miércoles, 26 de noviembre de 2014

#coaliciónresponde es una entrada semanal donde los contribuyentes de Coalición por el Evangelio dan respuesta a diversas inquietudes. Puedes usar #coalicionresponde en las redes sociales o escribirnos a coalicion@thegospelcoalition.org con tus preguntas.

PREGUNTA: SALÍ DE UNA IGLESIA DE FALSA DOCTRINA, ¿TENGO EL DEBER DE PREDICARLES A MIS FAMILIARES? ¿DEBO HACERLOS SALIR DE ALLÍ?

No simpatizo mucho con la práctica de algunos creyentes que por cualquier situación se cambian de iglesia. Me desanima ver cristianos consumidores de estilo, que viven buscando una iglesia que se adapte a sus caprichos. Sin embargo, y a pesar de esto, en ocasiones hay momentos que lo más correcto es separarse de una congregación o denominación. En esos casos, la separación debe ser por razones teológicas fundamentales y no por caprichos o preferencias particulares.
Pienso que un cristiano maduro no debería cambiar de congregación a menos que sean razones fundamentales, donde se atenta contra las verdades eternas del evangelio o valores no negociables. (O, por supuesto, en caso de un traslado geográfico o algo similar). Yo sé que al lector le viene la siguiente pregunta, ¿cuáles son esos valores bíblicos no negociables? Lamentablemente no tenemos el espacio para contestarla, pero sí quisiera dar algunas recomendaciones para aquellos creyentes que por esas razones han renunciado a su condición de miembro en una congregación.
En primer lugar, evitar el resentimiento que produce lo que llamo “estafa espiritual”. La estafa espiritual, lamentablemente, es común en algunas iglesias, donde en vez de enseñarles a sus miembros la pura palabra de Dios y comisionarle, se les manipula y se les explota. Desde luego, esto puede traer heridas y resentimientos en el cristiano que llega conocer la verdad bíblica cuando las vendas de su ceguera caen. Sin embargo, el creyente debe perdonar e iniciar un proceso de sanidad (Ro. 12:17).
En segundo lugar, un creyente tiene el deber de predicarle el evangelio verdadero a sus familiares como un acto de obediencia a Dios y por un acto de amor a ellos. El evangelio debe ser predicado, respaldado por un buen testimonio (Mateo 7: 28-29); con una actitud correcta (1 Pedro 3:15), sin envidia y sin rivalidad (Filipenses 1: 15). Debe ser en oración (Efesios 6:19-20), para que Dios produzca la salvación y obre en los corazones de esos familiares (Hechos 13:48); y con diligencia, como lo vemos en el Nuevo Testamento (Mateo 9: 35; 11:1; Hechos 8:40, 15:36).
Por último y en tercer lugar, como es nuestro Dios que produce la salvación, no debemos confundir la diligencia con el asedio, la presión o el abuso. Claro que predicarles a familiares involucra a todos los que están relacionados con nosotros o conviven con nosotros. Es bueno señalar también que donde hay familiares que son adultos y tienen la capacidad de decidir, no debemos usar nuestra posición para obligarlos, porque no es con nuestra fuerza sino con el poder y la gracia del Señor (Oseas 1:7). Sin embargo, en el caso donde esos familiares son menores de edad, se debe usar su influencia, amor y diligencia para que por lo menos le acompañen a su nueva iglesia y escuchen el evangelio verdadero (Colosenses 3:20). Cuando un hijo menor se resiste a acompañar a sus padres o tutores a la iglesia, no solo es evidencia de dureza espiritual, sino también de irrespeto. Esto es peligroso, porque no hay que ser cristiano para respetar y obedecer. Los padres con hijos menores deben llevar a sus hijos a la iglesia, ya sea como resultado del compromiso con el Señor o como respeto a sus progenitores.
En todo caso. se debe orar en todo tiempo para que el Señor ponga gracia en en los creyentes cristianos y derrame la suya en aquellos familiares que no le conocen para que puedan decir con toda seguridad “Yo y mi casa serviremos a Jehová” (Josué 24:15).  

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