Posted: 07 Sep 2015 07:38 PM PDT
“Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros
fuésemos hechos justicia de Dios en él”. —2 Corintios 5:21
Les traigo ahora… la gran filosofía de la salvación, el misterio escondido, el gran secreto, el
maravilloso descubrimiento que el evangelio trae a luz: cómo Dios es justo y aun así el justificador
de los impíos (Rom. 3:26). Volvamos a leer el texto para luego proceder a discutirlo… “Al que no
conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él”.
Notemos la doctrina… Hay tres personas mencionadas en el texto. “Al que no conoció pecado (Cristo), [Dios] lo hizo pecado por nosotros (los pecadores)
para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él”. Antes de
poder comprender el plan de salvación, nos es necesario conocer algunas
cosas acerca de estas tres personas. A menos que las comprendamos en
alguna medida, para nosotros, la salvación nos resulta imposible.
1. El primero: Dios. Sepan todos lo que Dios es. Dios es un Ser muy diferente de lo que algunos
suponen.
El Dios del cielo y de la tierra, el Jehová de Abraham, Isaac y Jacob,
Creador y Preservador, el Dios de las Sagradas Escrituras y el Dios de
toda gracia, no es el Dios que algunos se fabrican y adoran. ¡Hay
quienes en este país, supuestamente cristiano, adoran a un dios que nos
es más Dios que lo son Venus1 o Baco2! Un dios
fabricado según su parecer, uno ni de piedra o madera, sino formado por
sus propios pensamientos, de una materia prima tan baja que ni siquiera
un pagano hubiera intentado usarla. El Dios de las Escrituras tiene tres
grandes atributos, todos ellos implícitos en el texto.
El Dios de las Escrituras es un Dios soberano. Es decir, es un Dios que tiene autoridad absoluta y
poder absoluto para hacer exactamente lo que le plazca. Por sobre Dios no hay ninguna ley, ni en él
ninguna
obligación. No conoce otro gobierno sino el de su voluntad libre y
poderosa. Aunque no puede ser injusto y no puede hacer nada que no sea
bueno, su naturaleza es absolutamente libre, porque la bondad es la
prerrogativa de la naturaleza de Dios. Dios no puede ser controlado por
la voluntad del hombre, los deseos del hombre ni por el destino en el
que cree el supersticioso. Él es Dios, haciendo lo que es su voluntad en
las huestes del cielo y en este mundo terrenal.Él es, también,
el que no le rinde cuentas a nadie acerca de sus asuntos. Hace a sus
criaturas lo que escoge hacerlas y hace con ellas lo que le place. Si
alguno resiente sus acciones, les dice: “Mas antes, oh hombre, ¿quién
eres tú, para que alterques con Dios? ¿Dirá el vaso de barro al que lo
formó: ¿Por qué me has hecho así? ¿O no tiene potestad el alfarero sobre
el barro, para hacer de la misma masa un vaso para honra y otro para
deshonra?” (Rom. 9:20-21). Dios es bueno, pero Dios es soberano,
absoluto, no existe nada que pueda controlarlo. El monarca de este
mundo no tiene una monarquía constitucional y limitada. No es tirana,
pero está totalmente en las manos de un Dios omnipotente. Y lo recalco:
no está en las manos de nadie más que las de él… Este es el Dios de la
Biblia. Este es el Dios que adoramos. No es un Dios débil, pusilánime,
controlado por la voluntad del hombre, que no puede gobernar la barca de
la providencia, sino un Dios inalterable, infinito y sin fallas. Este
es el Dios que adoramos: Un Dios tan infinitamente superior a sus
criaturas, tan superior como los pensamientos más superiores que puedan
existir, y aun más superior que ellos.
1 Venus – mitología romana: diosa del amor y la belleza física.
2Baco o Dionisio – mitología griega y romana: dios del vino y del éxtasis.
Además, el Dios mencionado aquí es un Dios de justicia infinita. Que es un Dios soberano, lo
compruebo
por las palabras que dicen que a Jesús lo hizo pecado. No podía haberlo
hecho si no hubiera sido soberano. Que es un Dios justo, lo infiero de
mi texto, dado que el camino de salvación es un plan maravilloso para
satisfacer la justicia. Y declaramos ahora que el Dios de las Sagradas
Escrituras es un Dios de justicia inflexible. No es el dios que algunos
de ustedes adoran. Adoran a un dios que hace la vista gorda a pecados
grandes. Creen en un dios que llama pecadillos y faltas pequeñas a sus
delitos.
Algunos
de ustedes adoran a un Dios que no castiga el pecado, sino que es
misericordioso por debilidad, y tan eternamente débil que hace caso
omiso de las transgresiones e iniquidades y nunca las castiga. Creen en
un dios quien, si el hombre peca, no demanda castigo por su ofensa.
Piensan que un puñado de buenas obras lo calmará, que es un gobernante
tan débil que unas pocas palabras dichas delante de él en oración les
dará suficientes méritos para revertir la sentencia, si en efecto creen
que alguna vez dictará una sentencia. El dios de ustedes no es
ningún Dios… El Dios de la Biblia es tan severo como si no fuera
misericordioso, y tan justo que pareciera que no conociera lo que es la
gracia; pero por otro lado es tan generoso con su gracia y misericordia
que parecería que no fuera justo. Y un pensamiento más aquí con relación a Dios, sin el cual no podemos establecer nuestra discusión sobre una base segura.
El Dios mencionado aquí es un Dios de gracia. ¡No creo contradecirme al decir esto! El Dios
inflexiblemente severo y que nunca perdona el pecado sin castigar es, no obstante, un Dios de amor
ilimitado. Aunque como Gobernante castiga, siendo el Dios-Padre, le place bendecir. “Vivo yo, dice
Jehová
el Señor, que no quiero la muerte del impío, sino que se vuelva el
impío de su camino, y que viva” (Eze. 33:11). Dios es amor en su máxima
expresión. Es amor expresado con aún más amor. El amor no es Dios, pero
Dios sí es amor. Está lleno de gracia; es la plenitud de
misericordia, se deleita en la misericordia. Como son más altos los
cielos que la tierra, así son sus pensamientos de amor más altos que
nuestros pensamientos de desconsuelo; y sus sendas de gracia más que
nuestras sendas de temor. Este Dios, en quien estos tres atributos
––soberanía ilimitada, justicia inflexible y gracia insondable—armonizan
y componen los atributos principales del Dios único de los cielos y de
la tierra, es el Dios a quienes los cristianos adoran. Es este Dios
ante quien hemos de comparecer. Él fue el que hizo que Cristo fuera
pecado por nosotros, aunque no conocía pecado. Esta es la presentación
que hacemos de la primera persona.
2. La segunda persona de nuestro texto es el Hijo de Dios, Cristo,
quien no conoció pecado. Es el Hijo de Dios, engendrado del Padre antes
de todos los mundos; engendrado, pero no hecho; siendo igual al Padre,
teniendo los mismos derechos, coeterno y coexistente. ¿Es el Padre
todopoderoso? Igual de todopoderoso es el Hijo. ¿Es el Padre infinito?
Igual de infinito es el Hijo. Es Dios verdadero del verdadero Dios,
teniendo una dignidad no inferior al Padre, sino siendo igual a él en
todo sentido, ¡Dios sobre todas las cosas, bendito por los siglos! (Rom.
9:5). Jesucristo es también el hijo de María, un hombre similar a
nosotros; un hombre sujeto a todas las debilidades de la naturaleza
humana, excepto las debilidades del pecado; un hombre de sufrimiento y
de aflicción, de dolores y padecimientos, de ansiedades y temores, de
angustias y de dudas, de tentaciones y de pruebas, de debilidad y
muerte. Fue un hombre como nosotros, carne de nuestra carne y huesos de
nuestros huesos.
Ahora, la Persona que quiero presentarles es este ser complejo: Dios y hombre. No Dios humanizado, ni hombre deificado,
sino Dios, pura y esencialmente Dios; hombre, puramente hombre; hombre,
no más que hombre; Dios, no menos que Dios; los dos juntos en una unión
sagrada: el Dios-Hombre… Nuestro texto dice que no conoció pecado. No
dice que no cometió pecado. Eso ya lo sabemos. Aquí dice más que eso: No conocía pecado.
No sabía lo que era el pecado. Lo veía en los demás, pero no lo conocía
por experiencia. Le era totalmente extraño. No dice solo que en su
corazón no había pecado, sino que no lo conocía. No era ningún
conocido de él. Él era un conocido del dolor, pero no era un conocido
del pecado. No conocía ningún pecado de ninguna clase, ningún
pensamiento pecaminoso, ningún pecado de nacimiento, ninguna
transgresión original ni en la práctica; Cristo jamás cometió un pecado
con su lengua ni con sus manos. Era puro, perfecto, sin mancha, como su
propia divinidad, sin mancha ni imperfección, ni nada semejante. Esta
Persona llena de gracia es la que menciona el texto… Ahora tengo que
presentarles a la tercera persona: No la voy a defender mucho.
3. La tercera persona es el pecador. ¿Y
dónde está? Cada uno de ustedes, ¿puede mirar dentro de sí mismo y
buscarlo? No estará muy lejos. Ha sido un alcohólico, se ha embriagado,
ha andado de juerga y cometido otras acciones parecidas. Sabemos que el
hombre que comete estas cosas no tiene herencia en el reino de Dios.
Existe aquel otro, él ha tomado el nombre de Dios en vano… ¡Ah! Allí está
el pecador. ¿Dónde está? Lo veo con lágrimas en los ojos, lo oigo
exclamar entre sollozos: “¡Señor, aquí estoy!” Me parece ver a una mujer
entre nosotros. Algunos quizá la hayamos acusado, y allí esta parada
sola, temblando y sin decir nada para defenderse ¡Oh! que el Maestro
diga: “Ni yo te condeno; vete, y no peques más” (Juan 8:11). Creo, tengo
que creer, que entre tantos miles, escucho un corazón palpitante. Y ese
corazón, acompaña con sus rápidos latidos su clamor: “Pecado, pecado,
pecado, ira, ira, ira, ¿cómo puedo conseguir liberación?” ¡Ah! Tú eres
aquel hombre, rebelde de nacimiento. Nacido en el mundo como un
pecador, has sumado a esto la culpabilidad de tus propias
transgresiones. Has quebrantado los mandamientos de Dios, has
despreciado el amor de Dios, has pisoteado su gracia, y has seguido así
hasta ahora; la flecha del Señor te está debilitando. Dios te ha hecho
temblar. Te ha hecho confesar tu culpa y tu transgresión. Escúchame,
entonces, si tus convicciones son la obra del Espíritu de Dios: tú eres
la persona a quien va dirigida el texto cuando dice: “Al que no conoció
pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros” sí, tú, “fuésemos hechos justicia de Dios en él”.
He presentado a las personas, y ahora debo presentar la escena del gran intercambio que tiene lugar según el texto.
La tercera persona que presentamos es el prisionero ante el tribunal.
Dios lo ha llamado como pecador para que comparezca ante él. Se dispone a
juzgarlo para vida o para muerte. En su gracia, Dios quiere salvarlo.
Dios es justo, y tiene que castigarlo. El pecador será juzgado. Si el
veredicto es en su contra, ¿cómo obrarán estos dos atributos
conflictivos en la mente de Dios? Él ama, quiere salvarlo. Él es justo,
¡tiene que destruirlo! ¿Cómo se develará este misterio y cómo se
resolverá este rompecabezas? Prisionero ante el tribunal, ¿puedes
declararte “No culpable”? Permaneces mudo, o si hablas, exclamas:
“¡Soy culpable!”
Entonces,
si se ha declarado culpable, no hay esperanza de que haya alguna falla
en la evidencia. Aun si se ha declarado “no culpable”, las evidencias
son muy claras. Dios el Juez ha visto su pecado y registrado todas sus
iniquidades, por lo que no habría ninguna posibilidad de escapar. Es
seguro que el prisionero será encontrado culpable. ¿Cómo puede escapar
de su culpa? ¿Hay algún error en los cargos en su contra? ¡No! Han sido
redactados por la sabiduría infinita y dictaminados por la justicia
eterna. Aquí no hay nada de esperanza… ¿Cómo, entonces, podrá escapar el
prisionero ante el tribunal? ¿Existe posibilidad alguna? ¡Ah!
¡Qué intrigado está el cielo! ¡Qué inmóviles permanecen las estrellas en
su asombro! ¡Cómo interrumpieron por un instante los ángeles su canto
cuando por primera vez Dios mostró como podía ser justo y también
extender su gracia! ¡Ah! Me parece percibir que el cielo está consternado y
que hay silencio en el tribunal de Dios por espacio de una hora, cuando
el Todopoderoso dice: “¡Pecador, tengo que castigarte y lo haré debido a
tu pecado! Pero te amo, con amor entrañable. Mi justicia dice: ‘Hiere’,
pero mi amor detiene mi mano, y dice: ‘¡Absuélvelo, absuelve al
pecador!’ ¡Oh, pecador! ¡Mi corazón ha concebido cómo hacerlo! Mi Hijo,
el puro y perfecto comparecerá en tu lugar y será declarado culpable, y
tú, el culpable, ¡tomarás el lugar de mi Hijo y serás declarado justo!”
¡Saltaríamos de asombro si pudiéramos entender esto totalmente, el
misterio maravilloso de la transposición3 de Cristo y el
pecador! Lo diré más claramente para que todos puedan comprender: Cristo
era sin mancha, los pecadores eran viles. Cristo dice: “Padre mío,
trátame a mí como si yo fuera un pecador. Trata al pecador como si él fuera Yo.
Hiéreme todo lo que quieras, porque yo lo soportaré. De este modo el
[corazón] de tu amor podrá desbordarse de gracia, y no obstante tu
justicia será perfecta, porque el pecador ahora ya no es pecador”. Ahora
ocupa él el lugar de Cristo, y vestido con las vestiduras del Salvador,
es aceptado.
3transposición – alterar el orden.
¿Dirán
ustedes que un intercambio como este es injusto? ¿Dirán que Dios no
debió haber hecho que su Hijo fuera un sustituto por nosotros y que no
debió dejarnos en libertad? Les recuerdo que la sustitución fue
puramente voluntaria de parte de Jesús. Cristo estuvo dispuesto a
ocupar nuestro lugar. Tuvo que beber la copa de nuestro castigo, pero
estuvo muy dispuesto a hacerlo. Deseo contarles una cosa más inaudita:
la sustitución de Cristo no fue contra la ley porque fue el Dios soberano quien
lo hizo un sustituto… la sustitución fue hecha por la máxima autoridad.
El texto dice que Dios “por nosotros lo hizo pecado”, y el que Cristo
tomara nuestro lugar no fue un intercambio ilegal. Fue con el consejo
determinante del Dios todopoderoso, al igual que por su propio
consentimiento, que Cristo tomó el lugar del pecador, así como el
pecador ahora toma el lugar de Cristo… el pecador es tratado como si
fuera Cristo, y Cristo tratado como si fuera pecador. Eso es lo que el
texto significa: “Al que no conoció pecado, por nosotros [Dios] lo hizo
pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él”. Les
daré [una ilustración] de esto… tomada del Antiguo Testamento. Cuando en
la antigüedad los hombres se presentaban ante Dios con pecado, Dios
proveía un sacrificio que venía a ser representativo de Cristo, ya que
el sacrificio moría en lugar del pecador. La Ley decía: “el que pecare
morirá”. Cuando alguien cometía un pecado, traía un novillo o una oveja
ante el altar. El que había pecado colocaba la mano sobre la cabeza del
animal y admitía su culpa. Por ese acto, su culpa era típicamente
quitada de él, la cual pasaba al
animal. Entonces el pobre animal que no había hecho nada malo, era
sacrificado y echado en el fuego como una ofrenda por el pecado que Dios
había rechazado. Esto es lo que cada
pecador tiene que hacer con Cristo si ha de ser salvo. El pecador por
fe viene y coloca su mano sobre la cabeza de Cristo. Al confesar todo su
pecado, ya deja de ser de él, se le carga a Cristo. Cristo
cuelga del madero. Sufre la muerte de cruz y el oprobio, de modo que
todo el pecado se ha ido y ha sido arrojado a las profundidades del mar…
Ahora, todo aquel que cree en Cristo Jesús tiene paz con Dios porque:
“Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que
nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él”.
Ahora,
terminaré mi explicación del texto pidiéndoles sencillamente que
recuerden las consecuencias de esta gran sustitución. Cristo fue hecho
pecado. Nosotros somos hechos justicia de Dios. Fue en el pasado, mucho
antes aun de lo que pueden recordar los ángeles… El Padre y el Hijo
hicieron un pacto eterno, en el que el Hijo estipulaba que sufriría por
sus escogidos. El Padre por su parte, pactó justificarlos por medio de
su Hijo. ¡Oh, maravilloso pacto, tú eres la fuente de todas las
corrientes del amor expiatorio! La eternidad siguió su curso, comenzó el
tiempo y con este, pronto llego la Caída. Después de muchos años, llegó
el cumplimiento del tiempo, y Jesús se preparó para cumplir su
compromiso solemne. Vino al mundo y fue hecho hombre. Desde ese momento,
cuando fue hecho hombre, notemos el cambio en él. Antes, había sido
totalmente feliz. Nunca se había sentido abatido, nunca triste. Pero
ahora se inician los efectos de aquel terrible pacto que había hecho con
Dios: su Padre comienza a descargar sobre él su ira.
“¡Cómo!” dicen ustedes. “¿De verdad considera Dios a su Hijo como pecador?” Sí, lo hace. Su Hijo
acordó
ser el sustituto, tomar el lugar del pecador. Dios comienza con él
cuando nació. Lo pone en un pesebre. Si lo hubiera considerado un hombre
perfecto, le hubiera provisto un trono. Pero
considerándolo
pecador, lo sujeta a aflicciones y pobreza desde principio hasta el
fin. Ahora, véanlo ya adulto. Véanlo, los sufrimientos lo persiguen,
también las aflicciones. Sufrimiento, ¿por qué persigues al Perfecto?
¿Por qué persigues al Inmaculado? Justicia, ¿por qué no ahuyentas estos
sufrimientos?... Llega la respuesta: “Este hombre es puro, pero se ha
hecho impuro al cargar con los pecados de su pueblo”. Es imputado como
culpable y la propia imputación de culpabilidad hace aflorar el
sufrimiento en toda su realidad. Al fin, veo venir la muerte con más de
sus acostumbrados horrores. Observo al nefasto esqueleto con su dardo
bien afilado. Detrás de él veo el Infierno. Observo subir de su lugar de
tormento al nefasto príncipe de las tinieblas y a todos sus vengadores.
Los observo atacando al Salvador. Observo su terrible lucha con él en
el jardín. Lo veo a él, tirado allí revolcándose en su sangre, temeroso
de la muerte del alma. Lo veo dolido y triste. Camina hacia tribunal de
Pilato. Observo cómo se burlan de él y cómo loescupen. Lo
contemplo atormentado, maltratado y blasfemado. ¡Lo veo clavado en la
cruz! Observo que las burlas continúan y que la vergüenza sigue con toda
intensidad. ¡Me doy cuenta que tiene una sed desesperante, y lo escucho
quejarse porque Dios lo ha abandonado! ¡Estoy consternado! ¿Puede ser
esto justo, que un ser perfecto sufra de este modo? Oh Dios,
¿dónde estás que permites de este modo la opresión del inocente? ¿Has
dejado de ser el Rey de Justicia? Si no, ¿por qué no proteges al
Perfecto? La respuesta llega: “Silencio. Él es perfecto en sí mismo,
pero ahora él es pecador. Está ocupando el lugar del pecador. La
culpa del pecador está sobre él; por lo tanto, es correcto, es justo, es
lo que él mismo acordó hacer, ser castigado como si fuera un pecador, y
ser rechazado, morir y descender al Hades sin bendición, sin consuelo,
sin ayuda, sin honor y sin dueño. Este fue uno de los efectos del Gran
Intercambio que Cristo hizo.
Ahora consideremos el otro aspecto de la pregunta, y con esto termino mi explicación. ¿Cuál fue el
efecto
en nosotros? ¿Vemos a aquel pecador jugando con la lascivia, ensuciando
sus vestiduras con todos los pecados en que la carne ha caído? ¿Lo
escuchamos maldecir a Dios? ¿Lo notamos desobedeciendo cada ordenanza
que Dios considera sagrada? ¿Lo vemos después buscando su camino al
cielo? Ha renunciado a estos pecados. Se ha convertido y ya no los
comete. ¡Va camino al cielo! Justicia, ¿estás dormida? ¡Ese hombre ha
quebrantado tu Ley! ¿Merece ir al cielo? ¡Escuchen como los demonios
salen de las profundidades y claman: “¡Ese hombre merece estar perdido!
¡Quizá no sea ahora lo que era antes, pero sus pecados del pasado deben
ser vengados!” Pero allá va seguro camino al cielo, y lo veo mirando
hacia atrás a los demonios que lo acusan. Exclama: “¿Quién acusará a los
escogidos de Dios? Dios es el que justifica” (Rom. 8:33). Y cuando nos
parece que todo el infierno se levantaría y lo acusaría, el tirano
nefasto guarda silencio. ¡Los demonios nada tienen que decir! Lo veo
levantando su rostro al cielo al trono de Dios, y lo oigo clamar:
“¿Quién es el que condena?”... ¡Ah! Justicia, ¿dónde estás? Este hombre
ha sido un pecador, un rebelde. ¿Por qué no lo golpeas hasta caer
en el polvo? “No”, dice la Justicia, “él ha sido un pecador, pero yo
ahora no lo veo así. He castigado a Cristo en su lugar. Ese pecador ya
no es pecador: es perfecto”. ¿Como? ¿Perfecto? Perfecto, porque
Cristo fue perfecto. Lo veo como si fuera Cristo… Este, para los
pecadores, es el maravilloso resultado del Gran Intercambio.
—Charles Spurgeon
De un sermón predicado el domingo por la mañana, 19 de julio, 1857, en el Music Hall, Royal Surrey Gardens.
¡Oh
bendito Señor! En el momento de creer y morir en Jesucristo, tú
justificaste todos mis pecados en el tribunal de gloria, tanto mi culpa
como mi castigo. En cuanto creí, me perdonaste todos mis pecados, me
perdonaste todas mis iniquidades, borraste todas mis transgresiones y en
el momento de creer curaste todos mis pecados; en el momento de creer
me libraste del estado de condenación y me mostraste la importancia de
la gran salvación. Cuando por primera vez creí, fui unido a Jesucristo, y
fui arropado con la justicia de Cristo, la cual cubrió todos mis
pecados y me libró de todas mis transgresiones. Oh Señor, recuerda que
en el preciso instante de mi disolución tú realmente, perfectamente,
universalmente y definitivamente me perdonaste todos los pecados. —Thomas Brooks
Sí
murió. Sí entregó su vida. Sí hizo de su alma una ofrenda por mis
pecados. Sí fue hecho maldición. Sí sufrió tu ira infinita. Sí satisfizo
completamente y compensó totalmente tu justicia por todos mis pecados,
deudas y transgresiones. ¡Esta es mi apelación, oh, Señor! Con esta apelación me presento. –Thomas Brooks
Puedes encontrar más materiales de edificación en formato pdf en la pagina de Chapel Library:
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