FE Y OBRAS

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Fe y Obras
Por: Mike DeVine
Siempre que «fe» se pone al lado de «obras» evoca los conflictos teológicos que conformaron la Reforma del siglo XVI. Hasta hoy, dichos conflictos siguen explicando en su mayor parte la división de la Iglesia Occidental entre católicos romanos y protestantes. El redescubrimiento de Martín Lutero del mensaje del evangelio incluyó la recuperación del énfasis del apóstol Pablo en que «por las obras de la ley ningún ser humano será justificado delante de él [Dios]…» (Ro. 3:20). Y que, en cambio, «… por gracia [somos] salvos por medio de la fe; y esto no de [nosotros], pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe» (‭Efesios‬ ‭2‬:‭8-9‬).
Al estudiarla la Biblia, Lutero se dio cuenta de que la fe que salva no es meramente la fe histórica (lat. fides), la simple creencia de que lo que la Biblia declara verdadero es la verdad; una fe que, según Calvino, solamente «revolotea en la mente» y no salva a nadie. De ese tipo de fe, Santiago declara: «… También los demonios creen, y tiemblan» (Stg. 2:19). No, la fe que salva el alma es la fe que confía (lat. fiducia), así que la salvación viene solamente por gracia, mediante la fe puesta solo en Cristo. Esta fe que confía es la «fe en su sangre [de Cristo]» (Ro. 3:25) de la que habló Pablo; fe que reposa en la muerte de Jesucristo en la cruz, quien ocupó el lugar de los pecadores. Allí llevo Jesús sobre sí el castigo de los pecadores, de modo que ahora Dios promete tratar como justos a aquellos que creen en Su nombre. De la misma forma que «… Creyó Abraham a Dios, Y le fue contado por justicia» (Ro. 4:3), ahora también serán salvos todos los que se arrepintieren de sus pecados, abandonan la esperanza arreglar su situación ante Dios mediante sus buenas obras y confían solo en la misericordia divina ofrecida por medio de la muerte vicaría de Jesucristo.
Entonces, ¿qué pasa con las buenas obras? ¿Acaso no ocupan un lugar en la vida cristiana? Santiago se adelanta a la pregunta y la responde: «Pero alguno dirá: Tú tienes fe, y yo tengo obras. Muéstrame tu fe sin tus obras, y yo te mostraré mi fe por mis obras» (Stgo. 2:18). Aunque la salvación de Dios es completamente por gracia, incluida la fe que salva, la cual no es «…de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe» (‭Ef. 2‬:‭8-9‬), Pablo continúa su argumento con una afirmación sobre las obras: «Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas» (‭Ef. 2‬:‭10‬). Así que, las buenas obras siguen a la fe que salva. La salvación no se gana por medio de las obras, sino que las buenas obras son el fruto de la fe salvadora en Cristo.
Los pecadores salvados por gracia mediante la fe depositan su confianza en Dios, no en sus obras ni tampoco en su fe, como si esta fuese en sí misma un motivo de orgullo. El poder salvador de la fe deriva de su objeto, Jesucristo. Las buenas obras de un creyente no son motivo de vanagloria, ya que vienen del propio Cristo. El apóstol Pablo describió así este misterio: «Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí…» ?‭Gálatas‬ ‭2‬:‭20‬). Las buenas obras las realizan los creyentes gracias a que Cristo obra en ellos. Por lo tanto, la confianza de un creyente en su salvación se basa en Cristo, no en conseguir hacer buenas obras. Junto con el apóstol, el creyente desea «ser hallado en él, no teniendo [su] propia justicia, que es por la ley, sino la que es por la fe de Cristo, la justicia que es de Dios por la fe» (Filipenses‬ ‭3‬:‭9‬); y sabe que «… sin fe es imposible agradar a Dios…» (He. 11:6).