lunes, 28 de septiembre de 2015

Votos rotos en un mundo caído

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Hace unos años caminé inesperadamente y de forma involuntaria (y en ocasiones sin gracia) por el dolor del divorcio. Y estoy agradecido.
Por supuesto, no es como que quisiera que mi ex-esposa cometiera adulterio, o que estuviera muy contento de verla abandonarme. No es que me alegrara de ver el final de mi matrimonio tampoco. Simplemente no cambiaría lo que ahora sé de la gracia de Dios por nada en este mundo. Ahora más que nunca estoy convencido que la bondad de Dios es más alta y más ancha que el quebrantamiento de este mundo.
Cuando la herida era reciente, Jesús era mi único consuelo. Cuando comencé a sanar, la Palabra de Dios me guió a través del proceso de duelo y perdón. Y cuando seguí adelante con mi vida, mi Padre celestial dirigió mis pasos, me acerqué a Él —más cerca de lo que había estado antes— en un mundo que ahora parecía tan incierto. Puedo dar fe de que Dios es capaz de trabajar todas las cosas para bien y que Él es un refugio en tiempos de incertidumbre y dificultad. La bondad de Dios en mi vida ha sido más extravagante de lo que podía haber imaginado. Ha sido como que si la verdad, la belleza y la bondad de los cielos se vertieran en mi vida desde arriba.

Víctimas de la guerra cultural

Sin embargo, durante la temporada más difícil de mi vida experimenté lo que ahora llamo el “fenómeno del cachorro asesinado”. Era como que si hubiera perdido a mi perro, como si él hubiera cavado un agujero debajo de la cerca del patio trasero y se hubiera ido a la calle solo para ser atropellado por un coche que pasaba. Pero en lugar de recibir simpatía y compasión por la pérdida de mi perro, oía sermones y clichés de personas bien intencionadas que sospechaban que yo había dejado la puerta trasera de la casa abierta. Sobre todo querían dejar claro que estaban en contra del asesinato de inocentes animales domésticos.
No es una analogía perfecta, por supuesto. Y yo no era un marido perfecto tampoco. El profeta Isaías dijo que nuestras acciones justas y mejores esfuerzos no eran más que “una prenda contaminada” (Isa. 64:6) o “trapos de inmundicia” (NVI). Esto fue cierto incluso en mis mejores momentos como marido. Aún así, el hecho es que yo era un marido fiel que intentó con todo su ser imperfecto honrar a Jesús en su matrimonio. El divorcio no era algo que yo estaba buscando o deseando, pero llamó a mi puerta de todos modos.
Sin embargo, entiendo lo que está pasando.  Vivimos en una cultura que tolera y reduce al mínimo los efectos perjudiciales del asesinato de cachorros, ergo, el divorcio, mientras que Dios destina el pacto del matrimonio para toda la vida. Cuando llego con correa y collar en la mano, pero sin cachorro, la gente asume que estoy de acuerdo con la cultura. Pero por supuesto que no lo estoy. De hecho, yo sé mejor que nadie cuán trágica puede ser la ruptura de un matrimonio.
El divorcio es un tema controversial, uno sobre el que hay una gran variedad de opiniones dentro de los círculos evangélicos. La gente centrada en el evangelio que ama a Jesús y Su Palabra puede sacar conclusiones muy diferentes sobre el tema basado en los mismos textos bíblicos. Aunque todo el mundo estaría de acuerdo en que el matrimonio es un buen regalo de Dios que debe ser defendido —desde adentro por un esposo y su esposa y protegido desde el exterior por la iglesia local y la comunidad cristiana— a menudo no estamos seguros de cómo proceder cuando el quebrantamiento de este mundo infecta a un matrimonio y este sucumbe a la enfermedad. Menospreciar la existencia de la morgue no resucitará a los muertos, y ciertamente no traerá consuelo a los que lloran.

El divorcio no siempre es pecado

Incluso al escribir este artículo, me doy cuenta de que algunos pueden interpretar mis palabras como “suaves” en cuanto a los temas del matrimonio y el divorcio. Creo que el pecado es siempre y necesariamente el culpable cuando un matrimonio termina en divorcio. Todo el tiempo. Sin excepción. Sin embargo, el divorcio en sí no siempre es pecado. Puede ser pecaminoso, por supuesto, pero no es necesariamente así. El problema viene cuando la compasión por aquellos que han experimentado el divorcio se exprime en un intento por demarcar con líneas sencillas y simples esta guerra cultural.
Esta reacción es en realidad un primo del evangelio de la prosperidad, uno en el que nos imaginamos que Jesús ya ha erradicado por completo los efectos de la caída de los que son contados como su novia. Durante los meses siguientes a mi divorcio, sentí como que llevaba una “D” escarlata en el pecho dentro de la iglesia. Me imagino que es un poco como entrar en una iglesia del evangelio de la prosperidad con agujeros en mi ropa y sufriendo de sarampión. No puedo ser contado entre los fieles si la teología de ellos dicta que en la vida de los fieles ellos deben sobrevivir ilesos.
Jesús volverá algún día y revertirá la condición caída de este mundo. Los efectos del pecado serán eliminados de nuestros corazones junto con las lágrimas de nuestros ojos.  Pero ese día aún no ha llegado. Todavía vivimos con las consecuencias del pecado. Aún no hay utopía, no vivimos en la tierra prometida, ni siquiera en la iglesia. Tal vez lo que yo necesitaba era el recordatorio más que nada, y por eso Dios me permitió andar por el valle que yo anduve. Pero recordemos que todavía no estamos en casa, que todos caminamos con una cojera de este lado del cielo, y que el estimularnos los unos a otros a la santidad es un acto de bondad, no un arma en la guerra cultural.

Publicado originalmente para The Gospel Coalition. Traducido por Jesús Eddy García.
John Greco es un escritor independiente que vive en el área de Atlanta. Tiene una Maestría en Divinidad del Seminario Teológico Gordon-Conwell, se ha desempeñado en diversos cargos en la iglesia local, y ha sido un escritor del personal de la Asociación Evangelística Billy Graham y Crown Financial Ministries.

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