martes, 7 de febrero de 2012

La Cautividad Pelagiana en la Iglesia (R.C. Sproul)

« El Decisionismo: Una Respuesta a los Pelagianos
¿Cuánto te Costará Seguir a Cristo? »
La Cautividad Pelagiana de la Iglesia (Por R.C.
Sproul)
21 enero, 2012 por bautistas reformados peru
Inmediatamente después que se inició la Reforma, en los primeros
años después de que Martín Lutero clavará sus Noventa y Cinco Tesis sobre la puerta de la iglesia en
Wittenburg, publicó algunos cortos panfletos sobre una variedad de temas. Uno de los más
provocativos fue el titulado La Cautividad Babilónica de la Iglesia. En este libro Lutero miró en
retrospectiva al período de la historia del Antiguo Testamento cuando Jerusalén fue destruida por los
ejércitos invasores de Babilonia y la elite del pueblo fue llevada a la cautividad. Lutero en el siglo
dieciséis tomó la imagen de la histórica cautividad babilónica y la reaplicó a esa era y habló acerca de
la nueva cautividad babilónica de la iglesia. Habló de Roma como la nueva Babilonia que aprisionó el
Evangelio cautivándolo con su rechazó del entendimiento bíblico de la justificación. Puede entender
cuan fiera era la controversia, cuan polémico sería este título en este período, al decir que la Iglesia
no simplemente había errado o extraviado, sino había caído, y que ésta es en realidad ahora
Babilonia; que está en un cautiverio pagano.
A menudo he pensado que si Lutero viviera hoy y viniera a nuestra cultura y echara una mirada, no
en la comunidad de la iglesia liberal, sino en las iglesias evangélicas, ¿qué podría decir? ¡Oh claro!, no
puedo responder esta pregunta con ningún tipo de autoridad definitiva, pero pienso que sería esto:
Si Martín Lutero viviera hoy y tomara su pluma para escribir, el libro que podría escribir en nuestro
tiempo sería titulado La Cautividad Pelagiana de la Iglesia Evangélica.
Lutero vio la doctrina de la justificación como el combustible de un profundo problema teológico. Él
escribió extensamente acerca de éste en La Esclavitud de la Voluntad. Cuando miramos a la Reforma
y vemos las solas de la Reforma -Sola Scriptura, Sola Fide, Solus Christus, Soli Deo gloria, Sola gratia-
Lutero estaba convencido que el verdadero punto de la Reforma era el tema de la gracia; y que el
subrayar la doctrina de solo fide, justificación sólo por fe, estaba precedida por un compromiso con
sola gratia, el concepto de la justificación sólo por gracia.
En la edición de Fleming Revell de La Esclavitud de la Voluntad, los traductores J. I. Packer y O. R.
Johnston, incluyeron una introducción teológica e histórica extensa y confrontante para este libro. El
siguiente párrafo es parte del fin de esta introducción:
Estas cosas necesitan ser consideradas por los protestantes de hoy. ¿Con qué derecho podemos
llamarnos a nosotros mismos hijos de la Reforma? Mucho del Protestantismo moderno ni podría
llamarse Reformado o aún ser reconocido por los Reformadores pioneros. La Esclavitud de la voluntad
coloca ante nosotros lo que ellos creían acerca de la salvación de la humanidad perdida. A la luz
de esto, estamos obligados a preguntar si la cristiandad protestante no ha vendido su legado entre
los días de Lutero y los nuestros. ¿No tiene el Protestantismo de hoy más de Erasmianismo que de
Luterano? ¿A menudo no hemos tratado de minimizar y opacar las diferencias doctrinales en nombre
de la paz entre grupos? ¿Somos inocentes de la indiferencia doctrinal, la cual Lutero atribuyó a
Erasmo? ¿Permanecemos creyendo que la doctrina importa? [1]
Históricamente, apegándose a los hechos es claro que Lutero, Calvino, Zwinglio y todos los principales
teólogos protestantes de la primera época de la Reforma sostuvieron en esto exactamente el mismo
punto de vista. Sobre otros puntos tuvieron diferencias. Pero en la afirmación de la incapacidad del
hombre en el pecado y la soberanía de Dios en la gracia, fueron enteramente uno. Para todos ellos
éstas doctrinas fueron la pura esencia de la fe cristiana. Un editor moderno de las obras de Lutero dice
esto:
Quienquiera que cierre este libro sin haber reconocido que la teología Evangélica se sostiene o cae
con la doctrina de la esclavitud de la voluntad lo ha leído en vano. La doctrina de la justificación
gratuita por la fe sola, la cual llegó a estar en el centro de la tormenta de mucha de la controversia
durante el período de la Reforma, es a menudo considerada como el corazón de la teología de los
Reformadores, pero esto no es preciso. La verdad es que su pensamiento estaba realmente centrado
sobre el argumento de Pablo, que fue hecho eco por Agustín y otros, que la salvación de los pecadores
es totalmente sólo por la gracia libre y soberana, y que la doctrina de la justificación por fe fue
importante para ellos porque salvaguardaba el principio de la gracia soberana. La soberanía de la
gracia encontraba expresión en un nivel más profundo de su pensamiento al descansar en la doctrina
de la regeneración monergista. [2]
Esto quiere decir, que la fe que recibe a Cristo para justificación es en sí misma el libre don del Dios
soberano. El principio de sola fide no es correctamente entendido hasta que es visto como afianzado al
principio más amplio de sola gratia. ¿Cuál es el origen de la fe? ¿Es la fe el don de Dios, indicando por
tanto que la justificación es recibida por la dádiva de Dios, o es ésta una condición de la justificación
la cual es dejada para que el hombre la cumpla? ¿Puede percibir la diferencia? Déjame ponerla en
términos simples. Escuché recientemente a un evangelista decir, “Aunque Dios llevó a cabo miles
de pasos para alcanzarte y redimirte, sin embargo el punto culminante es que debes llevar a cabo
el paso decisivo para ser salvo”. Considera la declaración que ha sido hecha por el más amado líder
evangélico de América del siglo veinte, Billy Graham, quien dice con gran pasión, “Dios hace el
noventa y nueve por ciento de ello, pero todavía debes hacer el último uno por ciento.”
¿Qué es pelagianismo?
Ahora, regresemos brevemente a mi título, “La cautividad pelagiana de la iglesia”. ¿De qué estamos
hablando?
Pelagio fue un monje quien vivió en Bretaña en el siglo quinto. Él fue contemporáneo del más grande
teólogo del primer milenio de la historia de la iglesia si es que no de todo el tiempo, Aurelio Agustín,
obispo de Hipona en el Norte de África. Nosotros hemos escuchado de San Agustín, de sus grandes
obras de teología, de su Ciudad de Dios, de sus Confesiones, las cuales permanecen como clásicos del
Cristianismo.
Agustín, además de ser un teólogo titánico y tener un intelecto prodigioso, fue también un hombre de
profunda espiritualidad y oración. En una de sus oraciones famosas, Agustín hizo a Dios un aparente
daño, en una declaración inocente en la cual dice: “Oh Dios, ordena lo que quieras, y concédeme
hacer lo que ordenas”. Ahora, ¿Quería Agustín que te diera una apoplejía al escuchar una oración
como esta? Como ciertamente le dio a Pelagio, el monje inglés que se atravesó en su trayectoria.
Cuando escuchó esto, protestó vociferando, aun apelando a Roma para conseguir que esta oración de
la pluma de Agustín fuera censurada. Porque he aquí, él dijo: “¿Estás diciendo Agustín, que Dios tiene
el derecho inherente de ordenar cualquier cosa que desee de sus criaturas? Nadie va a disputar eso.
Dios inherentemente, como creador del cielo y la tierra, tiene el derecho a imponer obligaciones sobre
sus criaturas y decir, debes hacer esto y no debes hacer eso.” La expresión ‘ordena cualquier cosa que
quieras’ es una oración perfectamente legítima.”
Es la segunda parte de la oración la que Pelagio aborrecía, cuando Agustín dijo, “y concédeme hacer
lo que ordenas.” Él dijo, “¿De qué estás hablando? Si Dios es justo, si Dios recto y Dios es santo, y
Dios ordena de la criatura hacer algo, ciertamente que la criatura debe tener el poder en sí misma,
la habilidad moral en sí misma, para llevarla a cabo o Dios nunca demandaría esto en primer lugar”.
Ahora esto tiene sentido, ¿no es así? Lo que Pelagio estaba diciendo es que la responsabilidad moral
siempre y en todo lugar implica capacidad moral o sencillamente habilidad moral. Entonces, ¿Por qué
deberíamos orar, “Dios concédeme, dame el don de ser capaz de hacer lo que me ordenas que haga?”
Pelagio vio en esta declaración una sombra que estaba siendo puesta sobre la integridad de Dios
mismo, quién requería responsabilidad de la gente para hacer algo que no podían hacer.
Por ello, en el debate consecuente, Agustín dejó claro que en la creación, Dios no mandó a Adán y
Eva nada que fueran incapaces de hacer. Pero una vez que la trasgresión entró y la humanidad llegó
a estar caída, la ley de Dios no fue cancelada ni Dios la ajustó rebajando sus requerimientos santos
para acomodarlos a la débil, condición caída de su creación. Dios castigó a su creación al descargar
sobre ellos el juicio del pecado original, por lo que cada uno que nace en este mundo después de Adán
y Eva, nace ya muerto en pecado. El pecado original no es el primer pecado. Este es el resultado del
primer pecado; se refiere a nuestra corrupción inherente, por la cual nacemos en pecado, y en pecado
nos concibió nuestra madre. No nacemos en un estado neutral de inocencia, sino que nacemos en
una condición pecaminosa y caída. Prácticamente cada iglesia dentro del histórico Concilio Mundial de
Iglesias en algún punto de su historia y en el desarrollo de su credo articula algún tipo de doctrina del
pecado original. Así que, es claro para la revelación bíblica, que se tendría que repudiar el punto de
vista bíblico de la humanidad para negar el pecado original como un todo.
Este es precisamente el punto que estuvo en la batalla entre Agustín y Pelagio en el siglo quinto.
Pelagio dijo que no hay tal cosa como pecado original. El pecado de Adán afectó a Adán y solamente
a Adán. No hay trasmisión o trasferencia de culpa o caída o corrupción a la progenie de Adán y Eva.
Cada uno es nacido en el mismo estado de inocencia en el cual Adán y Eva fueron creados. Además
él dijo, es posible para una persona vivir una vida de obediencia a Dios, una vida de perfección
moral, sin ninguna ayuda de Jesús ni de la gracia de Dios. Pelagio dijo que la gracia-y he aquí la
distinción clave- facilita la justicia. ¿Qué significado tiene “facilita?” Esta ayuda, ésta hace más fácil,
hace más sencilla, pero usted no tiene que tenerla. Usted puede estar perfectamente sin ella. Pelagio
declaró aún más, que no es solamente posible de manera teórica para algunos individuos vivir una
vida perfecta sin la asistencia de la gracia divina, sino que de hecho hay personas que lo hacen.
Agustín dijo, “No, no, no, no… nosotros estamos por naturaleza infectados por el pecado, hasta las
profundidades y raíz de nuestro ser- a tal punto que no hay ser humano que tenga el poder moral
para inclinarse a sí mismo y cooperar con la gracia de Dios. La voluntad humana, como resultado
del pecado original, permanece sin tener el poder de escoger, sino que es esclava de sus malos
deseos e inclinaciones. La condición de la humanidad caída es tal que Agustín podía describirla como
incapacidad para no pecar. En términos sencillos, lo que Agustín estaba diciendo es que en la Caída, el
hombre perdió la capacidad para hacer las cosas de Dios y quedó cautivo a sus propias inclinaciones
malvadas.
En el siglo quinto la iglesia condenó a Pelagio como herético. El Pelagianismo fue condenado en el
Concilio de Orange, y fue condenado de nuevo en el Concilio de Florencia, el Concilio de Cartago, y
también irónicamente, en el Concilio de Trento en el siglo dieciséis en los primeros tres anatemas de
los Cánones de la Sexta Sesión. Por lo tanto, consistentemente a través de la historia de la Iglesia
se ha condenado firme y completamente el Pelagianismo- porque el Pelagianismo niega la caída de
nuestra naturaleza; éste niega la doctrina del pecado original.
Ahora, que es el llamado semi-Pelagianismo, como el prefijo “semi” sugiere, era algo posicionado
en medio del pleno Agustinianismo y el pleno Pelagianismo. El semi-Pelagianismo dice esto: sí,
hubo una caída; sí hay tal cosa como pecado original; sí, la constitución de la naturaleza humana
ha sido cambiada por este estado de corrupción y todas las partes de nuestra humanidad han sido
significativamente debilitadas por la caída, a tal punto que sin la asistencia de la gracia divina ninguno
puede tener la posibilidad de ser redimido, por consiguiente la gracia no es únicamente útil sino
necesaria para la salvación. Pero, aún cuando estamos tan caídos que no podemos ser salvos sin la
gracia, no estamos tan caídos que no podamos tener la capacidad para aceptar o rechazar la gracia
cuando nos es ofrecida. La voluntad está debilitada pero no es esclava. Hay remanentes en el centro
de nuestro ser, una isla de justicia que permanece intocable por la caída. Es la respuesta de esta
pequeña isla de justicia, ésta pequeña pieza de bondad que está intacta en el alma o en la voluntad
lo que hace la diferencia determinante entre el cielo o el infierno. Es esta pequeña isla que debe ser
ejercida cuando Dios lleva a cabo sus miles de pasos para alcanzarnos, pero en el análisis final es un
paso que debemos tomar el que determina ya sea el cielo o bien el infierno, el ejercitar ésta pequeña
isla de justicia que está en el centro de nuestro ser o no hacerlo.
Agustín no reconoció esta pequeña isla ni aún como un arrecife de coral en el Pacífico sur. Él dijo que
ésta era una isla mitológica, que la voluntad estaba esclava, y que el hombre estaba muerto en sus
delitos y pecados.
Irónicamente, la Iglesia condenó el semi-Pelagianismo tan vehementemente como lo hizo cuando
condenó el Pelagianismo original. Pasado el tiempo usted llega al siglo dieciséis y lee el entendimiento
Católico de lo que sucede en la salvación, y la iglesia ha repudiado básicamente lo que Agustín
enseñó y también lo que Aquino enseñó. La Iglesia concluyó que hay remanentes de esta libertad que
están intactos en la voluntad humana y que el hombre debe cooperar con -y asentir con- la gracia
precedente que es ofrecida a ellos por Dios. Si ejercemos esta voluntad, si ejercemos una cooperación
con cualquiera de los poderes que en nosotros han sido dejados, seremos salvos. Y por lo tanto en el
siglo dieciséis la Iglesia volvió a abrazar el semi-Pelagianismo.
En el tiempo de la Reforma, todos los reformadores estaban de acuerdo en un punto: la incapacidad
moral de los seres humanos caídos para inclinarse a sí mismos a las cosas de Dios; que toda la gente,
en el orden para ser salvas, estaban totalmente dependientes, no noventa y nueve por ciento, sino un
cien por ciento dependientes de la obra de regeneración monergista como primer paso para venir a la
fe, y que la fe es en sí misma un don de Dios. La fe no es lo que estamos ofreciendo para la salvación
y que naceremos de nuevo si escogemos creer. Sino que no podemos ni aún creer hasta que Dios en
su gracia y en su misericordia primero cambia la disposición de nuestras almas a través de su obra
soberana de regeneración. En otras palabras, en lo que todos los reformadores estuvieron de acuerdo
fue con, que a menos que un hombre nazca de nuevo, no puede ni ver el reino de Dios, ni puede
entrar en él. Tal como Jesús dijo en Juan capítulo seis, “Ninguno puede venir a mí, a menos que le
sea dado por mi Padre”, la condición necesaria para la fe y la salvación de cualquiera persona es la
regeneración.
Los Evangélicos y la Fe
El Evangelicalismo moderno casi uniformemente y universalmente enseña que en el orden para que
una persona sea nacida de nuevo, debe primero ejercer fe. Tienes que escoger nacer de nuevo.
¿No es ésto lo que escuchas? En una encuesta de George Barna, más del setenta y cinco por
ciento de “cristianos evangélicos profesantes” en América expresaron la creencia que el hombre es
básicamente bueno. Y más del ochenta por ciento articularon el punto de vista que Dios ayuda a
aquellos que se ayudan a sí mismos. Estas posiciones -déjeme decirlo de manera negativa- ninguna
de estas posiciones son semi-Pelagianas. Ambas son Pelagianas. El decir que somos básicamente
buenos es un punto de vista Pelagiano. Yo estaría dispuesto a asumir que en casi un treinta por
ciento de la gente quien está leyendo este tema, y probablemente más, si realmente examinamos su
pensamiento con detenimiento, encontraremos que en sus corazones está latiendo el Pelagianismo.
Estamos plagados con él. Estamos rodeados por él. Estamos inmersos en él. Lo escuchamos cada
día. Lo escuchamos cada día en la cultura secular, lo escuchamos cada día en la televisión y la radio
cristiana.
En el siglo diecinueve, hubo un predicador quien llegó a ser muy popular en América, escribió un libro
de teología, que surgió de su propia formación en leyes, en el cual no abrevió su Pelagianismo. Él
rechazó no sólo el Agustinianismo, sino también rechazó el semi-Pelagianismo y sostuvo claramente
la posición Pelagiana sin encubrirla, diciendo en términos no inciertos, sin ambigüedad, que no había
Caída y que no había tal cosa como pecado original. Este hombre vino a atacar cruelmente la doctrina
de la expiación sustitutiva de Cristo, y además de eso, repudió tan clara y tan fuertemente como pudo
la doctrina de la justificación por la sola fe por medio de la imputación de la justicia de Cristo. La tesis
básica de este hombre fue, no necesitamos la imputación de la justicia de Cristo porque tenemos la
capacidad en y de nosotros mismos para llegar a ser justos. Su nombre: Carlos Finney, uno de los
más respetados evangelistas de América. Ahora, si Lutero estaba correcto en decir que la sola fide
es el artículo sobre el cual la iglesia se sostiene o cae, si lo que los reformadores dijeron es que la
justificación por la fe sola es una verdad esencial del Cristianismo, quienes además argüían que la
expiación sustitutiva es una verdad esencial del Cristianismo; si ellos estaban en lo correcto en su
evaluación de que estas doctrinas son verdades esenciales del Cristianismo, la única conclusión a la
que podemos llegar es que Carlos Finney no era Cristiano. Yo leo sus escritos y digo, “no veo cómo
alguna persona cristiana pudiera escribir esto.” Y aun, él está en el Salón de la Fama del Cristianismo
Evangélico de América. Él es el santo patrón del Evangelicalismo del siglo veinte. Y él no es semi-
Pelagiano; él es descarado en su Pelagianismo.
La Isla de Justicia
Una cosa es clara: puedes ser pelagiano puro y ser bienvenido por completo en el movimiento
evangélico de hoy. Esto no es simplemente que el camello metió su nariz en la tienda; no solamente
es que está dentro de la tienda- sino que ha sacado al propietario de la tienda. El Evangelicalismo
moderno mira hoy con suspicacia a la teología Reformada, la cual llegado a ser colocada como
ciudadano de tercera clase del Evangelicalismo. Ahora, usted dice, “Espera un minuto R. C. No
encierres a todos en el argumento del Pelagianismo extremo, después de todo, Billy Graham y el
resto de las personas están diciendo que hubo una Caída; que debes tener la gracia; que hay tal cosa
como pecado original; y los semi-Pelagianos no están de acuerdo con el simplista y optimista punto
de vista acerca de la no caída naturaleza humana de Pelagio.” Y esto es verdad. No cuestionaré acerca
de ello. Pero es esta pequeña isla de justicia donde el hombre todavía tiene la habilidad, en y de sí
mismo, para retornar, cambiar, inclinar, disponer, y abrazar la oferta de la gracia, que revela por qué
históricamente el semi-Pelagianismo no es llamado semi-Agustinianismo, sino semi-Pelagianismo, éste
realmente nunca escapa a la idea central de la esclavitud del alma, la cautividad del corazón humano
en pecado, que no está simplemente infectado por una enfermedad que puede ser mortífera si es
dejada sin tratamiento, sino que es mortal.
Escuché a un evangelista usar dos analogías para describir lo que sucede en nuestra redención.
Él dijo, el pecado tiene tal fortaleza sobre nosotros, un estrangulamiento, que es semejante a una
persona quien no puede nadar, quien cae por la borda en un mar furioso, y es la tercera vez que se
sumerge y únicamente las puntas de sus dedos permanecen fuera del agua; y a menos que alguien
intervenga a rescatarle, no tiene esperanza de sobrevivir, su muerte es cierta. Y a menos que Dios
le tire un salvavidas, no puede ser rescatado. Y Dios no solamente le debe tirar un salvavidas en
cualquiera área donde él se encuentra, sino que el salvavidas tiene que caerle en el lugar correcto
donde sus dedos permanecen extendidos fuera del agua, y acertarle de tal manera que pueda
sostenerlo. El salvavidas tiene que haber sido tirado perfectamente. Pero todavía este hombre se
ahogará a menos que lo tome con sus dedos y los sostenga alrededor del salvavidas, entonces Dios le
rescatará. Si esta pequeña acción no es hecha, él ciertamente perecerá.
La otra analogía es esta: Un hombre esta terriblemente débil, enfermo de muerte, yaciendo en su
cama de hospital con un padecimiento que es terminal. No hay manera que pueda curarse a menos
que alguien externo venga con una cura, una medicina que curará su enfermedad fatal. Y Dios tiene
la cura y camina hacia el cuarto con la medicina. Pero el hombre está tan débil que no puede tomarse
la medicina por sí mismo; Dios tiene que ponerla en la cuchara. El hombre está tan enfermo que se
halla casi en un estado comatoso. El no puede ni siquiera abrir su boca, y Dios tiene que inclinarse y
abrirle la boca. Dios coloca la cuchara en los labios del hombre, sin embargo el hombre todavía tiene
que tomarla.
Ahora, si vamos a usar analogías, usemos las adecuadas. El hombre no se está sumergiendo por
tercera vez; él está tan frío como una piedra en el fondo del mar. Ése es el lugar donde usted estuvo
cuando una vez estaba muerto en sus delitos y pecados y andaba conforme a la corriente de este
mundo, de acuerdo con el príncipe de la potestad del aire. Y cuando estaba muerto Dios le dio vida
juntamente con Cristo. Dios se sumergió al fondo del mar y tomando este cadáver sopló el aliento de
su vida en él y lo resucitó de la muerte. Y no es que usted estaba en la cama del hospital con cierta
enfermedad, más bien, cuando usted nació, llegó muerto. Esto es lo que la Biblia dice: que estamos
muertos moralmente.
¿Tenemos nosotros una voluntad? Sí, oh claro que la tenemos. Calvino dijo, si quieres decir por
libre albedrío una facultad de escoger aquello que tienes el poder en ti mismo, de escoger lo que
deseas, entonces tenemos libre albedrío. Si quieres decir por libre albedrío la capacidad de los seres
humanos caídos para inclinarse a sí mismos y ejercer la voluntad para escoger las cosas de Dios
sin la previa obra monergista de regeneración, entonces, Calvino dijo, libre albedrío es un término
exorbitantemente grandioso para aplicarlo al ser humano.
La doctrina semi-Pelagiana del libre albedrío que prevalece en el mundo evangélico de hoy es
un punto de vista pagano que niega la cautividad del corazón humano en el pecado. Esta visión
desestima el dominio que el pecado tiene sobre nosotros.
Ninguno de nosotros quiere ver las cosas tan mal como son realmente. La doctrina bíblica de la
corrupción humana es dura. No escuchamos al Apóstol Pablo decir, “Usted sabe, es triste que
tengamos tal cosa como pecado en el mundo; ninguno es perfecto. Pero estemos de buen ánimo,
somos básicamente buenos.” ¿Puede ver que aún una lectura superficial de la Escritura niega esto?
Ahora, regresemos a Lutero. ¿Cuál es el origen y la posición de la fe? ¿Es la fe el don de Dios
significando con ello que la justificación es recibida por la dádiva de Dios? O ¿Es una condición de la
justificación, la cual tenemos que cumplir? ¿Es su fe una obra? ¿Es ésta la única obra que Dios le deja
hacer? Recientemente tuve una discusión con algunas personas en Gran Rapids, Michigan. Estaba
hablando sobre sola gratia, y una de las personas estaba en desacuerdo. Él dijo, “¿Estás tratando de
decirme que en conclusión es Dios quien soberanamente regenera o no el corazón?”
Y le dije, “Sí”; y él estuvo aún más en desacuerdo por esto. Le dije, “Déjame preguntarte esto: ¿Eres
cristiano?
Él dijo, “Sí.”
Le dije, “¿Tienes amigos que no son cristianos?”
Él dijo, “¡Oh!, claro que sí.”
Le dije, “¿Por qué eres cristiano y tus amigos no lo son? ¿Es por qué eres más justo que ellos? Él no
era estúpido. El no iba a decir, “¡Oh! claro es porque soy más justo. Yo hice la cosa correcta y mis
amigos no”. Él sabía a donde quería llegar con esta pregunta.
Y él dijo, “Oh, no, no, no.”
Le dije, “Dime por qué. ¿Es por qué eres más inteligente que tus amigos?
Y él dijo, “No.”
Sin embargo el no estaba de acuerdo que al final, el punto decisivo era la gracia de Dios. El no quería
venir a esto. Y después de discutir por quince minutos, él dijo, “ESTA BIEN, te lo diré. Soy un cristiano
porque hice la cosa correcta, tuve la respuesta correcta y mis amigos no lo hicieron”.
¿En qué estaba confiando esta persona para su salvación? No en sus obras en general, sino en una
obra que había hecho. Y él era un protestante, un evangélico. Pero su punto de vista de la salvación
no era diferente del punto de vista Romano.
La Soberanía de Dios en la Salvación
Este es el punto: ¿Es la fe una parte del don de Dios en la salvación? O ¿Es ésta tu propia contribución
a la salvación? ¿Es nuestra salvación totalmente de Dios o depende finalmente de algo que hagamos
por nosotros mismos?
Aquellos quienes dicen esto último, que finalmente depende de algo que hagamos por nosotros
mismos, por consiguiente niegan la absoluta incapacidad de la humanidad en el pecado y afirman con
ello una forma de semi-Pelagianismo que es cierta después de todo. No es de maravillarse que más
tarde la teología Reformada condenara el Arminianismo en su esencia, porque en principio, ambos
regresan a Roma. En efecto, éste torna la fe en una obra meritoria, y es un rechazo de la Reforma
porque niega la soberanía de Dios en la salvación de los pecadores, la cual fue el principio teológico y
religioso más arraigado del pensamiento de los reformadores. El Arminianismo era sin lugar a dudas,
a los ojos de los Reformados, una renunciación del Cristianismo del Nuevo Testamento a favor del
Judaísmo del Nuevo Testamento. En esencia confiar en la fe de uno mismo no es diferente que confiar
en las obras de uno mismo, y el uno es tan sub-cristiano y anti-cristiano como el otro. A la luz de lo
que Lutero le dice a Erasmo no hay duda que tenemos que ratificar este juicio.
Y aunque este punto de vista es el que predomina en las encuestas de hoy en la mayoría de los
círculos evangélicos profesantes y así como el semi-Pelagianismo es en esencia simplemente una
versión ligeramente velada del Pelagianismo verdadero, de igual manera éste es el mismo que
prevalece en la iglesia, y no sé qué pasará. Sin embargo, si sé que no sucederá: no tendremos una
nueva Reforma. Hasta que nos humillemos y entendamos que ningún hombre es una isla y que ningún
hombre tiene una isla de justicia, que somos completamente dependientes de la pura gracia de Dios
para nuestra salvación, no empezaremos a descansar sobre la gracia y a regocijarnos en la grandeza
de la soberanía de Dios, hasta que no desechemos la influencia pagana del humanismo que exalta y
coloca al hombre en el centro de la religión. Hasta que esto suceda no tendremos una nueva Reforma,
porque en el corazón de la enseñanza Reformada está el lugar central de la adoración y gratitud dadas
a Dios y sólo a Dios. Soli Deo gloria: solamente a Dios la gloria.
[1] J. I. Packer and O. R. Johnston, “Introduction” to the The Bondage of the Will (Old Tappan, NJ,
Fleming Revell, 1957, 59-60
[2] Ibid

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