jueves, 11 de junio de 2015

LA DIFERENCIA ENTRE LO QUE DIOS QUIERE, Y LO QUE DESEA:
“el cual –Dios- [quiere] que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad” (1 Timoteo 2:4)
Si Dios quiere algo, ¿no lo va a hacer?, entonces, ¿por qué se pierden y se han perdido tantos y tantos hombres al presente y a lo largo de la historia de la humanidad?
La clave del asunto reside en la traducción del verbo griego “Ezelo”. Ese verbo se puede traducir tanto por “querer”, como por “desear”. Por lo tanto, si Dios quisiera que todos los hombres se salvaran, lo haría, pero si Dios desea que los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad, esto ya va en consonancia con el resto de la Escritura, porque eso sí se ajusta a la verdad de la misma.
Una cosa es la voluntad determinada o determinativa de Dios, otra cosa es la voluntad permisiva de Dios, y otra cosa es la voluntad como deseo íntimo de Dios.
Hay que entender que el verbo “ezelo”, traducido al español por “querer”, no es la expresión habitual para aludir a la voluntad de Dios en cuanto a su decreto o propósito eterno, sino que se usa aquí para aludir la voluntad en cuanto a deseo íntimo de Dios. Dicho de otra manera, lo vemos en el siguiente versículo:
“Diles: Vivo yo, dice Jehová el Señor, que no quiero la muerte del impío, sino que se vuelva el impío de su camino, y que viva” (Ezequiel 33: 11)
Dios, por su naturaleza amorosa, no desea la perdición de los hombres, sino que desea su salvación.
Hay que entender lo siguiente: existe una gran diferencia entre el deseo de Dios (ezelo), y su propósito eterno de salvación que trasciende sus deseos conforme a su naturaleza amorosa.
También se puede poner esto por activa: Dios no quiere que los hombres pequen, y sin embargo, los hombres pecan.
Dios no quiere que las personas sean malvadas, y tengan que pasar la eternidad en el infierno, no obstante ese destino de los hombres sin Cristo, es el que merecen, aunque Dios no lo desee. Todos los que se han de perder continuarán perdiéndose hasta el fin.
Solamente unos escogidos por Él son sacados de este mundo para recibir la salvación, esta vez, por su voluntad determinada:
“¿Y qué, si Dios, queriendo mostrar su ira y hacer notorio su poder, soportó con mucha paciencia los vasos de ira preparados para destrucción, y para hacer notorias las riquezas de su gloria, las mostró para con los vasos de misericordia que él preparó de antemano para gloria, a los cuales también ha llamado, esto es, a nosotros…” (Romanos 9: 22-24)
En su propósito eterno, Dios sólo escogió a Sus elegidos, y pasó por encima del resto para abandonarlos a las consecuencias de su propio pecado, incredulidad y consecuente rechazo de Cristo (Ro. 1: 18-32).
En última instancia, las elecciones de Dios son determinadas por su propósito soberano y eterno, no por Sus deseos dados de su naturaleza de bondad.
La bondad no sustituye a la justicia, porque la justicia es conforme a la verdad, y las tres son de Dios.

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