Deberíamos reverenciar a un padre así de tal manera” –nos amonesta Calvino– “que, con agradecida piedad y ardiente amor, nos entregásemos completamente a su obediencia y lo honrásemos en todo”.[90] La Cena es la promulgación litúrgica de los temas de gracia y gratitud de Calvino, que se encuentran en el corazón de su piedad.[91]
En la Cena del Señor, los elementos humano y divino de la piedad de Calvino se sostienen en tensión dinámica. En ese intercambio dinámico, Dios se mueve hacia el creyente mientras su Espíritu consuma la unión basada en la Palabra. Al mismo tiempo, el creyente se mueve hacia Dios contemplando al Salvador que lo refresca y fortalece. En ella, Dios es glorificado y el creyente edificado.[92]

La piedad en el salterio
Calvino ve los Salmos como el manual canónico de la piedad. En el prefacio a su comentario en cinco volúmenes a los Salmos –su mayor exposición de un libro de la Biblia– escribe Calvino: “…”[93] La preocupación de Calvino con el Salterio estaba motivada por su creencia de que los Salmos enseñan e inspiran genuina piedad de la siguiente manera:
· Como revelación de Dios, los salmos nos enseñan acerca de Dios. Porque son teológicos así como doxológicos, son nuestro credo cantado.[94]
· Claramente enseñan nuestra necesidad de Dios. Nos dicen quiénes somos y por qué necesitamos la ayuda de Dios.[95]
· Ofrecen el divino remedio para nuestras necesidades. Presentan a Cristo en su persona, oficios, sufrimientos, muerte, resurrección y ascensión. Anuncian el camino de salvación, proclamando la bendición de la justificación sólo por la fe, y la necesidad de santificación por el Espíritu con la Palabra.[96]
· Demuestran la asombrosa bondad de Dios y nos invitan a meditar en su gracia y misericordia. Nos llevan a arrepentirnos y a temer a Dios, a confiar en su Palabra y a esperar en su misericordia.
· Nos enseñan a acudir al Dios de la salvación mediante la oración y nos muestran cómo traer nuestras peticiones a Dios.[97] Nos muestran cómo orar confiadamente en medio de la adversidad.[98]
· Nos muestran la profundidad de la comunión que podemos disfrutar con nuestro Dios guardador del pacto. Nos muestran cómo la iglesia viva es la esposa de Dios, los hijos de Dios y el rebaño de Dios.
· Proporcionan un vehículo de adoración comunitaria. Muchos usan pronombres en primera persona del plural (“nosotros”, “nuestro”) para indicar este aspecto comunitario, pero incluso los que usan pronombres en primera persona del singular, incluyen a todos los que aman al Señor y están comprometidos con Él. Nos mueven a confiar y alabar a Dios, y a amar a nuestro prójimo. Fomentan confianza en las promesas de Dios, celo por Él y su casa, y compasión por los que sufren.
· Abarcan toda la diversidad de experiencias espirituales, incluyendo fe e incredulidad, gozo en Dios y pesar por el pecado, presencia divina y deserción divina. Como dice Calvino, son “una anatomía de todas las partes del alma”.[99] Aún vemos nuestras afecciones y enfermedades espirituales en las palabras de los salmistas. Cuando leemos acerca de sus experiencias, somos conducidos al auto-examen y fe por la gracia del Espíritu. Los salmos de David, especialmente, son como un espejo en que somos llevados a alabar a Dios y encontrar descanso en sus propósitos soberanos.[100]
Calvino se adentró en los Salmos durante veinticinco años como comentador, predicador, erudito bíblico y director de adoración.[101] Pronto comenzó a trabajar en versiones metrificadas de los Salmos, para usarlos en el culto público. El 16 de enero de 1537, poco después de su llegada a Ginebra, Calvino pidió a su consejo introducir el canto de los Salmos en el culto de la iglesia. Aprovechó el talento de otros hombres, como Clement Marot, Louis Bourgeois y Teodoro Beza, para producir el salterio ginebrino. Esa obra tardaría veinticinco años en completarse. La primera colección (1539) contenía dieciocho salmos, seis de los cuales puso en verso Calvino. El resto fue hecho por el poeta francés Marot. Una versión extendida (1542) que contenía treinta y cinco salmos fue posterior, seguida por una de cuarenta y nueve salmos (1543). Calvino escribió el prefacio de ambas, recomendando la práctica del canto colectivo. Tras la muerte de Marot en 1544, Calvino alentó a Beza a poner en verso el resto de los Salmos. En 1564, dos años antes de su muerte, Calvino se alegró de ver la primera edición completa del salterio ginebrino.[102]
El salterio ginebrino está dotado de una excelente colección de 125 melodías, escritas particularmente para los Salmos por músicos destacados, de quienes Louis Bourgeois es el más conocido. Las composiciones son melódicas, distintivas y reverentes.[103] Expresan claramente las convicciones de Calvino de que la piedad es más promovida cuando se da prioridad al texto por encima de la melodía, al tiempo que se reconoce que los Salmos merecen su propia música. Puesto que la música debería ayudar a la recepción de la Palabra, Calvino dice que debería ser “de peso, dignificada, majestuosa y modesta” –adecuándose a las actitudes de una criatura pecaminosa en la presencia de Dios.[104] Esto protege la soberanía de Dios en la adoración y permite una apropiada conformidad entre la disposición interna del creyente y su confesión externa.
El canto de los salmos es uno de los cuatro actos principales de la adoración eclesial –creía Calvino. Es una extensión de la oración. Es también la contribución vocal más significante del pueblo en el culto. Los salmos se cantaban en los cultos de la mañana y de la tarde del domingo. Comenzando en 1546, una lista impresa indicaba qué salmos habían de ser cantadas en cada ocasión. Los salterios eran asignados a cada culto conforme a los textos que se predicaban. Para 1562, se cantaban tres salmos en cada culto.[105]
Calvino creía que el canto colectivo subyugaba el corazón caído y reeducaba las afecciones caprichosas en el camino de la piedad. Como la predicación y los sacramentos, el canto de los salmos disciplina las afecciones del corazón en la escuela de la fe y eleva al creyente a Dios. El canto de los salmos amplifica el efecto de la Palabra en el corazón y multiplica la energía espiritual de la iglesia. “Los salmos pueden estimularnos a levantar nuestros corazones a Dios y despertarnos un ardor por invocar, así como exaltar con alabanzas, la gloria de su nombre” –escribe Calvino.[106] Con la dirección del Espíritu, el canto de los salmos afina los corazones de los creyentes para la gloria.
El salterio ginebrino fue una parte integral de la adoración calvinista durante siglos. Estableció el modelo para posteriores libros de salmos reformados franceses, así como para aquellos en inglés, holandés, alemán y húngaro. Como libro devocional, enardeció los corazones de miles, pero la gente que cantaba de él entendía que su poder no estaba en el libro o en sus palabras, sino en el Espíritu que imprimía aquellas palabras en sus corazones.
El salterio ginebrino promovía la piedad estimulando una espiritualidad de la Palabra que era colectiva y litúrgica, y que deshacía la distinción entre liturgia y vida. Los calvinistas cantaban libremente los salmos no sólo en sus iglesias, sino también en los hogares y lugares de trabajo, en las calles y en el campo.[107] El canto de los salmos se convirtió en un “medio de auto-identificación hugonote”.[108] Este piadoso ejercicio se convirtió en un emblema cultural. En pocas palabras, como escribe T. Hartley Hall: “En versiones bíblicas o métricas, los salmos, junto con las melodías majestuosas con las que pronto fueron unidos, son claramente el corazón y alma de la piedad reformada”.[109]

Dimensiones prácticas
Aunque Calvino veía la iglesia como el vivero de la piedad, también enfatizaba la necesidad de la piedad personal. El cristiano se esfuerza por la piedad porque ama la justicia, anhela vivir para la gloria de Dios, y se deleita en obedecer la regla de justicia de Dios expuesta en la Escritura.[110] Dios mismo es el centro de la vida cristiana[111] –una vida que es, por tanto, llevada a cabo en la auto-negación, particularmente expresada en llevar la cruz al igual que Cristo.[112]
Para Calvino, tal piedad “es el comienzo, mitad y final de la vida cristiana”.[113] Comprende numerosas dimensiones prácticas para la vida cristiana diaria, que son minuciosamente explicadas en la Institución, comentarios, sermones, cartas y tratados de Calvino. Ahí está la esencia de lo que Calvino dice sobre la oración, el arrepentimiento y la obediencia, así como sobre la vida cristiana piadosa en los capítulos 6-10 del Libro 3 de la Institución de 1559.[114]

La oración
La oración es el principal y perpetuo ejercicio de fe y el elemento primordial de la piedad, dice Calvino.[115] La oración muestra la gracia de Dios al creyente cuando el creyente ofrece alabanzas a Dios y pide su fidelidad. Comunica piedad tanto privada como colectivamente.[116]
Calvino dedicó el segundo capítulo más largo de la Institución (Libro 3, capítulo 20) a la oración, proporcionando seis propósitos para ella: acudir a Dios con cada necesidad, poner todas nuestras peticiones ante Dios, prepararnos para recibir los beneficios de Dios con humilde gratitud, meditar sobre la bondad de Dios, instaurar el espíritu apropiado de deleite en las respuestas de Dios a la oración, y confirmar su providencia.[117]
Dos problemas aparecerán, probablemente, con la doctrina de la oración de Calvino. En primer lugar, cuando el creyente se somete, obedientemente, a la voluntad de Dios, no renuncia, necesariamente, a su propia voluntad. Antes bien, mediante el acto de la oración sumisa, el creyente invoca la providencia de Dios para que actúe en su favor. Así pues, la voluntad del hombre, bajo la guía del Espíritu, y la voluntad de Dios trabajan juntas en comunión.
En segundo lugar, a la objeción de que la oración parece superflua a la luz de la omnisciencia y omnipotencia de Dios, Calvino responde que Dios ordenó la oración más para el hombre, como un ejercicio de piedad, que para sí mismo. La providencia debe ser entendida en el sentido de que Dios ordena los medios juntamente con los fines. La oración es, así pues, un medio para recibir lo que Dios ha planeado otorgar.[118] La oración en un camino por el que los creyentes buscan y reciben lo que Dios ha determinado hacer por ellos desde la eternidad.[119]
Calvino trata la oración como un don antes que un problema. La correcta oración está gobernada por reglas, dice. Éstas incluyen orar con:
un sincero sentido de reverencia
un sentido de necesidad y arrepentimiento
una renuncia de toda confianza en uno mismo y una humilde petición de perdón
una esperanza segura
Todas estas reglas son repetidamente violadas incluso por los más santos del pueblo de Dios. No obstante, por amor a Cristo, Dios no abandona a los piadosos, sino que tiene misericordia de ellos.[120]
A pesar de las faltas de los creyentes, la oración es requerida para el aumento de la piedad, pues la oración disminuye el amor propio y multiplica la dependencia de Dios. Como adecuado ejercicio de piedad, la oración une a Dios y al hombre –no en sustancia, sino en voluntad y propósito. Al igual que la Cena del Señor, la oración eleva al creyente a Cristo y concede a Dios la debida gloria.
Esa gloria es el propósito de las tres primeras peticiones de la oración del Señor, así como de otras peticiones que tratan de su creación. Puesto que la creación depende de la gloria de Dios para su preservación, toda la oración del Señor está dirigida a la gloria de Dios.[121]
En la oración del Señor, Cristo “provee palabras a nuestros labios”, dice Calvino.[122] Nos muestra cómo todas nuestras oraciones deben ser controladas, formadas e inspiradas por la Palabra de Dios. Sólo esto puede proporcionar santo atrevimiento en la oración, “que justamente concuerda con el temor, la reverencia y la solicitud”.[123]
Debemos ser disciplinados y constantes en la oración, pues la oración nos mantiene en comunión con Cristo. Nos son confirmadas, en la oración, las intercesiones de Cristo, sin las cuales nuestras oraciones serían rechazadas.[124] Sólo Cristo puede convertir el trono de la temible gloria de Dios en un trono de gracia, al cual nos podemos acercar en oración.[125] Así pues, la oración es el canal entre Dios y el hombre. Es la manera en que el cristiano expresa su alabanza y adoración de Dios, y pide la ayuda de Dios en sumisa piedad.[126]

Arrepentimiento
El arrepentimiento es el fruto de la fe y la oración. Lutero dijo en sus noventa y cinco tesis que toda la vida cristiana debería estar marcada por el arrepentimiento. Calvino también ve el arrepentimiento como un proceso que dura toda la vida. Dice que el arrepentimiento no es, meramente, el comienzo de la vida cristiana: es la vida cristiana. Implica confesión de pecado así como crecimiento en santidad. El arrepentimiento es la respuesta de por vida del creyente al evangelio en su vida externa, mente, corazón, actitud y voluntad.[127]
El arrepentimiento comienza con convertirse a Dios desde el corazón, y procede de un puro y sincero temor de Dios. Implica morir a uno mismo y al pecado (mortificación) y vivir a la justicia (vivificación) en Cristo.[128]
Calvino no limita el arrepentimiento a una gracia interna, sino que lo ve como la redirección de todo el ser del hombre a la justicia. Sin un puro y sincero temor de Dios, el hombre no será consciente de la atrocidad del pecado ni querrá morir a él. La mortificación es esencial porque, aunque el pecado deja de reinar en el creyente, no deja de morar en él. Romanos 7:14-25 muestra que la mortificación es un proceso que dura toda la vida. Con la ayuda del Espíritu, el creyente debe mortificar el pecado cada día mediante la abnegación, llevando la cruz y la meditación en la vida futura.
El arrepentimiento también se caracteriza por la novedad de vida, sin embargo. La mortificación es el medio para la vivificación, que Calvino define como “el deseo de vivir de manera santa y devota, un deseo que surge en el nuevo nacimiento; como si se dijera que el hombre muere para sí para que comience a vivir para Dios.[129] La verdadera abnegación resulta en una vida entregada a la justicia y la misericordia. Los piadosos “dejan de hacer el mal” a la vez que “aprenden a hacer el bien”. Mediante el arrepentimiento, se inclinan en el polvo ante su Juez santo y, entonces, son levantados para participar de la vida, muerte, justicia e intercesión de su Salvador. Como escribe Calvino: “Pues si verdaderamente participamos de su muerte, nuestro viejo hombre es crucificado por su poder, y el cuerpo de pecado perece (Ro. 6:6), para que la corrupción de la naturaleza original no se extienda más. Si compartimos su resurrección, mediante ella somos resucitados para novedad de vida correspondiente a la justicia de Dios”.[130]
Las palabras que Calvino usa para describir la vida cristiana piadosa (reparatio, regeneratio, reformatio, renovatio, restitutio) señalan hacia nuestro estado original de justicia. Indican que una vida de pietas es restauradora en naturaleza. Mediante el arrepentimiento producido por el Espíritu, los creyentes son restaurados a la imagen de Dios.[131]

La abnegación
La abnegación es la dimensión sacrificial de la pietas. El fruto de la unión del creyente con Jesucristo es la abnegación, que incluye lo siguiente:
1. La conciencia de que no somos nuestros, sino que pertenecemos a Dios. Vivimos y morimos para Él, conforme a la regla de su Palabra. Así pues, la abnegación no está centrada en uno mismo, como a menudo era el caso en el monasticismo medieval, sino en Dios.[132] Nuestro mayor enemigo no es ni el diablo ni el mundo, sino nosotros mismos.
2. El deseo de buscar las cosas del Señor mediante nuestras vidas enteras. La abnegación no deja lugar al orgullo, lascivia o mundanalidad. Es opuesta al amor propio porque es el amor de Dios.[133] Toda la orientación de nuestra vida debe ser hacia Dios.
3. El compromiso de entregarnos a nosotros mismos y todo lo que poseemos a Dios como sacrificio vivo. Entonces estamos preparados para amar a los otros y estimarlos mejores que nosotros mismos –no viéndolos como son en sí mismos, sino viendo la imagen de Dios en ellos. Esto desarraiga nuestro amor de las disensiones y de nosotros mismos, y lo reemplaza por un espíritu de amabilidad y servicio.[134] Nuestro amor por los otros, entonces, fluye del corazón, y nuestro único límite para ayudarlos es el límite de nuestros recursos.[135] Los creyentes son alentados a perseverar en la abnegación por lo que el evangelio promete acerca de la futura consumación del Reino de Dios. Tales promesas nos ayudan a superar todo obstáculo que se opone a la renuncia a uno mismo y nos asisten para soportar la adversidad.[136]
Más aún, la abnegación nos ayuda a encontrar la verdadera felicidad, porque nos ayuda a hacer aquello para lo que fuimos creados. Fuimos creados para amar a Dios sobre todas las cosas y a nuestro prójimo como a nosotros mismos. La felicidad es el resultado de tener ese principio restaurado. Sin la abnegación, como dice Calvino, podemos poseerlo todo sin poseer un ápice de la verdadera felicidad.

Llevar la cruz
Mientras que la abnegación se centra en la conformidad interna a Cristo, llevar la cruz se centra en la semejanza a Cristo externa. Quienes están en comunión con Cristo deben prepararse para una vida dura y penosa, llena de muchos tipos de males, dice Calvino. Esto no es, simplemente, debido al efecto del pecado en este mundo caído, sino a causa de la unión del creyente con Cristo. Porque su vida fue una perpetua cruz, la nuestra también debe incluir sufrimiento.[137] No solamente participamos de los beneficios de su obra expiatoria en la cruz, sino que también experimentamos la obra del Espíritu por la que nos transforma a la imagen de Cristo.[138]
Llevar la cruz prueba la piedad, dice Calvino. Llevando la cruz somos despertados a la esperanza, entrenados en la paciencia, instruidos en la obediencia y corregidos en el orgullo. Llevar la cruz es nuestra medicina y nuestro escarmiento. Revela la debilidad de nuestra carne y nos enseña a sufrir por amor a la justicia.[139]
Felizmente, Dios promete estar con nosotros en todos nuestros sufrimientos. Incluso transforma el sufrimiento asociado a la persecución en consuelo y bendición.[140]

La vida presente y la futura
Llevando la cruz, aprendemos a tener desprecio por la vida presente, cuando la comparamos con las bendiciones del cielo. Esta vida no es nada comparada con lo que ha de venir. Es como humo o una sombra. “Si el cielo es nuestro patria, ¿qué otra cosa es la tierra sino nuestro lugar de exilio? Si la partida del mundo es la entrada en la vida, ¿qué otra cosa es el mundo sino un sepulcro?” –pregunta Calvino.[141] “Nadie ha hecho progreso en la escuela de Cristo si no espera alegremente el día de la muerte y resurrección final” –concluye.[142]
Típicamente, Calvino usa el complexio oppositorum cuando explica la relación del cristiano con este mundo, presentando extremos para encontrar un término medio entre ellos. Así pues, por un lado, llevar la cruz nos crucifica al mundo y el mundo a nosotros. Por otro lado, el cristiano devoto disfruta de esta vida presente, aunque con la debida restricción y moderación, pues es enseñado a usar las cosas de este mundo con el propósito para el que Dios las destinó. Calvino no era un asceta. Disfrutaba la buena literatura, la buena comida y las bellezas de la naturaleza. Pero rechazaba todo forma de exceso terrenal. El creyente es llamado a la moderación de Cristo, que incluye modestia, prudencia, huida de la exhibición y contentamiento con la situación que nos ha tocado,[143] pues es la esperanza de la vida que ha de venir la que da propósito y disfrute a nuestra vida presente. Esta vida siempre está procurando una vida mejor celestial.[144]
¿Cómo es posible, entonces, para el cristiano verdaderamente piadoso mantener un equilibrio adecuado, disfrutando de los regalos que Dios da en este mundo mientras evita la trampa de la auto-indulgencia? Calvino ofrece cuatro principios indicadores:
1. Reconocer que Dios es el dador de todo regalo bueno y perfecto. Esto debería restringir nuestras concupiscencias, porque nuestra gratitud a Dios por sus regalos no se puede expresar mediante una codiciosa recepción de ellos.
2. Entender que, si tenemos pocas posesiones, debemos soportar nuestra pobreza pacientemente para que no caigamos en deseos desordenados.
3. Recordar que somos administradores del mundo en que Dios nos ha colocado. Pronto tendremos que darle cuenta de nuestra administración.
4. Saber que Dios nos ha llamado para sí mismo y su servicio. A causa de ese llamamiento, nos esforzamos por cumplir con nuestras tareas en su servicio, para su gloria y bajo su ojo vigilante y benevolente.[145]

La obediencia
Para Calvino, la obediencia incondicional a la voluntad de Dios es la esencia de la piedad. La piedad vincula el amor, la libertad y la disciplina sujetándolos todos a la voluntad y Palabra de Dios.[146] El amor es el grandioso principio que impide que la piedad degenere en el legalismo. Al mismo tiempo, la ley proporciona el contenido para el amor.
La piedad incluye reglas que gobiernan la respuesta del creyente. Privadamente, esas reglas toman la forma de la abnegación y llevar la cruz; públicamente, son expresadas en el ejercicio de la disciplina eclesial, como Calvino puso en práctica en Ginebra. En cualquier caso, la gloria de Dios impone la obediencia disciplinada. Para Calvino, el cristiano piadoso no es ni débil ni pasivo, sino dinámicamente activo en el seguimiento de la obediencia, muy similar a un corredor de distancias, un colegial diligente o un guerrero heroico, sometiéndose a la voluntad de Dios.[147]
En el prefacio de su comentario a los Salmos, Calvino escribe: “Ésta es la verdadera prueba de nuestra obediencia, en que, diciendo adiós a nuestros afectos, nos sujetamos a Dios y permitimos que nuestras vidas sean de tal manera gobernadas por su voluntad que las cosas más amargas y duras para nosotros –porque vienen de Él– se nos hacen más dulces”.[148] “Dulce obediencia” –Calvino acogió de buen agrado tales descripciones. Según I. John Hesselink, Calvino describió la vida piadosa con palabras como dulce, dulcemente o dulzura cientos de veces en su Institución, comentarios, sermones y tratados. Calvino escribe de la dulzura de la ley, la dulzura de Cristo, la dulzura de la consolación en medio de la adversidad y la persecución, la dulzura de la oración, la dulzura de la Cena del Señor, la dulzura de la oferta gratuita de Dios de la vida eterna en Cristo, y la dulzura de la gloria eterna.[149]
Escribe del dulce fruto de la elección, también, diciendo que, finalmente, este mundo y todas sus glorias pasarán. Lo que nos da seguridad de salvación aquí y esperanza de la vida que ha de venir es que hemos sido “escogidos en Cristo desde antes de la fundación del mundo” (Ef. 1:4).[150] Jamás seremos claramente persuadidos…de que nuestra salvación emana del manantial de la misericordia gratuita de Dios hasta que conozcamos el dulce fruto de la elección eterna de Dios”.[151]

Conclusión
Calvino se esforzó por vivir él mismo la vida de pietas –teológica, eclesiástica y prácticamente. Al final de la vida de Calvino, Teodoro de Beza escribió: “Habiendo sido espectador de su conducta durante dieciséis años,… puedo ahora declarar que en él todos los hombres pueden ver un muy bello ejemplo del carácter cristiano, un ejemplo que es tan fácil de calumniar como difícil de imitar.[152]
Calvino nos muestra la piedad de un ferviente teólogo reformado que habla desde el corazón. Habiendo gustado la bondad y gracia de Dios en Jesucristo, siguió la piedad buscando conocer y hacer la voluntad de Dios cada día. Tuvo comunión con Cristo, practicó el arrepentimiento, la abnegación y el llevar la cruz, y se involucró en importantes mejoras sociales.[153] Su teología se concretó en la piedad sincera centrada en Cristo.[154]
Para Calvino y los reformadores de la Europa del siglo XVI, doctrina y oración, así como fe y adoración, están integralmente conectados. Para Calvino, la Reforma incluye la reforma de la piedad (pietas), o la espiritualidad, tanto como una reforma de la teología. La espiritualidad que había sido enclaustrada tras los muros de los monasterios durante siglos se había colapsado. La espiritualidad medieval quedó reducida a una devoción célibe, ascética y penitente en el convento o monasterio. Pero Calvino ayudó a los cristianos a entender la piedad en términos de vivir y actuar cada día conforme a la voluntad de Dios (Ro. 12:1-2) en medio de la sociedad humana. Mediante la influencia de Calvino, la espiritualidad protestante se enfocó en cómo vivir la vida cristiana en la familia, el campo, la fábrica y el mercado.[155] Calvino ayudó a los protestantes a cambiar todo el foco de la vida cristiana.
La enseñanza, predicación y catequismo de Calvino fomentó crecimiento en la relación entre los creyentes y Dios. La piedad significa experimentar la santificación como una obra divina de renovación expresada en arrepentimiento y justicia, que progresa mediante el conflicto y la adversidad de manera similar a Cristo. En tal piedad, la oración y la adoración son centrales, tanto en privado como en la comunidad de los creyentes.
La adoración de Dios siempre es principal, pues nuestra relación con Dios tiene preferencia sobre todo lo demás. Esa adoración, sin embargo, es expresada en cómo vive el creyente su vocación y cómo trata a su prójimo, pues nuestra relación con Dios se ve más concretamente en la transformación de toda relación humana. La fe y la oración, porque transforman a todo creyente, no pueden ocultarse. Finalmente, por tanto, deben transformar a la iglesia, la comunidad y el mundo.

[1] Serene Jones, Calvin and the Rhetoric of Piety (Louisville: Westminster/John Knox Press, 1995). Desafortunadamente, Jones exagera el uso de Calvino de la retórica en el servicio de la piedad.
[2]Citado en John Hesselink, “The Development and Purpose of Calvin’s Institutes,” en Articles on Calvin and Calvinism, vol. 4, Influences upon Calvin and Discussion of the 1559 Institutes, ed. Richard C. Gamble (New York: Garland, 1992), 215-16.
[3] Véase Brian A. Gerrish, “Theology within the Limits of Piety Alone: Schleiermacher and Calvin’s Doctrine of God” (1981), reimpreso en The Old Prestantism and the New (1982), cap. 12.
[4] Juan Calvino, Institución de la religión cristiana [a partir de ahora, Inst.].
[5] Cf. Lucien Joseph Richard, The Spirituality of John Calvin (Atlanta: John Knox Press, 1974), 100-101; Sou-Young Lee, “Calvin’s Understanding of Pietas,” in Calvinus Sincerioris Religionis Vindex, ed. W.H. Neuser & B.G. Armstrong (Kirksville, Mo.: Sixteenth Century Studies, 1997), 226-33; H.W. Simpson, “Pietas in the Institutes of Calvin,” Reformational Tradition: A Rich Heritage and Lasting Vocation (Potchefstroom: Potchefstroom University for Christian Higher Education, 1984), 179-91.
[6] John Calvin: Catechism 1538, ed. and trans. Ford Lewis Battles (Pittsburgh: Pittsburgh Theological Seminary), 2.
[7] Inst., libro 1, capítulo 2, sección 1. A partir de ahora, se empleará el formato 1.2.1.
[8] Inst. 3.19.2.
[9] Institución de la religión cristiana: edición de 1536, traducción al inglés de Ford Lewis Battles, rev. ed. (Grand Rapids: Eerdmans, 1986). El título original latino reza: Christianae religionis institutio total fere pietatis summam et quidquid est in doctrina salutis cognitu necessarium complectens, omnibut pietatis studiosis lectu dignissimum opus ac recens editum (Joannis Calvini opera selecta, ed. Peter Barth, Wilhelm Niesel, and Dora Scheuner, 5 vols. [Munich: Chr. Kaiser, 1926-52], 1:19 [a partir de ahora, OS]. Desde 1539 en adelante, el título fue simplemente Institutio Christianae Religionis, pero el “celo de piedad” continuó siendo un gran objetivo de la obra de Calvino. Véase Richard A. Muller, The Unaccommodated Calvin: Studies in the Foundation of a Theological Tradition (New York: Oxford University Press, 2000), 106-107.
[10] Calvin’s New Testament Commentaries, ed. David W. Torrance and Thomas F. Torrance, 12 vols. (Grand Rapids: Eerdmans, 1959-72), The Second Epistle of Paul the Apostle to the Corinthians, and the Epistles to Timothy, Titus and Philemon, trans. Thomas A. Smail (Grand Rapids: Eerdmans, 1964), 243-44. A partir de ahora, Commentary [on text].
[11] Para las raíces de la piedad de Calvino, véase William J. Bouwsma, “The Spirituality of John Calvin,” en Christian Spirituality: High Middle Ages and Reformation, ed. Jill Raitt (New York: Crossroad, 1987), 318-33.
[12] Inst. 3.2.1; Calvin, Ioannis Calvini opera quae supersunt omnia, ed. Wilhelm Baum, Edward Cunitz, and Edward Reuss, Corpus Reformatorum, vols. 29-87 (Brunsvigae: C.A. Schwetschke and Son, 1863-1900), 43:428, 47:316. A partir de ahora, CO.
[13] CO 26:693.
[14] OS 1:363-64.
[15] CO 24:362.
[16] Inst. 3.7.1.
[17] CO 26:225; 29:5; 51:147.
[18] CO 49:51.
[19] CO 26:166, 33:186, 47:377-78, 49:245, 51:21.
[20] CO 6:9-10.
[21] CO 26:439-40.
[22] “The Unio Mystica and the Assurance of Faith According to Calvin,” en Calvin Erbe und Auftrag: Festschrift für Wilhelm Heinrich Neuser zum 65. Geburtstag, ed. Willem van’t Spijker (Kampen: Kok, 1991), 78.
[23] P. ej., Charles Partee, “Calvin’s Central Dogma Again,” Sixteenth Century Journal 18, 2 (1987):194. Cf. Otto Gründler, “John Calvin: Ingrafting in Christ,” en The Spirituality of Western Christendom, ed. Rozanne Elder (Kalamazoo, Mich.: Cistercian, 1976), 172-87; Brian G. Armstrong, “The Nature and Structure of Calvin’s Thought According to the Institutes: Another Look,” en John Calvin’s Magnum Opus (Potchefstroom, South Africa: Institute for Reformational Studies, 1986), 55-82; Guenther Haas, The Concept of Equity in Calvin’s Ethics (Waterloo, Ontario: Wilfred Laurier University Press, 1997).
[24] Inst. 3.11.9. Cf. CO 15:722.
[25] Howard G. Hageman, “Reformed Spirituality,” en Protestant Spiritual Traditions, ed. Frank C. Senn (New York: Paulist Press, 1986), 61.
[26] Inst. 3.2.24.
[27] Dennis Tamburello señala que “al menos hay siete casos en la Institución donde Calvino emplea la palabra arcanus or incomprehensibilis para describir la unión con Cristo” (2.12.7; 3.11.5; 4.17.1, 9 31, 33; 4.19.35; Union with Christ: John Calvin and the Mysticism of St. Bernard [Louisville: Westminster/John Knox, 1994], 89, 144). Cf. William Borden Evans, “Imputation and Impartation: The Problem of Union with Christ in Nineteenth-Century American Reformed Theology” (Ph.D. dissertation, Vanderbilt University, 1996), 6-68.
[28] Commentary on John 6:51.
[29] Inst. 2.16.16.
[30] Willem van’t Spijker, “Extra nos and in nos by Calvin in a Pneumatological Light,” en Calvin and the Holy Spirit, ed. Peter DeKlerk (Grand Rapids: Calvin Studies Society, 1989), 39-62; Merwyn S. Johnson, “Calvin’s Ethical Legacy,” en The Legacy of John Calvin, ed. David Foxgrover (Grand Rapids: Calvin Studies Society, 2000), 63-83.
[31] OS 1:435-36; Willem van’t Spijker, “Extra nos and in nos by Calvin in a Pneumatological Light”, 44.
[32] Inst. 3.1.4.
[33] Inst. 4.17.6; Commentary on Acts 15:9.
[34] Commentary on Ephesians 5:32.
[35] Inst. 3.1.1; 4.17.12.
[36] “Calvinus Vermilio” (#2266, 8 Aug 1555), CO 15:723-24.
[37] CR 50:199. Cf. Barbara Pitkin, What Pure Eyes Could See: Calvin’s Doctrine of Faith in its Exegetical Context (New York: Oxford University Press, 1999).
[38] Institutes 2.9.2; Commentary on 1 Peter 1:25. Cf. David Foxgrover, “John Calvin’s Understanding of Conscience” (Ph.D. dissertation, Claremont, 1978), 407ff.
[39] The Commentaries of John Calvin on the Old Testament, 30 vols. (Edinburgh: Calvin Translation Society, 1843-48), on Genesis 15:6. De aquí en adelante, Commentary on text. Cf. Commentary on Luke 2:21.
[40] Inst. 3.2.6.
[41] Inst. 3.2.30-32.
[42] Inst. 3.2.24; Commentary on 1 John 2:12.
[43] Sermons on the Epistle to the Ephesians, trans. Arthur Golding (1577; reprint Edinburgh: Banner of Truth Trust, 1973), 1:17-18. A partir de ahora, Sermon on Ephesians text.
[44] Commentary on Ephesians 3:12.
[45] Sermon on Ephesians 3:14-19.
[46] Commentary on Habakkuk 2:4.
[47] “The Third Part of Christian Freedom Misplaced,” en Later Calvinism: International Perspectives, ed. W. Fred Graham (Kirksville, Mo.: Sixteenth Century Journal, 1994), 484-85.
[48] Inst. 3.11.1.
[49] Sermons on Galatians, trans. Kathy Childress (Edinburgh: Banner of Truth Trust, 1997), 2:17-18. A partir de ahora, Sermon on Galatians text.
[50] Inst. 3.11.2
[51] Ibid.
[52] Inst. 3.11.1; 3.15.7
[53] Inst. 3.13.1.
[54] Inst. 1.7.5.
[55] Commentary on John 17:17-19.
[56] Inst. 3.11.6.
[57] Sermon on Galatians 2:17-18.
[58] Commentary on Romans 6:2.
[59] Inst. 4.1.1, 4.1.3-4; cf. Joel R. Beeke, “Glorious Things of Thee Are Spoken: The Doctrine of the Church,” en Onward, Christian Soldiers: Protestants Affirm the Church, ed. Don Kistler (Morgan, Pa.: Soli Deo Gloria, 1999), 23-25.
[60] Inst. 4.1.4-5
[61] Commentary on Psalms 20:10.
[62] Commentary on Romans 12:6.
[63] Commentary on 1 Corinthians 12:12.
[64] Commentary on 1 Corinthians 4:7.
[65] Commentary on Ephesians 4:12.
[66] Commentary on Psalm 18:31; 1 Corinthians 13:12; Inst. 4.1.5, 4.3.2.
[67] Sermons of M. John Calvin, on the Epistles of S. Paule to Timothie and Titus, trans. L.T. (1579; reprint facsimile, Edinburgh: Banner of Truth Trust, 1983), 1 Timothy 1:8 11. A partir de ahora, Sermon on text.
[68] Calvin: Theological Treatises, ed. J.K.S. Reid (Philadelphia: Westminster Press, 1954), 173. Cf. Brian Armstrong, “The Role of the Holy Spirit in Calvin’s Teaching on the Ministry,” Calvin and the Holy Spirit, ed. P. DeKlerk (Grand Rapids: Calvin Studies Society, 1989), 99-111.

[69] Selected Works of John Calvin: Tracts and Letters, ed. Henry Beveridge and Jules Bonnet (1849; reprint Grand Rapids: Baker, 1983), 2:56, 69.

[70] Institutes of the Christian Religion: 1536 Edition, 36.
[71] Inst. 2.7.12. Calvino obtiene considerable apoyo para su tercer uso de la ley en los salmos davídicos (cf. Inst. 2.7.12 y su Commentary on the Book of Psalms, trans. James Anderson, 5 vols. [Grand Rapids: Eerdmans, 1949]).
[72] “Law—Third use of the law,” en Encyclopedia of the Reformed Faith, ed. Donald K. McKim (Louisville: Westminster/John Knox, 1992), 215-16. Cf. Edward A. Dowey, Jr., “Law in Luther and Calvin,” Theology Today 41, 2 (1984):146-53; I. John Hesslink, Calvin’s Concept of the Law (Allison Park, Pa.: Pickwick, 1992), 251-62.
[73] Joel Beeke and Ray Lanning, “Glad Obedience: The Third Use of the Law,” en Trust and Obey: Obedience and the Christian, ed. Don Kistler (Morgan, Pa.: Soli Deo Gloria, 1996), 154-200; W. Robert Godfrey, “Law and Gospel,” en New Dictionary of Theology, eds. Sinclair B. Ferguson, David F. Wright, J. I. Packer (Downers Grove, Ill.: InterVarsity Press, 1988), 379.
[74] Inst. 4.14.1.
[75] Inst. 4.16.9; Ronald S. Wallace, Calvin’s Doctrine of the Word and Sacrament (London: Oliver and Boyd, 1953), 175-83. Cf. H.O. Old, The Shaping of the Reformed Baptismal Rite in the Sixteenth Century (Grand Rapids: Eerdmans, 1992).
[76] Inst. 4.17.8-12.
[77] Ibid.
[78] Inst. 4.17.24,33.
[79] Inst. 4.17.12
[80] CO 9:47, 522.
[81] Inst. 4.14.18.
[82] Commentary on 1 Corinthians 11:25.
[83] Commentary on Mathew 3:11; Acts 2:38; 1 Peter 3:21.
[84] OS 1:136, 145.
[85] Inst. 4.18.3.
[86] Inst. 4.18.17
[87] Inst. 4.17.44.
[88] Inst. 4.18.13.
[89] “Calvin’s Eucharistic Piety,” en The Legacy of John Calvin, ed. David Foxgrover (Grand Rapids: CRC, 2000), 53.
[90] OS 1, 76.
[91] Brian A. Gerrish, Grace and Gratitude: The Eucharistic Theology of John Calvin (Minneapolis: Fortress Press, 1993), 19-20.
[92] Lionel Greve, “Freedom and Discipline in the Theology of John Calvin, William Perkins and John Wesley: An Examination of the Origin and Nature of Pietism” (Ph.D., dissertation, Hartford Seminary Foundation, 1975), 124-25.
[93] CO 31:19; traducción al inglés de Barbara Pitkin, “Imitation of David: David as a Paradigm for Faith in Calvin’s Exegesis of the Psalms,” Sixteenth Century Journal 24: 4 (1993):847.
[94] James Denney, The Letters of Principal James Denney to His Family and Friends (London: Hodder & Stoughton, n.d.), 9.
[95] Véase James Luther Mays, “Calvin’s Commentary on the Psalms: The Preface as Introduction,” en John Calvin and the Church: A Prism of Reform (Louisville: Westminster/John Knox Press, 1990), 201-204.
[96] Allan M. Harman, “The Psalms and Reformed Spirituality,” Reformed Theological Review 53, 2 (1994), 58.
[97] Commentary on the Psalms, 1:xxxvi-xxxxix.
[98] Ibid., Psalm 5:11, 118:5.
[99] Ibid., 1:xxxix. Véase James A. De Jong, “‘An Anatomy of All Parts of the Soul’: Insights into Calvin’s Spirituality from His Psalms Commentary,” en Calvinus Sacrae Scripturae Professor (Grand Rapids: Eerdmans, 1994), 1-14.
[100] Commentary on the Psalms, 1:xxxix.
[101] John Walchenbach, “The Influence of David and the Psalms on the Life and Thought of John Calvin” (Th.M. thesis, Pittsburgh Theological Seminary, 1969).
[102] Más de 30.000 copias del primer salterio de Ginebra completo, de 500 páginas, fueron impresas por más de cincuenta editores franceses y suizos diferentes en el primer año, y al menos 27.400 copias fueron editadas en Ginebra en los primeros meses (Jeffrey T. VanderWilt, “John Calvin’s Theology of Liturgical Song,” Christian Scholar’s Review 25 [1996]:67. Cf. Le Psautier de Genève, 1562-1685: Images, commentées et essai de bibliographie, intro. J.D. Candaus (Geneva: Bibliothèque publique et universitaire, 1986), 1:16-18; John Witvliet, “The Spirituality of the Psalter: Metrical Psalms in Liturgy and Life in Calvin’s Geneva,” en Calvin’s Study Society Papers, 1995-1997, ed. David Foxgrover (Grand Rapids: CRC, 1998), 93-117.
[103] A diferencia de Lutero, Calvino procuró no mezclar las melodías seculares con el canto sagrado, y creía que todo el canto de los salmos debía estar en la lengua vernácula. El fundamento para el canto litúrgico de los salmos se encuentran en la evidencia de la Escritura y en las prácticas de la iglesia antigua, decía Calvino (VanderWilt, “John Calvin’s Theology of Liturgical Song,” 72, 74).
[104] Preface to the Genevan Psalter (1562) (Charles Garside, Jr., The Origins of Calvin’s Theology of Music: 1536-1543 [Philadelphia: The American Philosophical Society, 1979], 32-33).
[105] Cf. John Calvin: Writings on Pastoral Piety, ed and trans. Elsie Anne McKee (New York: Paulist Press, 2001), Part 3.
[106] CO 10:12; cited in Garside, The Origins of Calvin’s Theology of Music, 10.
[107] Witvliet, “The Spirituality of the Psalter,” 117.
[108] W. Stanford Reid, “The Battle Hymns of the Lord: Calvinist Psalmody of the Sixteenth Century,” en Sixteenth Century Essays and Studies, ed. C.S. Meyer (St. Louis: Foundation for Reformation Research, 1971), 2:47.
[109] “The Shape of Reformed Piety,” en Robin Maas and Gabriel O’Donnell, Spiritual Traditions for the Contemporary Church (Nashville: Abingdon Press, 1990), 215. Cf. Reid, “The Battle Hymns of the Lord,” 2:36-54.
[110] Inst. 3.6.2.
[111] Inst. 3.6.3.
[112] Inst. 3.7, 3.8.
[113] Commentary on 1 Timothy 4:7-8.
[114] Esta sección fue, por primera vez, traducida al inglés en 1549 como The Life and Conversation of a Christian Man y a menudo ha sido reimpresa como The Golden Booklet of the True Christian Life.
[115] Véase R.D. Loggie, “Chief Exercise of Faith: An Exposition of Calvin’s Doctrine of Prayer,” Hartford Quarterly 5 (1965):65-81; H.W. Maurer, “An Examination of Form and Content in John Calvin’s Prayers” (Ph.D. dissertation, Edinburgh, 1960).
[116] Debido a las limitaciones de espacio, la oración es aquí considerada en su dimensión personal, pero para Calvino la oración era también de enorme importancia en su aspecto comunitario. Véase McKee, ed., John Calvin, Part 4, para una selección de oraciones individuales y familiares que Calvino preparó como modelos para niños, adultos y familias de Ginebra, así como un número de oraciones sacadas de sus sermones y conferencias bíblicas. Cf. Thomas A. Lambert, “Preaching, Praying, and Policing the Reform in Sixteenth Century Geneva” (Ph.D. dissertation, University of Wisconsin-Madison, 1998), 393-480.
[117] Inst. 3.20.3.
[118] Inst. 3.20.3.
[119] Charles Partee, “Prayer as the Practice of Predestination,” en Calvinus Servus Christi, ed. Wilhelm H. Neuser (Budapest: Pressabteilung des Raday-Kollegiums, 1988), 254.
[120] Inst. 3.20.4-16.
[121] Inst. 3.20.11.
[122] Inst. 3.20.34.
[123] Inst. 3.20.14; Ronald S. Wallace, Calvin’s Doctrine of the Christian Life (London: Oliver and Boyd, 1959), 276-79.
[124] Commentary on Hebrews 7:26.
[125] Inst. 3.20.17.
[126] Greve, “Freedom and Discipline in the Theology of John Calvin,” 143-44. Para considerar cómo impactó en la tradición reformada el énfasis de Calvino en la oración, véase Diane Karay Tripp, “Daily Prayer in the Reformed Tradition: An Initial Survey,” Studia Liturgica 21 (1991):76-107, 190-219.
[127] Inst. 3.3.1-2, 6, 18, 20.
[128] Inst. 3.3.5, 9.
[129] Inst. 3.3.3; Randall C. Gleason, John Calvin and John Owen on Mortification: A Comparative Study in Reformed Spirituality (New York: Peter Lang, 1995), 61.
[130] Inst. 3.3.8-9.
[131] John H. Leith, John Calvin’s Doctrine of the Christian Life (Louisville: Westminster/ John Knox Press, 1989), 70-74.
[132] Inst. 3.7.1.
[133] Inst. 3.7.2.
[134] Inst. 3.7.4-5.
[135] Inst. 3.7.7; Merwyn S. Johnson, “Calvin’s Ethical Legacy,” en The Legacy of John Calvin, ed. David Foxgrover (Grand Rapids: CRC 2000), 74.
[136] Inst. 3.7.8-10.
[137] Richard C. Gamble, “Calvin and Sixteenth-Century Spirituality,” en Calvin Studies Society Papers, ed. David Foxgrover (Grand Rapids: CRC, 1998), 34-35.
[138] Inst. 3.8.1-2.
[139] Inst. 3.8.3-9.
[140] Inst. 3.8.7-8.
[141] Inst. 3.9.4.
[142] Inst. 3.9.5.
[143] Wallace, Calvin’s Doctrine of the Christian Life, 170-95.
[144] Inst. 3.9.3.
[145] Inst. 3.10.
[146] Greve, “Freedom and Discipline en Theology of John Calvin,” 20.
[147] Leith, John Calvin’s Doctrine of the Christian Life, 82-86.
[148] Battles, The Piety of John Calvin, 29.
[149] I. John Hesselink, “Calvin, Theologian of Sweetness” (documento inédito pronunciado como conferencia bajo el título The Henry Meeter Center for Calvin Studies Spring Lecture, March 9, 2000), 10-16.
[150] Para considerar lo que Calvino pensaba sobre la seguridad, véase Randall Zachman, The Assurance of Faith: Conscience in the Theology of Martin Luther and John Calvin (Minneapolis: Fortress Press, 1993); Joel R. Beeke, “Making Sense of Calvin’s Paradoxes on Assurance of Faith,” en Calvin Studies Society Papers, ed. David Foxgrover (Grand Rapids: CRC, 1998), 13-30, y The Quest for Full Assurance: The Legacy of Calvin and His Successors (Edinburgh: The Banner of Truth Trust, 1999), 39-72.
[151] Inst. 3.21.1.
[152] En Selected Works of Calvin, ed. and trans. Henry Beveridge (Grand Rapids: Baker, 1983), 1:c. Para considerar la piedad en la propia vida de Calvino, véase Ford Lewis Battles, The Piety of John Calvin (Grand Rapids: Baker, 1978), 16-20.
[153] Merwyn Johnson, “Calvin’s Ethical Legacy,” 79-83.
[154] Cf. Erroll Hulse, “The Preacher and Piety,” en The Preacher and Preaching, ed. Samuel T. Logan, Jr. (Phillipsburg, N.J.: Presbyterian and Reformed, 1986), 71.
[155] Hughes Oliphant Old, “What is Reformed Spirituality? Played Over Again Lightly,” en Calvin Studies VII, ed. J.H. Leith (Davidson, N.C.: n.p., 1994), 61.