jueves, 19 de noviembre de 2015

Cómo la Biblia nos Enseña a Leer la Biblia

Leer la Biblia
¿Sabes cómo leer la Palabra de Dios?
En la misma Biblia, Dios nos instruye directamente sobre cómo estar ante Su Palabra, dándonos principios para eso. Incluso podemos leer de hombres que, aunque no tenían la Biblia completa, son usados por Dios para mostrarnos cómo debemos y necesitamos leerla:
Recordando que fue escrita para nuestra enseñanza y esperanza.
“Porque todo lo que fue escrito en tiempos pasados, para nuestra enseñanza se escribió, a fin de que por medio de la paciencia y del consuelo de las Escrituras tengamos esperanza” (Romanos 15:4).
Reconociendo que fue dada por Dios y contiene todo lo que necesitamos en este momento para vivir para Su gloria (es suficiente).
“Toda Escritura es inspirada por Dios [lit. dada por el aliento de Dios] y útil para enseñar, para reprender, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, equipado para toda buena obra” (2 Timoteo 3:16-17).
Pensando en lo que leemos.
“Considera lo que digo, pues el Señor te dará entendimiento en todo” (2 Timoteo 2:7).
“Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo digno, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo honorable, si hay alguna virtud o algo que merece elogio, en esto meditad” (Filipenses 4:8).
Leyendo todo lo que Dios ha revelado.
“No hubo ni una palabra de todo lo que había ordenado Moisés que Josué no leyera delante de toda la asamblea de Israel, incluyendo las mujeres, los niños y los forasteros que vivían entre ellos” (Josué 8:35).
Manteniéndola cerca de nosotros.
“Grabad, pues, estas mis palabras en vuestro corazón y en vuestra alma; atadlas como una señal a vuestra mano, y serán por insignias entre vuestros ojos” (Deuteronomio 11:18).
Permaneciendo en la Palabra.
“Entonces Jesús decía a los judíos que habían creído en El: Si vosotros permanecéis en mi palabra, verdaderamente sois mis discípulos…” (Juan 8:31)
“Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que queráis y os será hecho” (Juan 15:7).
Disponiendo nuestros corazones a aprender, obedecer y enseñar lo que Dios ha hablado.
“Ya que Esdras había dedicado su corazón a estudiar la ley del Señor, y a practicarla, y a enseñar sus estatutos y ordenanzas en Israel” (Esdras 7:10).
“Aplica tu corazón a la instrucción y tus oídos a las palabras del conocimiento” (Proverbios 23:12).
Memorizándola y meditando en ella.
“Este libro de la ley no se apartará de tu boca, sino que meditarás en él día y noche, para que cuides de hacer todo lo que en él está escrito; porque entonces harás prosperar tu camino y tendrás éxito [lit. actuarás sabiamente]” (Josué 1:8).
“Meditaré en tus preceptos, y consideraré tus caminos… Aunque los príncipes se sienten y hablen contra mí, tu siervo medita en tus estatutos… Levantaré mis manos a tus mandamientos, los cuales amo, y meditaré en tus estatutos…
¡Cuánto amo tu ley! Todo el día es ella mi meditación… Tengo más discernimiento que todos mis maestros, porque tus testimonios son mi meditación… Mis ojos se anticipan a las vigilias de la noche, para meditar en tu palabra” (Salmos 119:15,23,48,97,99,148).
Aferrándonos a la Palabra con firmeza.
“Haced todas las cosas sin murmuraciones ni discusiones, para que seáis irreprensibles y sencillos… sosteniendo firmemente la palabra de vida…” (Filipenses 2:14-16).
“Retén la norma de las sanas palabras que has oído de mí, en la fe y el amor en Cristo Jesús” (2 Timoteo 1:13).
“… reteniendo la palabra fiel que es conforme a la enseñanza, para que sea capaz también de exhortar con sana doctrina y refutar a los que contradicen” (Tito 1:9).
Atesorándola y reconociendo su valor.
“La ley del Señor es perfecta, que restaura el alma; el testimonio del Señor es seguro, que hace sabio al sencillo. Los preceptos del Señor son rectos, que alegran el corazón; el mandamiento del Señor es puro, que alumbra los ojos. El temor del Señor es limpio, que permanece para siempre; los juicios del Señor son verdaderos, todos ellos justos; deseables más que el oro; sí, más que mucho oro fino, más dulces que la miel y que el destilar del panal” (Salmos 19:7-10).
Clamando a Dios por entendimiento.
“Dame entendimiento para que guarde tu ley y la cumpla de todo corazón… Tus manos me hicieron y me formaron; dame entendimiento para que aprenda tus mandamientos…
Yo soy tu siervo, dame entendimiento para que conozca tus testimonios… Tus testimonios son justos para siempre; dame entendimiento para que yo viva… Llegue mi clamor ante ti, Señor; conforme a tu palabra dame entendimiento” (Salmos 119:34,73,125,144,169).
Agradeciendo a Dios por darnos Su Palabra.
“Con rectitud de corazón te daré gracias, al aprender tus justos juicios… A medianoche me levantaré para darte gracias por tus justas ordenanzas…“ (Salmos 119:7,62).
Recordando que la Palabra de Dios nunca falla.
“Y así tenemos la palabra profética más segura, a la cual hacéis bien en prestar atención como a una lámpara que brilla en el lugar oscuro, hasta que el día despunte y el lucero de la mañana aparezca en vuestros corazones” (1 Pedro 1:19).
No añadiendo algo a lo que leamos, ni torciendo ni quitando.
“No añadiréis nada a la palabra que yo os mando, ni quitaréis nada de ella, para que guardéis los mandamientos del Señor vuestro Dios que yo os mando” (Deuteronomio 4:2).
“Yo testifico a todos los que oyen las palabras de la profecía de este libro: Si alguno añade a ellas, Dios traerá sobre él las plagas que están escritas en este libro; y si alguno quita de las palabras del libro de esta profecía, Dios quitará su parte del árbol de la vida y de la ciudad santa descritos en este libro” (Apocalipsis 22:18-19).
Ver también 2 Pedro 3:15-16.
Reconociendo que las cosas secretas pertenecen al Señor, y no necesitamos saberlas en este momento.
“Las cosas secretas pertenecen al Señor nuestro Dios, mas las cosas reveladas nos pertenecen a nosotros y a nuestros hijos para siempre, a fin de que guardemos todas las palabras de esta ley” (Deuteronomio 29:29).
Pidiendo a Dios que abra nuestros ojos para ver realmente Su Palabra.
“Abre mis ojos, para que vea las maravillas de tu ley” (Salmos 119:18).
Ver también Efesios 1:17-19.
Recordando que Su palabra nos santifica.
“¿Cómo puede el joven guardar puro su camino? Guardando tu palabra… En mi corazón he atesorado tu palabra, para no pecar contra ti” (Salmos 119:9,11).
“Santifícalos en la verdad; tu palabra es verdad” (Juan 17:17).
“Ahora os encomiendo a Dios y a la palabra de su gracia, que es poderosa para edificaros y daros la herencia entre todos los santificados” (Hechos 20:32).
Deleitándonos en lo que el Señor ha hablado.
“Me deleitaré en tus estatutos, y no olvidaré tu palabra… ¡Cuán dulces son a mi paladar tus palabras!, más que la miel a mi boca… Me regocijo en tu palabra, como quien halla un gran botín.” (Salmos 119:16,103,162).
Pidiendo a Dios que nos conceda no apartarnos de ella.
“Inclina mi corazón a tus testimonios y no a la ganancia deshonesta. Aparta mis ojos de mirar la vanidad, y vivifícame en tus caminos. Confirma a tu siervo tu palabra, que inspira reverencia por ti… No quites jamás de mi boca la palabra de verdad, porque yo espero en tus ordenanzas” (Salmos 119:36-38,43).
Esperando en la Palabra, confiando en Dios.
“Tú eres mi escondedero y mi escudo; en tu palabra espero… Me anticipo al alba y clamo; en tus palabras espero.” (Salmos 119:114-147).
“Espero en el Señor; en Él espera mi alma, y en su palabra tengo mi esperanza” (Salmos 130:5).
Leyéndola con humildad.
“… Pero a éste miraré: al que es humilde y contrito de espíritu, y que tiembla ante mi palabra” (Isaías 66:2).
“… desechando toda inmundicia y todo resto de malicia, recibid con humildad la palabra implantada, que es poderosa para salvar vuestras almas” (Santiago 1:21).
Admitiendo que nuestra vida depende de ella.
“Pero Él respondiendo, dijo: Escrito está: ‘No solo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios.’” (Mateo 4:4).
Poniendo en práctica lo que leemos.
“… cualquiera que oye estas palabras mías y las pone en práctica, será semejante a un hombre sabio que edificó su casa sobre la roca;  y cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos y azotaron aquella casa; pero no se cayó, porque había sido fundada sobre la roca” (Mateo 7:24-25).
“Sed hacedores de la palabra y no solamente oidores que se engañan a sí mismos” (Santiago 1:22).
Predicando la verdad y hablándola a nuestros hermanos.
“Predica la palabra; insiste a tiempo y fuera de tiempo; redarguye, reprende, exhorta con mucha paciencia e instrucción” (2 Timoteo 4:2).
“Que la palabra de Cristo habite en abundancia en vosotros, con toda sabiduría enseñándoos y amonestándoos unos a otros con salmos, himnos y canciones espirituales, cantando a Dios con acción de gracias en vuestros corazones” (Colosenses 3:16).
“Palabra fiel es ésta, y en cuanto a estas cosas quiero que hables con firmeza, para que los que han creído en Dios procuren ocuparse en buenas obras. Estas cosas son buenas y útiles para los hombres” (Tito 3:8).
“El que habla, que hable conforme a las palabras de Dios…” (1 Pedro 4:11)
Buscando estar atentos a cómo toda la Biblia apunta a Cristo.
“Entonces Jesús les dijo: ¡Oh insensatos y tardos de corazón para creer todo lo que los profetas han dicho! ¿No era necesario que el Cristo padeciera todas estas cosas y entrara en su gloria? Y comenzando y continuando con todos los profetas, les explicó lo referente a Él en todas las Escrituras” (Lucas 24-25-27).
“Examináis las Escrituras porque vosotros pensáis que en ellas tenéis vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de mí” (Juan 5:39).
***
Esta lista ha sido extensa y faltaron más versos por citar.
Sin duda, leer la Biblia como debemos y necesitamos hacerlo, es algo que no podemos hacer en nuestras propias fuerzas. Necesitamos a Dios para eso. Es mi oración que el Señor nos conceda leer siempre Su Palabra de esta manera.

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