sábado, 13 de diciembre de 2014

SIN CRISTO
“Perlas Cristianas” J.C. Ryle

“En aquel tiempo estabais sin Cristo”
(Efesios 2:12)

En este versículo se describe el estado espiritual de los efesios antes de su conversión al cristianismo. Pero esto no es todo; describe, además, el estado espiritual de todo hombre y mujer que todavía no se ha convertido a Dios. Un estado más miserable que éste no se puede concebir. Es mala cosa estar sin dinero, o sin salud, o sin hogar, o sin amigos; pero es mucho peor estar “sin Cristo”. Estudiemos este versículo, y veamos lo que contiene. ¡Quién sabe si para algunos de mis lectores el desarrollo de este tema le resultará como un mensaje de Dios!

I. ―¿Cuándo puede decirse que una persona está sin Cristo?
Esta expresión “sin Cristo” no es una invención mía. Estas palabras no fueron acuñadas por mi propio capricho, sino que fueron escritas por inspiración del Espíritu Santo. Las usó el apóstol Pablo para recordar a los creyentes efesios su condición pasada antes de haber oído y creído el Evangelio. Sin duda alguna éstos habían vivido en tinieblas y en ignorancia, y se habían sumido en idolatría y paganismo al adorar a la falsa diosa Diana. Pero San Pablo no hace mención particular de esto, como si de por sí no hubiera sido suficiente para expresar de una manera completa la condición de los efesios. Según el Apóstol, el estado espiritual global y completo de los tales, queda claramente expresado en las palabras de nuestro versículo: “En aquel tiempo estabais sin Cristo”. ¿Y qué quieren decir estas palabras?

Una persona está “sin Cristo” cuando no tiene conocimiento de Él. Sin duda alguna, son millones los que están en esta condición: No saben quién es Cristo, ni lo que hizo, ni lo que enseñó, ni por qué fue crucificado, ni dónde está ahora, ni lo que es para la humanidad. Es decir, ignoran completamente quién sea Cristo. En esta descripción caen primeramente los paganos que todavía no han oído el Evangelio. Pero, desgraciadamente, ellos no son los únicos. Aún en nuestro tiempo, hay miles y miles de personas en Inglaterra ―por no citar otros países― cuyas ideas a Cristo respecto a Cristo no son más claras que las de los paganos. Si les preguntáis qué es lo que saben de Cristo, os quedaréis asombrados de las densas tinieblas en que viven. Si les visitáis cuando están en el lecho de muerte, os daréis cuenta de que no os pueden decir más de Cristo de lo que os pueden decir de Mahoma. ¡Cuántos y cuántos están en este estado! Y de estas personas lo único que podemos decir es que están “sin Cristo”.

Ya se que algunos teólogos modernos no estarán de acuerdo conmigo en lo que he dicho. Según ellos, todos los seres humanos, lo sepan o no, participan de cierto interés en Cristo; y cuando mueran, por ignorantes que hayan sido, serán objeto de la misericordia de Cristo, e irán al cielo. Estas ideas no se pueden conciliar con la Palabra de Dios. Está escrito: “Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado”. (Juan 17:3). En el día del juicio final la ira de Dios se descargará sobre los malos, por cuanto “no conocieron a Dios” (2 Tesalonicenses 1:8). Un Cristo desconocido no puede ser salvador. ¿Cuál será, pues, el estado de los paganos después de la muerte? ¿De qué modo será juzgado el salvaje que nunca oyó hablar de Cristo? Estas cuestiones es mejor que las dejemos en las manos de Dios. Descansemos en la confianza de que “el juez de toda la tierra hará lo que es justo” (Génesis 18:25). Pero aún con todo no debemos evadir el testimonio de la Escritura: Todo estado de ignorancia acerca de Cristo, es estar “sin Cristo”.

Pero eso no es todo; una persona está “sin Cristo” cuando no tiene una fe verdadera en Él como Salvador. Puede darse el caso de que alguien conozca todo acerca de Cristo, pero que no haya puesto su confianza en Él. Muchos conocen cada artículo del Credo, y de carretilla nos pueden decir que Cristo “nació de la virgen María, padeció bajo Poncio Pilato, fue crucificado, muerto y sepultado…” Lo aprendieron en la escuela, y de una manera permanente se les ha grabado en la memoria. Pero este conocimiento teórico no se traduce en nada práctico; ponen su confianza en algo o en alguien que no es Cristo. Esperan ir al cielo algún día por el hecho de que son morales, de buena conducta, dicen sus oraciones, van a la iglesia, fueron bautizados y participan de la santa Cena. Pero no tienen una fe viva en Cristo. Y sobre estas personas, lo único que podemos decir es que están “sin Cristo”.

Ya se que algunos no estarán de acuerdo en lo que he dicho, pues creen que en virtud del bautismo toda persona que lo ha recibido es miembro del cuerpo de Cristo: La Iglesia. Según otros, si hay conocimiento intelectual, no hay por qué dudar del estado religioso de una persona. A estas ideas doy una clara respuesta. El testimonio de la Biblia es que sólo el creer no une a Cristo. El bautismo no es una prueba suficiente de que estamos en Cristo. Simón el mago fue bautizado, pero de él leemos que “no tenía suerte ni parte” en el asunto (Hechos 8:21). Un mero conocimiento intelectual tampoco es prueba de que estamos unidos a Cristo. Los diablos conocen muy bien a Cristo. Desde la eternidad el Señor conoce a los suyos; pero en lo que al hombre concierne, es el creer lo que evidencia la elección y la justificación. La gran pregunta es, ¿Crees? Está escrito: “El que es incrédulo al Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él”. “El que no creyere será condenado” (Juan 3:36; Marcos 16:16). Estas palabras de la Biblia son evidentes de por sí; no tener fe es estar “sin Cristo”.

Además, una persona esta “sin Cristo” cuando la obra del Espíritu Santo no puede verse en su vida. Salta a la vista que una gran multitud que profesa ser cristiana nada sabe de lo que es la conversión. Os dirán que creen la religión cristiana, que con regularidad asisten a esa o aquella iglesia, que consideran apropiado y correcto casarse y ser enterrados con todas las ceremonias de la iglesia, y muchos se ofenderían si alguien dudara de su cristianismo. ¿Pero verse el Espíritu Santo en sus vidas? ¿Dónde están sus corazones y dónde descansan sus afectos? ¿A qué imagen se conforman sus hábitos, gustos y conducta? Sólo podemos dar una respuesta: Estas personas no han tenido nunca una experiencia de la obra regeneradora y santificadora del Espíritu Santo. Delante de Dios todavía están espiritualmente muertas. Y de estas personas, lo único que podemos decir es que están “sin Cristo”

De nuevo debo decir que muchos no estarán de acuerdo conmigo. Piensan que es sencillamente extravagante, fanático y extremista, exigir tanto del cristiano e instar a cada uno a la conversión. Objetarán que sin salir del mundo es imposible alcanzar tan alto nivel espiritual; y añadirán que sin ser tan santo también se puede conseguir el cielo. Pero ¿Qué dice la Escritura? ¿Qué dice el Señor? Escrito está: “El que no naciere de nuevo no puede ver el reino de Dios”. “Sino os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos”. “El que dice que permanece en Él, debe andar como Él anduvo” “Y si alguno no tiene el espíritu de Cristo, no es de Él” (Juan 3:3; Mateo 18:3; 1 Juan 2:6; Romanos 8:9). Las Escrituras no pueden ser quebrantadas. El significado de estas palabras de la Biblia es evidente: No tener el Espíritu Santo implica estas “sin Cristo”.

Os exhorto a que con oración y seria atención consideréis estas tres proposiciones que acabo de dar. Examinadlas cuidadosamente y con detalle. El conocimiento, la fe y la obra del Espíritu Santo son absolutamente necesarias para una profesión de fe genuina; quien carece de las tales está “sin Cristo”.

¡Cuán terriblemente ignorantes son muchas personas! Literalmente podemos decir que no saben nada sobre la fe cristiana. Cristo, el Espíritu Santo, la Fe, la Gracia, la Conversión y la Santificación, para ellos no son más que “meras palabras”. Ni aún ante la posibilidad de que se les otorgara la salvación a través de una simple definición de estos términos, podrían darnos su significación. ¿Y puede una ignorancia tal abrir a alguien las puertas del cielo? ¡Imposible! Estas personas están “sin Cristo”.

¡Cuántos hay que exhiben una justicia propia muy marcada! Con cierto sentido de complacencia nos dicen que “han cumplido con su obligación; que han sido amables para con todos, fieles a su iglesia, y nunca han sido tan malos como otros”, y en consecuencia piensan que el cielo lo tienen más que merecido. No hay lugar para la fe ni para la convicción de pecados en la religión de estas personas. ¿Y puede tal justicia propia llevar a alguien al cielo? ¡Nunca! El estar sin una fe viva, es estar “sin Cristo”.

¡A qué grado de impiedad llegan muchas personas! Para los tales, el descuido de la Biblia, los mandamientos de Dios, el día del Señor y las ordenanzas de Dios, es un hábito. Sin escrúpulo de ninguna clase hacen aquellas cosas que Dios rotundamente ha prohibido. Su manera de vivir choca constante y directamente contra los mandamientos de Dios. ¿Pueden ser para salvación los frutos de tanta impiedad? ¡Imposible! El estar sin el Espíritu Santo es estar “sin Cristo”.

A primera vista quizás estas declaraciones parezcan un tanto duras, afiladas y severas, pero, ¿No son la verdad de Dios, tal como se nos revela en la Escritura? Y si son verdad, ¿No han de proclamarse? Y si es necesario que sean conocidas, ¿No debemos hacerlo de una manera clara y tajante? Lo que más desea mi corazón es magnificar las riquezas del amor de Dios hacia los pecadores. Ansío siempre proclamar a los hombres las riquezas de la misericordia y piedad de Dios para todos aquellos que le buscan. Pero en ninguna parte se puede encontrar el que la gente ignorante, incrédula, e inconversa, tengan parte en Cristo. La persona que está en tinieblas espirituales, que no tiene fe, y que no tiene el Espíritu Santo, está “sin Cristo”.

II. La condición presente de un alma sin Cristo.
Esta parte del tema requiere una atención muy especial, y cuán agradecido me sentiría si pudiera presentarlo con la claridad que merece. Quizá alguno de mis lectores argumente consigo mismo y diga: “Bueno, supongamos que realmente esté “sin Cristo”, ¿Dónde está el peligro? Espero que Dios será misericordioso pues a fin de cuentas no soy tan malo como otras personas. Confío que al fin todo se arreglará favorablemente”. Escúchame, y con la ayuda de Dios te demostraré que estás tristemente engañado. “sin Cristo” las cosas no te irán bien, sino todo lo contrario, terriblemente mal.

Por una parte, estar “sin Cristo” implica estar sin Dios. Esto fue lo que el apóstol Pablo con palabras claras, dijo a los efesios. El versículo de nuestra meditación empieza con las palabras “estabais sin Cristo”, y termina: “estabais sin Dios en el mundo”. Tendríamos un concepto muy pobre de Dios, si no asociáramos con su naturaleza las ideas de pureza, santidad y gloria; y demostraríamos ser muy ciegos si no viéramos que la naturaleza humana es depravada, pecadora y viciada. ¿Cómo puede un gusano como es el hombre acercarse a Dios con confianza? ¿Cómo puede mirarle sin sentir miedo? ¿Cómo puede hablar con Dios, tener tratos con Él y esperar morar con Él, sin sentir al mismo tiempo temor y alarma? Necesitamos tener un Mediador entre Dios y nosotros; y gracias al Señor lo tenemos en la persona divina de Cristo.

Aparte e independientemente de Cristo no podemos hablar de la misericordia y el amor de Dios; fuera de Cristo, es “fuego consumidor” (Hebreos 12:29). Él es rico en misericordia y grande en misericordia. Pero su misericordia está inseparablemente relacionada con la obra mediadora de su amado Hijo Jesucristo. Él es el “canal” ordenado para que a través de Él fluya la misericordia; fuera de Él no fluye. Está escrito: “Para que todos honren al Hijo, como honran al Padre. El que no honra al Hijo, no honra al Padre que le envió”. “Nadie viene al Padre, sino por mí” (Juan 5:23 y 14:6). Si estamos “sin Cristo” estamos sin Dios.

Por otra parte, estar “sin Cristo”, implica estar sin paz. Para ser verdaderamente feliz el hombre ha de satisfacer su conciencia. Y esta mientras esté dormida, o medio muerta, poca intranquilidad dará al hombre; pero tan pronto despierte a la realidad de los pecados pasados, de las caídas presentes y del juicio futuro, de inmediato le aguijoneará con sus acusaciones y agitará aún más el conflicto interior. ¿Y qué hará entonces el hombre? Probará, quizá, el arrepentimiento, la oración, la lectura de la Biblia, el ir a la iglesia, etc., pero todo resultará en vano. Tales cosas nunca podrán aligerar la carga que pesa sobre la conciencia. ¿Cómo conseguir la paz?

Sólo la obra de Jesucristo en el alma puede dar la paz a la conciencia. El conocimiento claro de que la muerte de Cristo constituye el pago de nuestra deuda ante Dios y que los méritos de esta muerte pueden ser nuestros por la fe, constituye el gran secreto de la verdadera paz interior. Satisface todo los deseos de la conciencia; responde a toda acusación, y calma cualquier temor. Está escrito “estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz”. “Él es nuestra paz”. “Justificados pues por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo” (Juan 16:33; Efesios 2:14; Romanos 5:1). Tenemos paz por la sangre de su cruz; una paz profunda como una mina; una paz como las aguas de un río incesante. Estar “sin Cristo” es estar sin paz.

Por otra parte, estar “sin Cristo” es estar esperanza. Todas las personas, más o menos, tienen alguna que otra esperanza. Raramente encontraréis a una persona que con franqueza os diga que no tiene esperanza alguna con respecto a su alma. ¡Pero cuán pocos son los que podrán “dar razón de la esperanza que está en ellos”! (1 Pedro 3:15). ¡Qué pocos podrán explicarla, describirla y demostrar su fundamento! La esperanza de muchas personas no es más que un vago sentimiento que a la hora de enfermedad o de la muerte resultará completamente ineficaz para dar aliento, ¡Y no digamos salvación!

Sólo hay una esperanza que tiene verdaderas raíces, vida, vigor y solidez, y esta es la esperanza que descansa sobre la gran obra que Cristo, como Redentor, hizo a favor del hombre. “Porque nadie puede poner otro fundamento que el que está puesto, el cual es Jesucristo” (1 Corintios 3:11). Quien edifique sobre este fundamento jamás “será confundido”. Es una esperanza real que resistirá toda prueba, y satisfará toda observación y pregunta. Por más que se la examine, no se encontrará en ella ninguna imperfección. En comparación con ésta, las otras esperanzas no tienen ningún valor; son como fuentes secas de verano que dejan de dar agua cuando más la necesita el hombre; son embarcaciones frágiles que en aguas tranquilas tienen buen aspecto, pero una vez bajo el azote de los vientos y sobre las olas, se resquebrajan y se hunden. Aparte de Cristo no podemos hablar de una “buena esperanza”. Estar “sin Cristo”, es estar sin esperanza. (Efesios 2:12).

Por otro lado, estar “sin Cristo” es estar sin cielo. Y al decir esto, no sólo quiero dar a entender que sin Cristo no hay entrada al cielo, sino que “sin Cristo” no se podría gozar del cielo. Una persona que no tuviera a Cristo como Salvador y Redentor, no podría ser feliz en el cielo; se sentiría desplazado, sin derecho a estar allí. En medio de ángeles santos y puros, y bajo la mirada de un Dios tres veces santo, no podría levantar su cabeza; se sentiría lleno de confusión y vergüenza. Y es que la presencia de Cristo entra en la misma definición del cielo.

¿Quién eres tu, pues para soñar en un cielo, en que Cristo no ocupa ningún lugar? Despierta y date cuenta de tu locura. Sepas ya de una vez que en todas las descripciones que del cielo nos da la Biblia, la presencia de Cristo constituye la característica esencial. “Y en medio del trono ―nos dice Juan―, estaba en pie un Cordero inmolado”. El mismo trono del cielo es llamado “El trono de Dios y del Cordero”. “El Cordero es la luz del cielo, y también el templo”. Los santos en el cielo serán “Alimentados por el Cordero”, quien los guiará, además, “A fuentes de agua viva”. La gran congregación de todos los santos en el cielo será la de los “Llamados a la cena de las bodas del Cordero”. (Apocalipsis 5:6; 22:3; 21:22-23; 7:17; 19:9). Un cielo “sin Cristo” no es el cielo de Biblia. Estar “sin Cristo” es estar sin cielo.

A estas cosas podría añadirse que el estar “sin Cristo”, implica también sin vida, sin fuerza espiritual, sin seguridad, sin fundamento sólido, sin amigo en el cielo y sin justicia. ¡No hay peor estado que el de aquellos que están “sin Cristo”!.

Lo que el arca era para Noé, lo que era el cordero pascual en Egipto, el maná, la roca herida que daba agua, y la serpiente de metal para las tribus en el desierto, todo esto es el Señor Jesús para el alma. ¡Nadie se encuentra tan destituido como aquellos que no tienen a Cristo!

Lo que la raíz es para las ramas, el aire para nuestros pulmones, el agua y la comida para nuestros cuerpos, el sol para la creación, todo esto, y mucho más, es Cristo para nosotros. Nadie se encuentra más desamparado y es más digno de compasión que aquel que está “sin Cristo”.

Sino existieran ni la enfermedad ni la muerte, y los hombres no envejecieran y pudieran vivir para siempre sobre esta tierra, el tema de este escrito no tendría ninguna importancia. Pero la realidad es muy otra; la muerte, la enfermedad y la sepultura son hechos reales. Si no hubiera un juicio venidero, un cielo, un infierno y una eternidad, os haría ahora perder el tiempo con este escrito y la sugerencias que en el hago. Pero tenéis algo que se llama conciencia, y sabéis bien que después de la muerte hay un día cuando tendremos que rendir cuentas. Hay un juicio venidero.

Ciertamente, pues, el tema de este escrito no deja de tener importancia. Requiere la atención de toda persona sensible, puesto que se relaciona directamente con la salvación del alma. Estar “sin Cristo” estar en la condición más miserable que se pueda concebir.

Y ahora pido al lector que examine su condición espiritual. ¿Estás sin Cristo? Tu vida no transcurrirá siempre por los mismos causes. Llegará el día cuando se terminará el comer, el beber, el dormir, el vestir, el desvestirse y el ganar dinero. Llegará el día cuando tu lugar estará vacío, y la gente hablará de ti como uno que ya ha muerto. ¿Y dónde estarás tú? ¡Oh, recuerda que es mil veces mejor estar sin dinero, sin salud, sin amigos y sin comodidades, que estar “sin Cristo”!

Si hasta aquí has vivido sin Cristo ahora yo te invito a que sin tardanza ni demora cambies el curso de tu vida. Busca al Señor Jesús mientras pueda ser hallado. Él está sentado a la diestra de Dios, y es poderoso para salvar a todo aquel que a Él acude, por pecador e impío que haya sido. Él está dispuesto a escuchar la oración de todo aquel que reconoce que ha vivido una vida de maldad y desea vivir para Dios. Busca a Cristo; busca a Cristo sin más demora. Acude a Él, no vaciles en refugiarte en Él.

Si ya perteneces a Jesús, en este día te exhorto a que seas agradecido. Despierta un sentimiento más profundo de la infinita misericordia que el Salvador mostró para contigo, y a las realidades que ahora son tuyas: el cielo, un hogar eterno, y un amigo inmortal. ¡Que consuelo pensar que en Cristo tenemos algo que no podemos perder!

Despierta a una comprensión más profunda del triste estado en que se hallan aquellos que están “sin Cristo”. A menudo se nos recuerda aquellos que están sin comida, sin vestido, sin escuela y sin iglesia. Debemos compadecernos de ellos y ayudarles en la medida de nuestros medios y capacidades. Pero no olvidemos nunca que hay otro grupo de gente, cuyo estado y condición es todavía más digno de compasión. ¿Quiénes son estos? Los que están “sin Cristo”.

Tenemos familiares que están “sin Cristo”? Afanémonos para llevarles también el Evangelio. La noche viene cuando nadie puede obrar. Feliz aquel que vive en la confianza firme de que el estar en Cristo es paz, seguridad y felicidad; y que el estar “sin Cristo” representa estar al borde mismo de la perdición.

Foto: SIN CRISTO
“Perlas Cristianas” J.C. Ryle

“En aquel tiempo estabais sin Cristo”
  (Efesios 2:12)

En este versículo se describe el estado espiritual de los efesios antes de su conversión al cristianismo.  Pero  esto no es todo; describe, además, el estado espiritual de todo hombre y mujer que todavía no se ha convertido a Dios.  Un estado más miserable que éste no se puede concebir.  Es mala cosa estar sin dinero, o sin salud, o sin hogar, o sin amigos; pero es mucho peor estar “sin Cristo”.  Estudiemos este versículo, y veamos lo que contiene.  ¡Quién sabe si para algunos de mis lectores el desarrollo de este tema le resultará como un mensaje de Dios!

I. ―¿Cuándo puede decirse que una persona está sin Cristo?
Esta expresión “sin Cristo” no es una invención mía.  Estas palabras no fueron acuñadas por mi propio capricho, sino que fueron escritas por inspiración del Espíritu Santo.  Las usó el apóstol Pablo para recordar a los creyentes efesios su condición pasada antes de haber oído y creído el Evangelio.  Sin duda alguna éstos habían vivido en tinieblas y en ignorancia, y se habían sumido en idolatría y paganismo al adorar a la falsa diosa Diana.  Pero San Pablo no hace mención particular de esto, como si de por sí no hubiera sido suficiente para expresar de una manera completa la condición de los efesios.  Según el Apóstol, el estado espiritual global y completo de los tales, queda claramente expresado en las palabras de nuestro versículo: “En aquel tiempo estabais sin Cristo”.   ¿Y qué quieren decir estas palabras?

Una persona está “sin Cristo” cuando no tiene conocimiento de Él.  Sin duda alguna, son millones los que están en esta condición: No saben quién es Cristo, ni lo que hizo, ni lo que enseñó, ni por qué fue crucificado, ni dónde está ahora, ni lo que es para la humanidad.  Es decir, ignoran completamente quién sea Cristo.  En esta descripción caen primeramente los paganos que todavía no han oído el Evangelio.  Pero, desgraciadamente, ellos no son los únicos.  Aún en nuestro tiempo, hay miles y miles de personas en Inglaterra ―por no citar otros países― cuyas ideas a Cristo respecto a Cristo no son más claras que las de los paganos.  Si les preguntáis qué es lo que saben de Cristo, os quedaréis asombrados de las densas tinieblas en que viven.  Si les visitáis cuando están en el lecho de muerte, os daréis cuenta de que no os pueden decir más de Cristo de lo que os pueden decir de Mahoma.  ¡Cuántos y cuántos están en este estado!  Y de estas personas lo único que podemos decir es que están “sin Cristo”.

Ya se que algunos teólogos modernos no estarán de acuerdo conmigo en lo que he dicho.  Según ellos, todos los seres humanos, lo sepan o no, participan de cierto interés en Cristo; y cuando mueran, por ignorantes que hayan sido, serán objeto de la misericordia de Cristo, e irán al cielo.  Estas ideas no se pueden conciliar con la Palabra de Dios.  Está escrito: “Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado”.  (Juan 17:3).  En el día del juicio final la ira de Dios se descargará sobre los malos, por cuanto “no conocieron a Dios”  (2 Tesalonicenses 1:8).  Un Cristo desconocido no puede ser salvador.  ¿Cuál será, pues, el estado de los paganos después de la muerte?  ¿De qué modo será juzgado el salvaje que nunca oyó hablar de Cristo?  Estas cuestiones es mejor que las dejemos en las manos de Dios.  Descansemos en la confianza de que “el juez de toda la tierra hará lo que es justo”  (Génesis 18:25).  Pero aún con todo no debemos evadir el testimonio de la Escritura: Todo estado de ignorancia acerca de Cristo, es estar “sin Cristo”.

Pero eso no es todo; una persona está “sin Cristo” cuando no tiene una fe verdadera en Él como Salvador.  Puede darse el caso de que alguien conozca todo acerca de Cristo, pero que no haya puesto su confianza en Él.  Muchos conocen cada artículo del Credo, y de carretilla nos pueden decir que Cristo “nació de la virgen María, padeció bajo Poncio Pilato, fue crucificado, muerto y sepultado…”  Lo aprendieron en la escuela, y de una manera permanente se les ha grabado en la memoria.  Pero este conocimiento teórico no se traduce en nada práctico; ponen su confianza en algo o en alguien que no es Cristo.  Esperan ir al cielo algún día por el hecho de que son morales, de buena conducta, dicen sus oraciones, van a la iglesia, fueron bautizados y participan de la santa Cena.  Pero no tienen una fe viva en Cristo.  Y sobre estas personas, lo único que podemos decir es que están “sin Cristo”.

Ya se que algunos no estarán de acuerdo en lo que he dicho, pues creen que en virtud del bautismo toda persona que lo ha recibido es miembro del cuerpo de Cristo: La Iglesia.  Según otros, si hay conocimiento intelectual, no hay por qué dudar del estado religioso de una persona.  A estas ideas doy una clara respuesta.  El testimonio de la Biblia es que sólo el creer no une a Cristo.  El bautismo no es una prueba suficiente de que estamos en Cristo.  Simón el mago fue bautizado, pero de él leemos que “no tenía suerte ni parte” en el asunto (Hechos 8:21).  Un mero conocimiento intelectual tampoco es prueba de que estamos unidos a Cristo.  Los diablos conocen muy bien a Cristo.  Desde la eternidad el Señor conoce a los suyos; pero en lo que al hombre concierne, es el creer lo que evidencia la elección y la justificación.  La gran pregunta es, ¿Crees?  Está escrito: “El que es incrédulo al Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él”.  “El que no creyere será condenado”  (Juan 3:36; Marcos 16:16).  Estas palabras de la Biblia son evidentes de por sí; no tener fe es estar “sin Cristo”.

Además, una persona esta “sin Cristo” cuando la obra del Espíritu Santo no puede verse en su vida.  Salta a la vista que una gran multitud que profesa ser cristiana nada sabe de lo que es la conversión.  Os dirán que creen la religión cristiana, que con regularidad asisten a esa o aquella iglesia, que consideran apropiado y correcto casarse y ser enterrados con todas las ceremonias de la iglesia, y muchos se ofenderían si alguien dudara de su cristianismo.  ¿Pero verse el Espíritu Santo en sus vidas?  ¿Dónde están sus corazones y dónde descansan sus afectos?  ¿A qué imagen se conforman sus hábitos, gustos y conducta?  Sólo podemos dar una respuesta: Estas personas no han tenido nunca una experiencia de la obra regeneradora y santificadora del Espíritu Santo.  Delante de Dios todavía están espiritualmente muertas.  Y de estas personas, lo único que podemos decir es que están “sin Cristo”

De nuevo debo decir que muchos no estarán de acuerdo conmigo.  Piensan que es sencillamente extravagante, fanático y extremista, exigir tanto del cristiano e instar a cada uno a la conversión.  Objetarán que sin salir del mundo es imposible alcanzar tan alto nivel espiritual; y añadirán que sin ser tan santo también se puede conseguir el cielo.  Pero ¿Qué dice la Escritura?  ¿Qué dice el Señor?  Escrito está: “El que no naciere de nuevo no puede ver el reino de Dios”.  “Sino os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos”.  “El que dice que permanece en Él, debe andar como Él anduvo”   “Y si alguno no tiene el espíritu de Cristo, no es de Él”  (Juan 3:3; Mateo 18:3; 1 Juan 2:6; Romanos 8:9).  Las Escrituras no pueden ser quebrantadas.  El significado de estas palabras de la Biblia es evidente: No tener el Espíritu Santo implica estas “sin Cristo”.

Os exhorto a que con oración y seria atención consideréis estas tres proposiciones que acabo de dar.  Examinadlas cuidadosamente y con detalle.  El conocimiento, la fe y la obra del Espíritu Santo son absolutamente necesarias para una profesión de fe genuina; quien carece de las tales está “sin Cristo”.

¡Cuán terriblemente ignorantes son muchas personas!  Literalmente podemos decir que no saben nada sobre la fe cristiana.  Cristo, el Espíritu Santo, la Fe, la Gracia, la Conversión y la Santificación, para ellos no son más que “meras palabras”.  Ni aún ante la posibilidad de que se les otorgara la salvación a través de una simple definición de estos términos, podrían darnos su significación.  ¿Y puede una ignorancia tal abrir a alguien las puertas del cielo?  ¡Imposible!  Estas personas están “sin Cristo”.

¡Cuántos hay que exhiben una justicia propia muy marcada!  Con cierto sentido de complacencia nos dicen que “han cumplido con su obligación; que han sido amables para con todos, fieles a su iglesia, y nunca han sido tan malos como otros”, y en consecuencia piensan que el cielo lo tienen más que merecido.  No hay lugar para la fe ni para la  convicción de pecados en la religión de estas personas.  ¿Y puede tal justicia propia llevar a alguien al cielo?  ¡Nunca!  El estar sin una fe viva, es estar “sin Cristo”.

¡A qué grado de impiedad llegan muchas personas!  Para los tales, el descuido de la Biblia, los mandamientos de Dios, el día del Señor y las ordenanzas de Dios, es un hábito.  Sin escrúpulo de ninguna clase hacen aquellas cosas que Dios rotundamente ha prohibido.  Su manera de vivir choca constante y directamente contra los mandamientos de Dios.  ¿Pueden ser para salvación los frutos de tanta impiedad?  ¡Imposible!  El estar sin el Espíritu Santo es estar “sin Cristo”.

A primera vista quizás estas declaraciones parezcan un tanto duras, afiladas y severas, pero, ¿No son la verdad de Dios, tal como se nos revela en la Escritura?  Y si son verdad, ¿No han de proclamarse?  Y si es necesario que sean conocidas, ¿No debemos hacerlo de una manera clara y tajante?  Lo que más desea mi corazón es magnificar las riquezas del amor de Dios hacia los pecadores.  Ansío siempre proclamar a los hombres las riquezas de la misericordia y piedad de Dios para todos aquellos que le buscan.  Pero en ninguna parte se puede encontrar el que la gente ignorante, incrédula, e inconversa, tengan parte en Cristo.  La persona que está en tinieblas espirituales, que no tiene fe, y que no tiene el Espíritu Santo,  está “sin Cristo”.

II. La condición presente de un alma sin Cristo.
Esta parte del tema requiere una atención muy especial, y cuán agradecido me sentiría si pudiera presentarlo con la claridad que merece.  Quizá alguno de mis lectores argumente consigo mismo y diga: “Bueno, supongamos que realmente esté “sin Cristo”,  ¿Dónde está el peligro?  Espero que Dios será misericordioso pues a fin de cuentas no soy tan malo como otras personas.  Confío que al fin todo se arreglará favorablemente”.  Escúchame, y con la ayuda de Dios te demostraré que estás tristemente engañado.  “sin Cristo” las cosas no te irán bien, sino todo lo contrario, terriblemente mal.  

Por una parte, estar “sin Cristo” implica estar sin Dios.  Esto fue lo que el apóstol Pablo con palabras claras, dijo a los efesios.  El versículo de nuestra meditación empieza con las palabras “estabais sin Cristo”, y termina: “estabais sin Dios en el mundo”.  Tendríamos un concepto muy pobre de Dios, si no asociáramos con su naturaleza las ideas de pureza, santidad y gloria; y demostraríamos ser muy ciegos si no viéramos que la naturaleza humana es depravada, pecadora y viciada.  ¿Cómo puede un gusano como es el hombre acercarse a Dios con confianza?  ¿Cómo puede mirarle sin sentir miedo?  ¿Cómo puede hablar con Dios, tener tratos con Él y esperar morar con Él, sin sentir al mismo tiempo temor y alarma?  Necesitamos tener un Mediador entre Dios y nosotros; y gracias al Señor lo tenemos en la persona divina de Cristo.

Aparte e independientemente de Cristo no podemos hablar de la misericordia y el amor de Dios; fuera de Cristo, es “fuego consumidor” (Hebreos 12:29).  Él es rico en misericordia y grande en misericordia.  Pero su misericordia está inseparablemente relacionada con la obra mediadora de su amado Hijo Jesucristo.  Él es el “canal” ordenado para que a través de Él fluya la misericordia; fuera de Él no fluye.  Está escrito: “Para que todos honren al Hijo, como honran al Padre.  El que no honra al Hijo, no honra al Padre que le envió”.  “Nadie viene al Padre, sino por mí”  (Juan 5:23 y 14:6).  Si estamos “sin Cristo” estamos sin Dios.

Por otra parte, estar “sin Cristo”, implica estar sin paz.  Para ser verdaderamente feliz el hombre ha de satisfacer su conciencia.  Y esta mientras esté dormida, o medio muerta, poca intranquilidad dará al hombre; pero tan pronto despierte a la realidad de los pecados pasados, de las caídas presentes y del juicio futuro, de inmediato le aguijoneará con sus acusaciones y agitará aún más el conflicto interior.  ¿Y qué hará entonces el hombre?  Probará, quizá, el arrepentimiento, la oración, la lectura de la Biblia, el ir a la iglesia, etc., pero todo resultará en vano.  Tales cosas nunca podrán aligerar la carga que pesa sobre la conciencia.  ¿Cómo conseguir la paz?

Sólo la obra de Jesucristo en el alma puede dar la paz a la conciencia.  El conocimiento claro de que la muerte de Cristo constituye el pago de nuestra deuda ante Dios y que los méritos de esta muerte pueden ser nuestros por la fe, constituye el gran secreto de la verdadera paz interior.  Satisface todo los deseos de la conciencia; responde a toda acusación, y calma cualquier temor.  Está escrito “estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz”.  “Él es nuestra paz”.  “Justificados pues por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo”  (Juan 16:33; Efesios 2:14; Romanos 5:1).  Tenemos paz por la sangre de su cruz; una paz profunda como una mina; una paz como las aguas de un río incesante.  Estar “sin Cristo” es estar sin paz.

Por otra parte, estar “sin Cristo” es estar esperanza.  Todas las personas, más o menos, tienen alguna que otra esperanza.  Raramente encontraréis a una persona que con franqueza os diga que no tiene esperanza alguna con respecto a su alma.  ¡Pero cuán pocos son los que podrán “dar razón de la esperanza que está en ellos”!  (1 Pedro 3:15).  ¡Qué pocos podrán explicarla, describirla y demostrar su fundamento!  La esperanza de muchas personas no es más que un vago sentimiento que a la hora de enfermedad o de la muerte resultará completamente ineficaz para dar aliento, ¡Y no digamos salvación!

Sólo hay una esperanza que tiene verdaderas raíces, vida, vigor y solidez, y esta es la esperanza que descansa sobre la gran obra que Cristo, como Redentor, hizo a favor del hombre.  “Porque nadie puede poner otro fundamento que el que está puesto, el cual es Jesucristo” (1 Corintios 3:11).  Quien edifique sobre este fundamento jamás “será confundido”.  Es una esperanza real que resistirá toda prueba, y satisfará toda observación y pregunta.  Por más que se la examine, no se encontrará en ella ninguna imperfección.  En comparación con ésta, las otras esperanzas no tienen ningún valor; son como fuentes secas de verano que dejan de dar agua cuando más la necesita el hombre; son embarcaciones frágiles que en aguas tranquilas tienen buen aspecto, pero una vez bajo el azote de los vientos y sobre las olas, se resquebrajan y se hunden. Aparte de Cristo no podemos hablar de una “buena esperanza”.  Estar “sin Cristo”, es estar sin esperanza.  (Efesios 2:12).

Por otro lado, estar “sin Cristo” es estar sin cielo.  Y al decir esto, no sólo quiero dar a entender que sin Cristo no hay entrada al cielo, sino que “sin Cristo” no se podría gozar del cielo.  Una persona que no tuviera a Cristo como Salvador y Redentor, no podría ser feliz en el cielo; se sentiría desplazado, sin derecho a estar allí.  En medio de ángeles santos y puros, y bajo la mirada de un Dios tres veces santo, no podría levantar su cabeza; se sentiría lleno de confusión y vergüenza.  Y es que la presencia de Cristo entra en la misma definición del cielo.

¿Quién eres tu, pues para soñar en un cielo, en que Cristo no ocupa ningún lugar?  Despierta y date cuenta de tu locura.  Sepas ya de una vez que en todas las descripciones que del cielo nos da la Biblia, la presencia de Cristo constituye la característica esencial.  “Y en medio del trono ―nos dice Juan―, estaba en pie un Cordero inmolado”.  El mismo trono del cielo es llamado “El trono de Dios y del Cordero”.  “El Cordero es la luz del cielo, y también el templo”.   Los santos en el cielo serán “Alimentados por el Cordero”, quien los guiará, además, “A fuentes de agua viva”.  La gran congregación de todos los santos en el cielo será la de los “Llamados a la cena de las bodas del Cordero”.  (Apocalipsis 5:6; 22:3; 21:22-23; 7:17; 19:9).  Un cielo “sin Cristo” no es el cielo de Biblia.  Estar “sin Cristo” es estar sin cielo.  

A estas cosas podría añadirse que el estar “sin Cristo”, implica también sin vida, sin fuerza espiritual, sin seguridad, sin fundamento sólido, sin amigo en el cielo y sin justicia.  ¡No hay peor estado que el de aquellos que están “sin Cristo”!.

Lo que el arca era para Noé, lo que era el cordero pascual en Egipto, el maná, la roca herida que daba agua, y la serpiente de metal para las tribus en el desierto, todo esto es el Señor Jesús para el alma.  ¡Nadie se encuentra tan destituido como aquellos que no tienen a Cristo!

Lo que la raíz es para las ramas, el aire para nuestros pulmones, el agua y la comida para nuestros cuerpos, el sol para la creación, todo esto, y mucho más, es Cristo para nosotros.  Nadie se encuentra más desamparado y es más digno de compasión que aquel que está “sin Cristo”.

Sino existieran ni la enfermedad ni la muerte, y los hombres no envejecieran y pudieran vivir para siempre sobre esta tierra, el tema de este escrito no tendría ninguna importancia.  Pero la realidad es muy otra; la muerte, la enfermedad y la sepultura son hechos reales.  Si no hubiera un juicio venidero, un cielo, un infierno y una eternidad, os haría ahora perder el tiempo con este escrito y la sugerencias que en el hago.  Pero tenéis algo que se llama conciencia, y sabéis bien que después de la muerte hay un día cuando tendremos que rendir cuentas.  Hay un juicio venidero.

Ciertamente, pues, el tema de este escrito no deja de tener importancia.  Requiere la atención de toda persona sensible, puesto que se relaciona directamente con la salvación del alma.  Estar “sin Cristo” estar en la condición más miserable que se pueda concebir.

Y ahora pido al lector que examine su condición espiritual.  ¿Estás sin Cristo?  Tu vida no transcurrirá siempre por los mismos causes.  Llegará el día cuando se terminará el comer, el beber, el dormir, el vestir, el desvestirse y el ganar dinero.  Llegará el día cuando tu lugar estará vacío, y la gente hablará de ti como uno que ya ha muerto. ¿Y dónde estarás tú?  ¡Oh, recuerda que es mil veces mejor estar sin dinero, sin salud, sin amigos y sin comodidades, que estar “sin Cristo”!

Si hasta aquí has vivido sin Cristo ahora yo te invito a que sin tardanza ni demora cambies el curso de tu vida.  Busca al Señor Jesús mientras pueda ser hallado.  Él está sentado a la diestra de Dios, y es poderoso para salvar a todo aquel que a Él acude, por pecador e impío que haya sido.  Él está dispuesto a escuchar la oración de todo aquel que reconoce que ha vivido una vida de maldad y desea vivir para Dios.  Busca a Cristo; busca a Cristo sin más demora.  Acude a Él, no vaciles en refugiarte en Él.

Si ya perteneces a Jesús, en este día te exhorto a que seas agradecido.  Despierta un sentimiento más profundo de la infinita misericordia que el Salvador mostró para contigo, y a las realidades que ahora son tuyas: el cielo, un hogar eterno, y un amigo inmortal.  ¡Que consuelo pensar que en Cristo tenemos algo que no podemos perder!

Despierta a una comprensión más profunda del triste estado en que se hallan aquellos que están “sin Cristo”.  A menudo se nos recuerda aquellos que están sin comida, sin vestido, sin escuela y sin iglesia.  Debemos compadecernos de ellos y ayudarles en la medida de nuestros medios y capacidades.  Pero no olvidemos nunca que hay otro grupo de gente, cuyo estado y condición es todavía más digno de compasión.  ¿Quiénes son estos?  Los que están “sin Cristo”.

Tenemos familiares que están “sin Cristo”?  Afanémonos para llevarles también el Evangelio.  La noche viene cuando nadie puede obrar.  Feliz aquel que vive en la confianza firme de que el estar en Cristo es paz, seguridad y felicidad; y que el estar “sin Cristo” representa estar al borde mismo de la perdición.

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