miércoles, 22 de marzo de 2017

4 VECES SALVO

Introducción
En 1929 escribimos un libro titulado A Threefold Salvation (Una salvación triple), basado en la instrucción que habíamos recibido durante nuestra infancia espiritual. Al igual que la mayor parte de aquella temprana enseñanza, esta era defectuosa por ser inadecuada. Al continuar nuestro estudio de la Palabra de Dios, nos ha sido concedida más luz sobre este tema —sin embargo, cuán ignorantes somos aún— y esto nos ha hecho ver que, en el pasado, habíamos comenzado en un punto equivocado, porque en vez de comenzar por el principio, comenzamos casi por el medio. En vez de ser triple la salvación del pecado, como entonces suponíamos, ahora percibimos que es cuádruple. Qué bueno es el Señor al concedernos más luz y, sin embargo, es ahora nuestro deber andar en ella, y, según la Providencia nos proporcione la oportunidad, darla a los demás. Quiera el Espíritu Santo en su gracia de tal manera dirigirnos que Dios sea glorificado y su pueblo edificado.
El tema de «una-salvación-tan-grande» de Dios (He. 2:3), como se nos revela en las Escrituras y se nos da a conocer en la experiencia cristiana, es digno de toda una vida de estudio.
Cualquiera que suponga que ya no le es necesario buscar en oración una comprensión más plena del mismo necesita considerar «si alguno se imagina que sabe algo, aún no sabe nada como debe saberlo» (1 Co. 8:2). Lo cierto es que, desde el momento en que cualquiera de nosotros realmente da por supuesto que ya sabe todo lo que debe saberse acerca de cualquier tema tratado en la Santa Escritura, se priva a sí mismo inmediatamente de más luz sobre él. Lo que más necesitamos todos nosotros con respecto a una mejor comprensión de las cosas de Dios no es un intelecto brillante sino un corazón verdaderamente humilde y un espíritu dispuesto a aprender y dócil, y por ello deberíamos orar diaria y fervientemente, porque no lo poseemos por naturaleza.
El tema de la salvación divina ha provocado, triste es decirlo, una controversia de siglos y amargas discusiones, aun entre los que profesan ser cristianos. Comparativamente hablando hay poca avenencia aun acerca de esta verdad que, con ser elemental, es sin embargo vital. Algunos han insistido en que la salvación es por la gracia divina, otros han argumentado que es por el esfuerzo humano. Un cierto número ha tratado de defender una posición intermedia y, aunque concediendo que la salvación de un pecador perdido debe ser por la gracia divina, no estaban dispuestos a admitir que es tan solo por la gracia divina, alegando que la criatura debe añadir algo a la gracia de Dios, y muy variadas han sido las opiniones acerca de lo que ese «algo» debe ser: el bautismo, el ser miembro de una iglesia, el realizar buenas obras, el mantenerse fiel hasta el fin, etc. Hay por otro lado aquellos que no solo reconocen que la salvación es solamente por gracia, sino que además niegan que Dios utilice cualquier medio de ninguna clase para efectuar su eterno propósito de salvar a sus elegidos: ¡pasando por alto el hecho de que el sacrificio de Cristo es el grandioso «medio»!
Es cierto que la Iglesia de Dios fue bendecida con bendiciones sobrenaturales, habiendo sido escogida en Cristo antes de la fundación del mundo y predestinada a la adopción de hijos, y nada pudo o puede alterar ese hecho grandioso. Es igualmente cierto que si el pecado no hubiera entrado nunca en el mundo, nadie habría tenido necesidad de salvarse de él. Pero el pecado ha entrado, y la Iglesia cayó en Adán y quedó bajo la maldición y la condenación de la ley de Dios. Por consiguiente, los elegidos, al igual que los réprobos, compartieron la ofensa capital de su cabeza federal, y participaron de sus terribles consecuencias: «En Adán todos mueren» (1 Co. 15:22): «Por la transgresión de uno vino la condenación a todos los hombres» (Ro. 5:18). El resultado de esto es que todos están «ajenos de la vida de Dios por la ignorancia que en ellos hay, por la dureza de su corazón» (Ef. 4:18) y, por tanto, tienen igualmente la terrible necesidad de la salvación de Dios.
Aun siendo fundamentalmente ortodoxos en sus opiniones sobre la salvación divina, muchos tienen unos conceptos tan parciales e inadecuados que otros aspectos de esta verdad, igualmente importantes y esenciales, son a menudo pasados por alto y negados tácitamente. Cuántos, por ejemplo, serían capaces de dar una sencilla exposición de los siguientes textos: «Quien nos salvó» (2 Ti. 1:9); «Ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor» (Fil. 2:12); «Ahora está más cerca de nosotros nuestra salvación que cuando creímos» (Ro. 13:11). Ahora bien, esos versículos no se refieren a tres salvaciones diferentes, sino a tres aspectos distintos de una, y a menos que aprendamos a distinguir con agudeza entre ellos, no puede haber sino confusión y oscuridad en nuestro pensamiento. Esos pasajes presentan tres fases y etapas distintas de la salvación: la salvación como un hecho consumado, como un proceso actual, y como una esperanza futura.
Son muchos hoy en día los que ignoran estas distinciones, mezclándolas entre sí. Unos contienden por una y otros argumentan en contra de las otras dos, y viceversa. Unos insisten en que ya han sido salvados, y niegan estar siendo salvados ahora. Otros declaran que la salvación es totalmente futura, y niegan que haya sido ya consumada en ningún sentido. Ambos están equivocados. Lo que ocurre es que la gran mayoría de los que profesan ser cristianos no ven que «salvación» es uno de los términos más comprensivos en todas las Escrituras, pues incluye la predestinación, la regeneración, la justificación, la santificación y la glorificación. Tienen una idea muy restringida del significado y alcance de la palabra «salvación» (según se utiliza en las Escrituras), estrechando en demasía su campo, confinando sus pensamientos a una simple fase. Suponen que «salvación» no significa más que el nuevo nacimiento o el perdón de los pecados. Si uno les dijera que la salvación es un proceso retardado, le mirarían con recelo; y si afirmara que la salvación es algo que nos aguarda en el futuro, enseguida le tildarían de hereje. Sin embargo, los equivocados serían ellos.
Pregunta a un cristiano normal y corriente: «¿Eres salvo?», y verás que te responde: «Sí, fui salvado en tal o cual año»; y eso es todo lo que dan de sí sus pensamientos sobre el tema. Pregúntale: «¿A qué debes tu salvación?», y «A la obra consumada de Cristo» será en resumen su respuesta. Dile que cada una de esas respuestas es seriamente defectuosa, y verás como se ofende grandemente por tu reprensión. Como ejemplo de la confusión que prevalece hoy en día, citamos lo siguiente de un folleto sobre Filipenses 2:12: «¿A quiénes van dirigidas estas enseñanzas? Las palabras iniciales de la Epístola nos lo dicen: ‘A los santos en Cristo Jesús…’. ¡Así, pues, todos eran creyentes!, y no se les podía requerir que obraran por su salvación, puesto que ya la poseían». Es lamentable que haya tan pocos hoy en día que perciban algo anómalo en tal afirmación. Otro «maestro bíblico» nos dice que la frase «te salvarás a ti mismo» (1 Timoteo 4:16) debe de referirse a la liberación de dolencias físicas, ya que Timoteo era ya salvo espiritualmente. Cierto, pero es igualmente cierto que en aquel entonces él no se encontraba en el proceso de estar siendo salvado, como también es un hecho que su salvación era entonces futura.
Suplementemos ahora los tres primeros versículos citados y mostremos que hay otros pasajes en el Nuevo Testamento que con toda certeza se refieren a cada tiempo distinto de la salvación. En primer lugar, la salvación es un hecho consumado: «Tu fe te ha salvado» (Lucas 7:50); «por gracia habéis sido salvados» (así el original griego y en la Biblia de las Américas; Efesios 2:8); «nos salvó […] por su misericordia» (Tito 3:5). En segundo lugar, la salvación como un proceso actual, en vías de consumación, pero no completo aún: «A los que están siendo salvados, esto es, a nosotros» (1 Corintios 1:18; así el original griego y el Nuevo Testamento Interlineal de Bagster); «los que tienen fe y preservan [no «para preservación de»] su vida» (He. 10:39 NVI). En tercer lugar, la salvación como un proceso futuro: «Enviados para servicio a favor de los que serán herederos de la salvación» (He. 1:14); «recibid con mansedumbre la palabra implantada, la cual puede salvar vuestras almas» (Stg. 1:21); «guardados por el poder de Dios mediante la fe, para alcanzar la salvación que está preparada para ser manifestada en el tiempo postrero» (1 P. 1:5). Así, pues, juntando estos diferentes pasajes, estamos claramente justificados en formular la siguiente afirmación: Todo verdadero cristiano ha sido salvado, está ahora siendo salvado, y será, no obstante, salvo: como y de qué es lo que intentaremos mostrar.
Como una prueba más de cuán polifacético es el tema de la gran salvación de Dios, y cómo en las Escrituras se lo contempla desde distintos puntos de vista, toma los siguientes ejemplos: «por gracia sois salvos» (Ef. 2:8); «salvos por su vida [de Cristo]», es decir, la vida de su resurrección (Ro. 5:9); «tu fe te ha salvado» (Lucas 7:50); «la palabra implantada, la cual puede salvar vuestras almas» (Stg. 1:21); «en esperanza fuimos salvos» (Ro. 8:24); «salvo, aunque así como por fuego» (1 Co. 3:15); «El bautismo que corresponde a esto ahora nos salva» (1 P. 3:21). Ah, lector, la Biblia no es un libro para perezosos, ni pueden hacer una sana exposición de ella los que no dedican todo su tiempo a estudiarla en oración, y eso durante años. No es que Dios nos quiera desconcertar, sino, por el contrario, hacernos humildes, suplicantes y dependientes de su Espíritu. No es a los soberbios (los que son sabios en su propia estimación) a quienes se revelan sus secretos celestiales.
De igual manera se puede mostrar por la Escritura que la causa de la salvación no es, como muchos suponen, simplemente una sola: la sangre de Cristo. Aquí también es necesario distinguir entre cosas que difieren. Primero, la causa originaria de la salvación es el propósito eterno de Dios, o, en otras palabras, la gracia predestinante del Padre. Segundo, la causa meritoria de la salvación es la mediación de Cristo, lo cual tiene que ver con el aspecto legal de las cosas, o, en otras palabras, el cumplir él las demandas de la ley a favor de aquellos que él redime. Tercero, la causa eficaz de la salvación es la operación regeneradora y santificadora del Espíritu Santo, que tienen que ver con el aspecto experimental; o, en otras palabras, el Espíritu obra en nosotros lo que Cristo ha adquirido para nosotros. Así, pues, debemos nuestra salvación personal de igual manera a cada persona de la Trinidad, y no a una (el Hijo) más que a las otras. Cuarto, la causa instrumental es nuestra fe, obediencia y perseverancia: si bien no somos salvos por causa de ellas, es igualmente cierto que no podemos ser salvos (conforme al designio de Dios) sin ellas.
En el párrafo inicial hemos afirmado que en nuestro anterior esfuerzo erramos en cuanto al punto de partida. Al escribir acerca de una salvación triple empezamos con la salvación de la pena del pecado, que es nuestra justificación. Pero nuestro salvación no empieza ahí, como bien sabíamos aun entones: lástima que seguimos tan ciegamente a nuestros descaminados preceptores. Nuestra salvación se origina, desde luego, en el propósito eterno de Dios, en su predestinación a la gloria eterna. «Quién nos salvó y llamó con llamamiento santo, no conforme a nuestras obras sino según el propósito suyo y la gracia que nos fue dada en Cristo Jesús antes de los tiempos de los siglos» (2 Ti. 1:9). Esto hace referencia al decreto divino de la elección: su pueblo escogido era entonces completamente salvo, en el propósito divino, y todo lo que ahora vamos a decir tiene que ver con la ejecución de ese propósito, la consumación de ese decreto, la realización de esa salvación.

No hay comentarios:

Publicar un comentario